Novedades de oriente
El islamismo político protagoniza la crisis de Gaza, que pilla a EE UU a contrapie y ausente a la UE
No es la historia de siempre que se repite una y otra vez como en el Día de la Marmota. No estamos ante la reproducción por enésima vez de la misma jugada sangrienta entre israelíes y palestinos. La rutina de la muerte que todo lo cubre con su manto de dolor oculta esta vez múltiples novedades, a pesar del escepticismo de costumbre con que la opinión pública internacional acoge las noticias que llegan de oriente.
Si se llegara a producir la invasión terrestre de Gaza, perfectamente preparada mientras se negociaba la tregua, no sería una mera réplica de la operación Plomo Fundido de 2008, con destrucción de las infraestructuras militares de Hamas, liquidación de los cuadros de la organización y una rápida retirada, una vez coronados todos los objetivos fijados por Netanyahu. No hay guerra buena, pero esta puede ser peor, en la realización, en las consecuencias y en el alcance geográfico.
Todo ha cambiado en los dos últimos años en la región. Ya hay una guerra civil muy cerca, en Siria, en la que no se juega tan solo el futuro del régimen de El Assad sino que se libra una contienda por procuración entre el frente chiita, formado por Irán, el libanés Hezbolá y el gobierno iraquí de Nuri Al Maliki y el auxilio implícito de Rusia y China, y el frente sunita en el que coinciden Turquía, Arabia Saudí y Catar, y al que dan aval Estados Unidos y los países occidentales en general.
Líbano se halla en un equilibrio inestable, debido a la contaminación de la guerra civil siria. Jordania también ha entrado en zona de turbulencias, con un rebrote de la primavera árabe en contra de su monarca, Abdalá, el único aliado regional de Israel que había quedado a salvo de la oleada antiautoritaria.
Hamas, el partido palestino que gobierna la franja de Gaza, marginado tradicionalmente por la comunidad internacional, cuenta con el mayor amparo diplomático de la historia, después de tomar distancias con Irán como resultado de la guerra siria. Su presidente, Jaled Meshal, apoya ahora a la oposición al régimen de El Assad, que le había protegido durante años, hasta el punto de que ha abandonado Damasco y ha trasladado su oficina a Doha (Catar).
La solidaridad con Hamas suscita rivalidades entre las potencias regionales. Gaza recibió la visita del emir de Catar antes de que empezaran los bombardeos y, ya bajo las bombas, la de miembros de los gobiernos de Túnez y Egipto. Es notorio el protagonismo de Irán, que a pesar de su creciente aislamiento también participa en la competición para ver quien es más solidario con los palestinos. Iraníes son los misiles de medio alcance que llegan a Tel Aviv y Jerusalén desde Gaza y puede que incluso fuera iraní el primer impulso o provocación contra Israel a través de una de las facciones terroristas que lanzan sus misiles desde la franja.
Nótese la ausencia de la Unión Europea, que fue antaño actor de primer plano. También el cambio de planes de Hillary Clinton, que ha abandonado precipitadamente el periplo asiático en el que acompañaba al presidente Obama, para entrar en el carrusel de visitas internacionales a Jerusalén. Mientras Washington intentaba inaugurar el segundo mandato de Obama con una exhibición del giro asiático, escenificación de un nuevo ciclo en las relaciones internacionales que pivotan ahora en el área del Pacífico, la cruda realidad obliga a regresar al centro conflictivo del que depende la estabilidad y la paz mundiales.
Pero la novedad más sustancial es la llegada al poder de Mohamed Morsi en El Cairo y la de fuerzas islamistas muy parecidas a la suya en casi todo el mundo árabe. El actual intercambio de misiles y la amenaza de una guerra terrestre de alcance difícil de atisbar no se explica sin la desaparición de las dictaduras pro occidentales que garantizaban la estabilidad y su sustitución por democracias islamistas poco dispuestas a doblegarse a la presión de Washington.
El islamismo político, que será el interlocutor de Israel en los próximos años, se ve sometido en Gaza a su primera confrontación directa con Israel a través de Hamas. Egipto, pieza central del giro islamista, está sometido a una doble tensión, entre la solidaridad islamista, que le conduce a resucitar la reivindicación palestina, y su alianza militar con Estados Unidos, que le proporciona 1.300 millones de dólares al año y le obliga a mantener la paz fría con Israel.
No son por tanto razones coyunturales las que han desencadenado la crisis, aunque tienen su peso en la resolución con que Netanyahu prepara la ofensiva terrestre. Todas las elecciones israelíes estimulan el ardor guerrero de quienes tienen y quieren retener el gobierno. No hay mejor cortafuegos contra la ofensiva diplomática de la debilitada Autoridad Palestina para obtener el reconocimiento internacional que otra ofensiva, esta directamente bélica, destinada a liquidar militarmente a Hamas y a reforzarle políticamente, como ya sucedió en 2008.
La derecha israelí quiere proseguir su política de asentamientos en Cisjordania, eludir la negociación del Estado palestino y, naturalmente, como es la obligación de cualquier fuerza gobernante, garantizar la seguridad de su población. Para los tres objetivos es buena una guerra en Gaza y lo es también una paz con Hamas que debilite a la Autoridad Palestina.
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