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Columna
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Desdén por los trabajadores

El desprecio del Partido Republicano por la clase trabajadora es demasiado absoluto para poder ocultarlo

Paul Krugman

A estas alturas, todo el mundo sabe que Mitt Romney, cuando se dirigió a los donantes de su campaña en Boca Raton, se lavó las manos en relación con casi la mitad del país —el 47% que no paga el impuesto sobre la renta— al declarar: “Mi trabajo no consiste en preocuparme por esas personas. Nunca las convenceré de que deben asumir sus responsabilidades personales y ocuparse de su vida”. A estas alturas, también hay muchas personas que son conscientes de que el grueso de ese 47% dista mucho de ser gente gorrona; la mayoría son familias trabajadoras que pagan impuestos sobre sus nóminas, y los estadounidenses ancianos o discapacitados representan la mayor parte del resto.

Pero esta es la cuestión: ¿deberíamos imaginar que Mitt Romney y su partido tendrían una opinión mejor de ese 47% si se enterasen de que la inmensa mayoría de ellos son o eran trabajadores dedicados, que sí que han asumido grandes responsabilidades sobre sus vidas? Y la respuesta es no.

Porque el hecho es que el Partido Republicano moderno simplemente no siente demasiado respeto por las personas que trabajan para otras personas, independientemente de lo bien y lo lealmente que hagan su trabajo. Todos los afectos del partido se reservan para los “creadores de empleo”, también conocidos como empresarios e inversores. A las figuras destacadas del partido les resulta difícil incluso fingir que sienten alguna consideración hacia las familias trabajadoras corrientes (las cuales, huelga decirlo, representan la inmensa mayoría de los estadounidenses).

¿Estoy exagerando? Fíjense en el mensaje de Twitter publicado por Eric Cantor, el líder de la mayoría republicana de la Cámara de Representantes, el Día del Trabajo (una festividad en la que se recuerda específicamente a los trabajadores de Estados Unidos). Esto es lo que dijo, en su totalidad: “Hoy honramos a aquellos que han asumido un riesgo, trabajado duro, creado una empresa y labrado su propio éxito”. Sí, en un día reservado para honrar a los trabajadores, todo lo que Cantor se dignó a hacer fue elogiar a sus jefes.

Para que no crean que esto fue solo un desliz personal, fíjense en el discurso de aceptación de Romney en la Convención Nacional Republicana. ¿Qué tenía que decir sobre los trabajadores estadounidenses? En realidad, nada: las palabras “trabajador” o “trabajadores” no salieron de su boca en ningún momento. Esto contrastaba radicalmente con el discurso del presidente Obama en su convención una semana después, un discurso que hacía mucho hincapié en los trabajadores (especialmente, por supuesto, aunque no únicamente, en los trabajadores que se habían beneficiado del rescate del sector automovilístico).

Y cuando Romney se deshizo en elogios rapsódicos sobre las oportunidades que Estados Unidos ofrecía a los inmigrantes, declaró que estos venían buscando “libertad para crear una empresa”. ¿Y qué hay de aquellos que vienen a EE UU no para fundar empresas, sino simplemente para ganarse la vida honradamente? No vale la pena mencionarlos.

Ni que decir tiene que el desdén del Partido Republicano por los trabajadores va más allá de la mera retórica. Está profundamente arraigado en las prioridades políticas del partido. Los comentarios de Romney reflejaban la creencia generalizada entre la derecha de que los impuestos que pagan los trabajadores estadounidenses son, como mínimo, demasiado bajos. De hecho, es famoso el hecho de que The Wall Street Journal describió a los trabajadores con pocos ingresos cuyos salarios están por debajo del límite del impuesto sobre la renta como “tipos con suerte”.

Lo que realmente hay que rebajar, cree la derecha, son los impuestos sobre los beneficios empresariales, las plusvalías, los dividendos y los salarios muy altos (es decir, los impuestos que pagan los inversores y los ejecutivos, no los trabajadores de a pie). Esto es así a pesar del hecho de que las personas que obtienen sus ingresos de inversiones y no de salarios —personas como, por ejemplo, Willard Mitt Romney— ya pagan increíblemente poco en impuestos.

¿De dónde viene este desdén por los trabajadores? Una parte del mismo, evidentemente, es un reflejo de la influencia que tiene el dinero en la política: los donantes con dinero a lo grande, como aquellos a los que Romney se dirigía cuando obvió a la mitad del país, no tienen problemas para llegar a fin de mes. Pero también es un reflejo de la medida en que el Partido Republicano está dominado por una visión de la sociedad similar a la de Ayn Rand, según la cual un puñado de empresarios heroicos son los responsables de todas las bondades económicas, mientras los demás nos limitamos a vivir a costa de ellos.

En opinión de quienes comparten esta visión, los ricos merecen un tratamiento especial, y no solo en forma de impuestos bajos. También deben recibir respeto, deferencia de hecho, en todo momento. Esa es la razón por la que hasta la más mínima insinuación por parte del presidente de que los ricos podrían no ser todas esas cosas —que, por ejemplo, algunos banqueros podrían haberse comportado mal o que hasta los “creadores de empleo” dependen de infraestructuras construidas por el Gobierno— desata gritos frenéticos sobre que Obama es un socialista.

Ahora bien, esos sentimientos no son nuevos; después de todo, La rebelión de Atlas se publicó en 1957. En el pasado, sin embargo, hasta los políticos republicanos que en privado compartían el desprecio de la élite por las masas eran lo bastante listos como para callárselo y se las apañaban para fingir cierto aprecio por los trabajadores corrientes. Pero a estas alturas, el desprecio del partido por la clase trabajadora es por lo visto demasiado absoluto, demasiado generalizado para ocultarlo.

La cuestión es que lo que la gente llama ahora el 'Momento Boca' no fue una metedura de pata trivial. Nos ofreció una visión de las verdaderas actitudes del que se ha convertido en el partido de los ricos, por los ricos y para los ricos, un partido que considera que los demás no merecemos siquiera un respeto fingido.

© New York Times Service 2012.

Traducción de News Clips.

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