Contragolpe civil en Egipto
La concentración de poder en manos del presidente islamista, Mohamed Morsi, despierta recelos
En una semana, el presidente egipcio Mohamed Morsi, ha acabado de un plumazo con el amplio y enquistado poder de los generales egipcios y ha lanzado en el Sinaí la mayor operación militar en décadas. El líder islamista ha querido dejar claro quién manda en Egipto y ha consolidado su imagen presidencial de forma tan meteórica como inesperada. Era difícil imaginar que fuera a ser tan fácil desembarazarse de la eterna tutela militar egipcia, pero Morsi aparentemente lo ha logrado. Con suave firmeza, ha marcado un hito crucial en la tortuosa transición egipcia. La súbita asertividad del presidente no seduce, sin embargo, a todos. La nueva concentración de poder en las manos islamistas corre el riesgo, dicen los expertos, de polarizar aún más a la fracturada sociedad egipcia. A la espera de nuevas elecciones parlamentarias y con la Constitución pendiente de redacción, Morsi ostenta ahora un poder casi omnímodo, que ha despertado los recelos de buena parte de los egipcios.
Seguidores de los Hermanos Musulmanes y, en general, ciudadanos deseosos de que los militares, el llamado “Estado profundo”, transfiera el poder a las autoridades civiles, corrieron la noche del domingo a celebrar las decisiones de Morsi. Horas antes, el portavoz presidencial, Yaser Ali, había anunciado las nuevas medidas: el ministro de Defensa, el mariscal Husein Tantaui, símbolo del Ejército y del régimen de Mubarak a la vez —fue su ministro durante 20 años— quedaba fuera de juego. Acto seguido, anunció Ali, quedaba anulado el decreto constitucional, por el que el Ejército usurpó extraordinarios poderes al Parlamento y al presidente naciente. Con estas medidas, Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, se ha envuelto en el manto revolucionario, que los jóvenes y no tan jóvenes que destronaron a Mubarak en la plaza Tahrir le negaban. “La revolución del presidente sobre los militares”, titulaba hoy el diario independiente Tahrir. A las pocas horas del anuncio presidencial, Morsi se dirigió a la nación a última hora del domingo desde la emblemática mezquita de Al Azhar. “Las decisiones que he tomado no pretenden atacar a nadie ni avergonzar a ninguna institución. Tampoco pretendía recortar libertades”. Morsi se defendía de acusaciones que aún no se habían producido, pero que era consciente de que estaban por llegar.
Mohamed El Baradei, destacado opositor, ex director de la Agencia de la Energía Atómica, con conocidas credenciales revolucionarias y laicistas, dio la bienvenida a las decisiones de Morsi. Pero también advirtió del peligro de que el presidente ostente el poder legislativo y el ejecutivo a la vez. Opinó El Baradei que hay que formar una asamblea constituyente en la que estén representados todos los sectores de la sociedad y que asuma el poder de legislar hasta la celebración de nuevas elecciones parlamentarias, según el diario Al Ahram. Destacados juristas cuestionaron además la legalidad de las medidas, mientras que algunos analistas interpretaron que el problema ahora es que el poder ha pasado de las manos de unos, el Ejército, a las de otro, Morsi.
Con el Parlamento disuelto, el presidente se reserva ahora el poder de promulgar leyes, además de controlar el presupuesto y de formar la Asamblea constituyente que debe redactar la Constitución de la era post Mubarak. “Se trata de una toma de poder a los militares más que el fin del poder de los militares. Esta es una nueva fase de gobierno autoritario”, sostuvo Robert Springborg, profesor de la escuela naval del Departamento de Estado estadounidense y experto en el Ejército egipcio, en declaraciones al diario Al Masry al Youm.
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