Portugal llegó al límite
La sociedad portuguesa dijo basta y logró que el Gobierno retirara una polémica reforma Pero el Ejecutivo insiste en que no hay otra receta que la austeridad
En abril de 2011, ahogado por la deuda y amenazado por una bancarrota inminente, el por entonces primer ministro portugués, el socialista José Sócrates, anunciaba solemnemente en televisión que Portugal se veía obligada a pedir un rescate financiero de 78.000 millones de euros para escapar de impago general. Los portugueses despertaban de un sueño de más de 10 años de aparente prosperidad gracias a la entrada del euro y adivinaron un conjunto de nubarrones rocosos y amenazantes acercarse por el horizonte. No se engañaron. Meses después (con unas elecciones de por medio), en otoño, el actual primer ministro, el conservador Pedro Passos Coelho, también en una solemne alocución televisada, anunciaba las primeras medidas de austeridad post-rescate (retirada de las pagas extras a los funcionarios y pensionistas que ganan más de 1.100 euros al mes) del draconiano presupuesto de 2012.
El ministro de Finanzas, Vítor Gaspar, precisaba días después que lo peor llegaría, precisamente, ese año, pero que después se empezaría a salir del hoyo.
A la retirada de las pagas extras siguieron otras medidas de ajuste en cascada: subió el IVA hasta el 23%, subieron las tarifas médicas (hasta 20 euros una consulta de urgencias y 5 euros una consulta normal), subieron los billetes de los transportes públicos (que empeoraron en calidad) y subieron los impuestos.
Tras eso, el Gobierno aprobó una reforma laboral que, entre otras cosas, abarataba el despido, retiraba cuatro días de fiesta anuales y otorgaba a los empresarios la facultad de obligar a los trabajadores a laborar un número determinado de horas extras gratis.
Mientras tanto, las cuentas no salían. El objetivo del déficit para 2012, el 4,5%, no se cumplía, la economía se estancaba en la recesión y el paro subía. Este año, el PIB portugués retrocederá más de un 3% y el paro roza ya el 16% (en enero de 2008 se encontraba en el 8,4%). La causa, según Gaspar, es que las previsiones de ingresos del Estado no han sido las que se pensaban, consecuencia de un consumo anémico en una economía que se arrastra sin poder adquisitivo.
Así, la troika (el FMI, el BCE y la UE) concedieron hace un mes a Portugal retrasar el objetivo del déficit. El 4,5% quedará para el año que viene. Es decir, los mismos acreedores confirmaron que su propia fórmula y sus propios cálculos no resultaron.
El primer ministro, tal vez en contrapartida, en otra solemne alocución televisada (cada vez que hay una los portugueses se echan a temblar) anunció el pasado siete de septiembre aún más medidas de austeridad: la retirada general de una parte del salario de todos los portugueses a base de elevar la cotización de la Seguridad Social.
Los sindicatos, los empresarios, los economistas, la oposición política y muchos miembros de la propia formación de Passos Coelho criticaron la medida. Y una multitudinaria manifestación de cientos de miles de personas (algunos contaron hasta un millón) repartidas en las principales ciudades portuguesas volvió a decir el 15 de septiembre al primer ministro que basta, que habían llegado al límite.
El Gobierno retiró la polémica medida pero avisó de que la austeridad, para una economía intervenida, no es una opción sino el único remedio posible. Y amenazó con otras propuestas que se incorporarán en el presupuesto del 2013.
Así que 2012, tal y como aseguraba el ministro de Finanzas doce meses atrás, ya no será el año malo de los portugueses. El 2013 será aún peor. Y los ciudadanos se preguntan si la pesadilla consiste precisamente en eso: en sospechar que cada vez será peor, en que se encuentran en un pozo de arena en el que cuanto más se mueven más se hunden.
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