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Columna
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La hora de la responsabilidad

Pese a su popularidad en Europa, Obama puede ver su presidencia en riesgo por lo que ocurra en Grecia

Los líderes del G-8 se reúnen este fin de semana en Camp David. Allí estarán Angela Merkel, François Hollande, Mario Monti, Durão Barroso y Van Rompuy, responsables de gestionar este desaguisado político y financiero en el que se ha convertido la eurozona. Uno de los asuntos centrales será la crisis europea, que preocupa mucho. Y no tanto porque el presidente Obama o el primer ministro David Cameron sean entusiastas de la construcción europea, sino porque la eurozona es el principal socio comercial tanto de EE UU como de Reino Unido.

Obama quiso desde el principio de su mandato volcar a EE UU hacia el Pacífico y no ocultó su falta de paciencia con el bizantinismo y las complicaciones institucionales típicamente europeas. Ahora, hay gran preocupación allí porque la crisis de la eurozona pueda convertirse en el factor que descarrile la frágil recuperación económica estadounidense y, de paso, mandar a Obama a su casa en las elecciones de noviembre de este año. Es por ello previsible que exija explicaciones sobre las medidas que van a tomar para evitar que una eventual salida de Grecia provoque una nueva crisis financiera global.

Agazapado detrás de Obama estará el primer ministro británico, David Cameron, que, secundado por el gobernador del Banco de Inglaterra, sir Mervin King, también ha expresado públicamente su preocupación porque la inestabilidad europea acabe dañando gravemente la muy debilitada economía británica. Cameron ha hecho trizas la tradicional política británica hacia la Unión Europea, antiguamente llena de sutilezas y consideraciones pragmáticas, dando alas a las visiones más nacionalistas e ideológicas que pueblan en las filas de los conservadores británicos. Ahora, sus políticas de recortes han provocado una segunda recesión, que puede ser ahora agravada por la decisión que tomen los líderes que se sientan en una mesa, la de la eurozona, de la que Reino Unido ha decidido voluntariamente no ser parte en aras de preservar su supuesta soberanía.

Así pues, doble ración de paradojas del destino. Pese a su popularidad en Europa, incluso mayor que en EE UU, Obama puede ver su presidencia en riesgo por lo que ocurra en las elecciones griegas del 17 de junio, que de seguir las cosas así van a ser seguidas en la Casa Blanca con el mismo o mayor interés que las primarias republicanas. Visto desde Washington o Londres, lo inquietante debe ser cómo, mientras se ve el suelo europeo moverse bajo los pies de los líderes de la eurozona, estos se dedican a jugar un póquer bastante caótico con Grecia, formulando amenazas que no se sabe si están dispuestos a cumplir, retirándolas a continuación, especulando con escenarios cuyos costes se desconocen y, sobre todo, careciendo de plan alguno para gestionar nada de lo que verbalizan o insinúan.

Por su parte, el líder de la coalición Syriza, Alexis Tsipras, parece estar encantado con el planteamiento táctico que le ofrecen desde fuera: si su objetivo es dinamitar el sistema de partidos tradicional y establecer una nueva correlación de fuerzas, un Gobierno de salvación nacional sería un Gobierno de salvación de los partidos tradicionales de centroizquierda y centroderecha (el Pasok y Nueva Democracia) mientras que unas nuevas elecciones le permiten vislumbrar la posibilidad de hacerse con el poder sin necesidad de pactar con los viejos y agotados partidos.

Solo el presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, ha percibido con claridad que la estrategia de amedrentamiento público seguida estos días, a la cabeza de la cual se ha situado muy imprudentemente el presidente de la Comisión, Barroso, no solo es impropia, sino contraproducente, ya que incentiva a los griegos a votar basándose en emociones (el miedo o, alternativamente, el orgullo) en lugar de en consideración de sus intereses. En estas circunstancias, el futuro de Grecia en el euro, y la onda expansiva que generaría su salida quedan sometidos, a un lado, a unas elecciones en Grecia que tendrán bastante de emocionales, a otro, a las incertidumbres generadas por el hecho evidente de que los líderes europeos carecen de plan alguno para gestionar el proceso de salida y, menos aún, sus consecuencias legales, políticas y económicas. Esperemos que, una vez expuestos por Obama en Camp David a su propia insensatez y cortoplacismo, estos líderes puedan tomar un poco de perspectiva y entender la enorme responsabilidad histórica a la que se enfrentan. Ni el miedo ni las amenazas son la vía para salvar esta maltrecha Europa.

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