El caso de Bachar el Asad
Lo que está viviendo Siria no tiene mucho que ver con la primavera árabe
Un giro decisivo ha tenido lugar en la guerra civil siria con la creación en Doha, el 11 de noviembre de 2012, de la Coalición Nacional para las Fuerzas de la Oposición y la Revolución Siria, bajo la égida de Catar, Arabia Saudí y Estados Unidos. Esta nueva estructura está presidida por un religioso, el jeque Moaz al Jatib, eximán de la mezquita de los Omeyas en Damasco. La coalición es el resultado de un trabajo en profundidad emprendido por el hombre de negocios sirio Riad Seif, vasallo de los Estados Unidos. El objetivo es alcanzar rápidamente la unificación de la oposición siria para recibir la bendición internacional, la representatividad de un Gobierno en el exilio —adquisición de la representación diplomática y de los fondos sirios en el extranjero— y armas de gran alcance, sobre todo misiles tierra-aire, para paralizar al Ejército sirio. Esta agrupación quiere controlar al mismo tiempo a las fuerzas islamistas y yihadistas apoyadas por los saudíes, a los amigos de Turquía, a los nacionalistas y a todas las variantes de grupúsculos opuestos a la dictadura del clan El Asad.
Esta estructura política, bien recibida en el momento de su creación, ha sido reconocida por diversos países, entre ellos Francia, que, además, defiende la creación de un Gobierno provisional para legitimar una intervención exterior. Pero esta se encuentra lejos de ser actualidad, aunque se estén tomando todas las precauciones para hacerla operativa en el momento en el que se intervenga, si es que se interviene…
La solución depende de rusos y americanos: solo ellos pueden arreglar una salida a la guerra
La decisión de Barack Obama de nombrar a Chuck Hagel en Defensa y a John Kerry en el Departamento de Estado aparentemente no está orientada —salvo en el caso de un maquiavelismo siempre posible— hacia una acción militar directa, pues estos hombres son conocidos por estar en contra de este tipo de opción. Es igualmente seguro que ninguna intervención podrá hacerse con la autorización de la ONU. Rusia y China se han asustado por el modo en que el contenido de la Resolución 1973 sobre Libia se ha desviado: la aceptaron con la condición de que no condujera a un cambio de régimen; y se han encontrado con ataques que han destruido el régimen. Se opondrán a una autorización del Consejo de Seguridad.
Barack Obama ha tenido la ocasión de decir que “hace falta que El Asad se vaya”, pero eso no significa que irá a Damasco a desalojarlo. De hecho, parece que Estados Unidos continúa privilegiando la solución política. Saben que rusos e iraníes abastecen de armas y consejeros militares a El Asad y que si una victoria de la resistencia sobre el terreno es posible, llevará tiempo. Además, la oposición siria está dividida: los yihadistas adquieren cada vez más y más peso en la batalla y ello inquieta a las potencias occidentales. La creación de la Coalición Nacional tiene precisamente la función de afirmar una autoridad política capaz de controlar el desarrollo de la guerra. Además, la radicalización islamista de la resistencia es una buena noticia para El Asad; le permite hacer creer que defiende el Estado contra los activistas religiosos, terroristas, y adhiere a su alrededor a una parte de minorías étnicas y religiosas que temen que el país se transforme en un nuevo Irak.
Ahora que se apoya en armas y en información de las fuerzas extranjeras, la resistencia cree poder sofocar militarmente al leal ejército. Es cierto que el presidente sirio no tiene asegurado al ejército, pues las tropas son mayoritariamente de confesión suní. Nada dice que, ante una ofensiva de mayor amplitud, los soldados se mantengan leales. Por otra parte, en la práctica, la batalla sobre el terreno está sobre todo dirigida por el hermano del presidente, Maher el Asad, jefe de la IV División del Ejército regular. No es ni siquiera seguro que Bachar el Asad esté solo en cuanto a tomar la decisión de continuar o acabar con la guerra. De hecho, el clan alauí tiene mucho que perder, incluso todo que perder en caso de derrumbe. Probablemente luchará hasta el final, sabiendo que la victoria de los insurgentes le costará cara.
Desgraciadamente, está claro que en este conflicto lo que más cuenta ahora, para los protagonistas, no es el número de víctimas, sino el resultado final. La solución depende de los rusos y americanos; solo ellos pueden arreglar el caso de Bachar el Asad, pues es el principal obstáculo para un acuerdo con la oposición. Lo que está viviendo Siria no tiene mucho que ver con la primavera árabe.
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