Planificar para improvisar
Para sonrojo de la UE, la de Malí no es una crisis sobre la cual pueda alegar sorpresa o ignorancia
No es una clasificación teórica ni la encontrarán en los manuales de relaciones internacionales, pero en política internacional se puede distinguir entre dos tipos de crisis. Las primeras, que podemos llamar crisis Tipo I, son aquellas que nos pillan por sorpresa. Que la sorpresa sea genuina, resultado de nuestra miopía política o consecuencia de nuestra incompetencia analítica, no cambia mucho las cosas. Retrospectivamente, podemos explicar el ataque japonés sobre Pearl Harbour, los atentados del 11-S o la caída del régimen de Ben Ali en Túnez, pero en su momento los indicios de que algo así podría ocurrir eran nulos o, como mínimo, no compartidos por aquellos responsables de tomar decisiones al más alto nivel. Prepararse para una amenaza desconocida es difícil, así que es lógico que en una crisis de este tipo se improvisen medidas sin haber tenido tiempo de ensayarlas y evaluarlas, se tire del repertorio existente aunque se sepa que es inadecuado o se adapten soluciones originalmente pensadas para otras situaciones.
Las segundas, o crisis Tipo II, son aquellas que se ajustan al patrón “se veía venir”. Para predecirlas no hacen falta visionarios ni agoreros, sino algo que si queremos sentirnos importantes podemos llamar inferencia, pero que en el fondo no es más que simple sentido común. Esto es lo que ha ocurrido en el norte de Malí. Durante meses se ha dejado que una serie de grupos armados actúen impunemente en ese territorio, se refuercen militar y políticamente y cimenten una alianza estratégica entre ellos para controlar y beneficiarse de todos los tráficos ilegales (armas, drogas e inmigrantes) que transitan por la zona. Y cuando la comunidad internacional ha reaccionado, lo ha hecho con tal lentitud y debilidad que en la práctica ha creado el incentivo para que esos grupos intenten expandir sus ganancias y territorios. ¿Para qué esperar a que europeos y africanos pongan en pie un ejército que les derrote, han debido pensar estos grupos, pudiendo aprovechar ahora la oportunidad de asestar un golpe definitivo al Ejército maliense?
Para sonrojo de la UE, la de Malí no es una crisis sobre la cual pueda alegar sorpresa o ignorancia
Para sonrojo de la Unión Europea, esta no es una crisis Tipo I sobre la cual pudiera alegar sorpresa o ignorancia. Desde 2008, la UE está embarcada en un intenso proceso de análisis sobre el Sahel que ha incluido la elaboración de una nota sobre opciones (Options paper 750/09), un documento conjunto (Joint paper 1436/10), misiones sobre el terreno a Níger, Mauritania y Malí para identificar problemas y soluciones (Fact finding missions), una comunicación conjunta entre el Consejo y la Comisión (Joint Communication COM 2011/331) y, finalmente, una Estrategia para la seguridad y el desarrollo en el Sahel, aprobada por el Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión el 23 de marzo de 2012.
Dicha estrategia, dotada con 650 millones de euros, abre en su página 1 con un mapa en el que en rojo muy visible se señala una gran parte del norte de Malí como territorio “bajo control directo” (sic) de Al Qaeda y una franja que se extiende desde Mauritania hasta Níger como territorio bajo “control indirecto” de la misma organización. Sin embargo, la estrategia no se plantea la lucha contra Al Qaeda como un objetivo más que secundario, en el bien entendido de que a largo plazo el desarrollo económico y social y el reforzamiento de los Estados de la región será capaz de acabar con dicho fenómeno.
Resulta evidente que los Gobiernos europeos, y en especial el Servicio de Acción Exterior Europeo, dirigido por Catherine Ashton, son víctimas de una inocencia estratégica de primer orden. Con los antecedentes de actuaciones de Al Qaeda en Europa resulta incomprensible, y rayano en la negligencia, que los europeos hayan asistido con total pasividad a la consolidación de un feudo terrorista en el Sahel y que, ahora, deleguen en Francia arreglar el problema, como si este no concerniera a todos los ciudadanos europeos. Esta división del trabajo entre Bruselas y las capitales, por la cual la primera hace de “policía bueno” encargada del desarrollo y los buenos oficios y las capitales hacen de “policía malo” llevando a cabo las misiones militares es injusta, ineficaz y contraproducente. La Unión Europea tiene una política de seguridad común y las competencias para ejercerlas, pero sus máximos responsables, con Ashton a la cabeza, pero seguidos por la mayoría de ministros de Exteriores, no creen en ella lo suficiente como para dotarla de contenido. Ese empeño en el poder blando nos deja entre manos esa Europa blandita que vemos estos días. El empleo de tantas horas de planificación en esta gigantesca improvisación debería tener consecuencias políticas.
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