_
_
_
_
_

Siria se desangra a fuego lento

El Ejército sirio bombardea incesantemente a la población civil de Al Qusayr

Un niño armado con un fusil AK-47 durante los combates la oposición siria. El niño llora por la muerte de su padre.
Un niño armado con un fusil AK-47 durante los combates la oposición siria. El niño llora por la muerte de su padre.DJILALI BELAID (AFP)

Un todoterreno con unos seis combatientes, Kaláshnikov en alto, recorre una calle desierta de Al Qusayr, entre los edificios destruidos. "¡Viva el Geish al Hor!", (Ejército Sirio Libre, ELS) grita una abuela desde un balcón, haciendo el signo de la victoria. Suena un estruendo y la mujer regresa corriendo al interior, al vulnerable abrigo de las bombas que desde hace tres meses castigan esta ciudad de la provincia de Homs, un limbo entre el cielo y la tierra donde sobrevivir es solo cuestión de suerte. El ejército de El Asad bombardea a la población civil desde el exterior, con ataques aleatorios, indiscriminados e imprevisibles. De día y de noche, a cualquiera le puede alcanzar un mortero paseando por la calle, en el salón de su casa, en el campo o en la ciudad.

Aquí, como en muchas zonas de Siria, la población se desangra a fuego lento. En Al Qusayr y alrededores hay una media de dos o tres muertos por día, en total 400 desde que comenzó la revuelta, según activistas locales. El 70% de los edificios han sido destruidos o dañados y tres cuartas partes de la población han huido a Damasco o al vecino Líbano.

Solo algunas familias han decidido quedarse, como la de Mariam, madre de tres hijos y viuda de un shahed (mártir) muerto a tiros en la puerta de su casa hace un mes. "Mi marido ha muerto aquí, yo me quedo aquí hasta que se vaya Bashar Al Asad", exclama temblando de furia, de pie en el pasillo de su casa e iluminada por un rayo de luz que entra por el agujero causado por una explosión. Mariam solía ir a las manifestaciones pacíficas que arrancaron al principio de la revuelta, hace ya año y tres meses, y que han dejado de celebrarse por seguridad. "Solos, así estamos. ¿Dónde está Francia, Gran Bretaña? Nadie nos ayuda. Aquí seguimos muriendo". La población se refugia en las plantas bajas de los edificios o en los sótanos de las escuelas de la ciudad.

Huir tampoco es una opción segura. Las famosas plantaciones de manzanos de esta región se han convertido ahora un enorme campo de batalla donde las tropas de Geish al Hor y el Ejército gubernamental tratan de ganar posiciones y se disputan el control de las carreteras.

Grupos de shabiha (criminales del régimen) atacan las casas de aterrorizados campesinos a los que acusan de colaborar con la revolución y los estruendos y los combates son constantes en los alrededores de Al Qusayr y las zonas colindantes de la frontera con Líbano, donde el ELS realiza operaciones de limpieza, acabando los controles del régimen. "En un mes hemos eliminado cinco y ahora tenemos tres tanques de los suyos", asegura Abu Arab, comandante de la brigada Al Farouq, una de las tres presentes en esta zona, donde el ELS se ha hecho fuerte y tiene ahora unos 3.000 combatientes.

La entrada de suministros por esa frontera, como comida o medicinas, es cada vez más difícil, mientras la guerra civil se recrudece y las deserciones se siguen contando con cuenta gotas. El hospital de al Qusayr está tomado por las tropas del régimen y los heridos se trasladan a un hospital clandestino donde hoy ingresó un bebé que tuvo que ser trasladado a Damasco y un joven que caminaba por la calle y le alcanzó un mortero. Hace dos semanas el ELS destruyó el Ayuntamiento y logró acabar con decenas de francotiradores que, apostados en la azotea, llegaron a matar a unos 70 civiles, aunque todavía quedan algunos francotiradores en el edificio del hospital central, aún tomado por las tropas del Asad y donde se atrincheran unos 80 soldados, de modo que el centro sigue siendo una zona intransitable donde hay que cruzar calles a toda velocidad.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

"Llevamos así demasiado tiempo. Estamos cansados y abatidos. Pero tenemos que seguir, no hay vuelta atrás", dice Hussein, uno de los valientes reporteros locales que ha decidido quedarse para seguir grabando la represión. "Las grandes potencias hablan y hablan, pero aquí no cambia nada", añade en relación con los recientes esfuerzos diplomáticos que hasta ahora han tenido vanos resultados sobre el terreno. 16.507 personas han muerto en Siria desde que estalló la más larga de las revoluciones árabes, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, y los combates continúan en otras localidades además de Al Qusayr, como Daraa, Idlib, Aleppo, los suburbios de Damasco, Deir Ezzor y la ciudad de Homs.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_