Mohamed VI aborta la islamización de la televisión que planeaba el Gobierno
El rey de Marruecos gana el primer pulso a los islamistas
La relación entre el palacio real y el Gobierno islamista está salpicada de tensiones, algo inédito en la historia de Marruecos, donde los Ejecutivos han aplicado hasta ahora las directrices del monarca. En última instancia es, sin embargo, el rey Mohamed VI el que sigue mandando, aunque en la nueva Constitución, aprobada en julio, haya cedido algunas de sus prerrogativas.
El primer ministro, Abdelilá Benkiran, líder del islamista Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), ha librado en abril su mayor pulso al soberano y su entorno. Lo ha perdido en toda regla. El PJD obtuvo la mayoría relativa en las elecciones legislativas de noviembre. Desde enero gobierna en coalición con otras tres formaciones aunque algunas carteras claves están en manos de hombres de palacio.
Mustafa el Khalfi, el ministro islamista de Comunicación, propuso este mes una reforma de la televisión pública -la única existente-, que obligaba a los dos principales canales a retransmitir los cinco llamamientos diarios a la oración, recortaba la programación en francés y ampliaba la religiosa. Prohibía, por último, la publicidad de las loterías –el islam reprueba los juegos de azar- privándola de 2,5 millones de euros de ingresos.
Esta islamización de la televisión, como la describen sus adversarios, suscitó una oleada de críticas de la oposición gubernamental y de personalidades o medios de comunicación considerados afines al monarca. Una de ellas fue Samira Sitail, la directora de informativos de 2M, el canal más ameno, o del diario Le Matin, descrito como el órgano oficioso de palacio.
Desde que fue nombrado primer ministro, Benkiran se había olvidado de sus embestidas contra el entorno del rey, pero los ataques contra la reforma televisiva le incitaron a retomarlas. En una reunión pública arremetió contra esos “bastiones” de poder desde donde se entorpece su labor.
“Los reyes no están forzosamente rodeados de buenas personas”, prosiguió Bekiran. “Pueden estar rodeados de enemigos que serán los primeros en dejarles caer”, añadió. Acabó formulando una difusa amenaza: “La primera árabe no está acabada; sigue aún ahí y podría volver”. El PJD no participó, sin embargo, en 2011 en las manifestaciones callejeras que impulsaron el cambio en Marruecos.
Horas después Mohamed VI convocó, el 22 de abril, a Benkiran, y a dos de sus ministros, El Khalfi y Abdalá Baha, al palacio real. Les conminó a respetar la pluralidad cultural y lingüística de Marruecos, según la prensa. “Quedó claro que en Marruecos el Gobierno desempeña un papel secundario con relación al palacio real”, señala Pierre Vermeren, autor de varios libros sobre el país.
Desde esa audiencia real el primer ministro ha empezado a recoger velas. La reforma televisiva se va a edulcorar. Benkiran envió además, al día siguiente, una rectificación a la agencia de prensa oficial MAP y también a Reuters. “Mis palabras han sido sacadas de contexto y desvirtuadas”, asegura.
Esta marcha atrás disgusta a las filas islamistas. Mohamed Hamdaui, presidente del Movimiento para la Unicidad y la Reforma, el ala del partido encargada de la predicación, lo dejó claro: “Aquellos que han votado al PJD esperan ver resultados concretos y no quieren oír los lamentos con relación a los focos de resistencia”. “Las poblaciones que han brindado sus sufragios al movimiento islamista rechazan la explicación que achaca el fracaso a los bastiones de resistencia”, añadió.
No es la primera vez que el rey desoye las intenciones de los ministros islamistas. El titular de Justicia, Mustafá Ramid, le pidió en vano, en enero, que indultase a Rachid Niny, el fundador del diario Al Massae. Niny salió el sábado de la cárcel tras cumplir su condena a un año por un delito de opinión.
Pero los islamistas también aprovechan los resquicios que les ofrece la ley. El ministro de Transportes, el islamista Abdelaziz Rabah, desveló el mes pasado los nombres de los 4.118 agraciados por el palacio real con licencias de transporte, urbano o interurbanos, otorgadas a dedo.
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