Rousseff intenta frenar una rebelión en la alianza de Gobierno
La presidenta destituye a los portavoces de ambas Cámaras, miembros del principal partido aliado, ante el persistente rechazo a las reformas del Ejecutivo
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha destituido de un plumazo a los portavoces del Gobierno en el Senado y la Cámara Baja, Romero Jucá y Cándido Vaccarezza. Ambos eran miembros del Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal aliado del Gobierno. Los ha sustituido por otros políticos del mismo partido, Eduardo Braga y Arlindo Chinalha.
El PMDB desafió a Rousseff en el Senado votando contra varias medidas presentadas por la presidenta. Un reto revela mejor que nada los sinsabores que la presidenta está sufriendo con la base aliada de los 10 partidos que apoyan su Ejecutivo. Casi desde el comienzo de la legislatura, en enero de 2011, el PMDB ha entorpecido las iniciativas legislativas de la presidenta.
El PMDB, aliado del Ejecutivo, desafió a la mandataria en el Senado
Rousseff ha tenido que superar la destitución o dimisión de 10 ministros, la mayoría heredados de su antecesor Lula da Silva, que se entendían mejor con el expresidente sindicalista que con la exguerrillera, más firme en sus decisiones y en pedir resultados concretos en la administración del Estado y en la realización de proyectos. Ahora el pulso es con el Congreso. Dilma ha desafiado cierta forma de actuar de los partidos aliados, acostumbrados a repartirse el poder entre ellos, obligando a aceptar sus juegos muchas veces a la presidencia de la República, que en Brasil tiene enormes poderes de decisión.
No pudiendo cambiar de un plumazo el viejo estilo político de alianzas —que supone que el Gobierno cuenta con apoyos desde la extrema izquierda a la extrema derecha—, lo que está haciendo Rousseff, según los expertos políticos, es colocar en los puestos clave, como en este caso de los liderazgos del Congreso, gente de su confianza, a los que pueda exigir fidelidad a los cambios que desea realizar. En los ministerios, al estar sometida al pacto por el que los partidos proponen los nombres de los ministros, la presidenta está resolviendo la cuestión nombrando a directores ejecutivos fieles a ella y con quienes acaba despachando más que con los mismos ministros.
Ahora ha empezado a hacerlo con el Congreso, donde la cuestión es más difícil y peliaguda porque existe una lucha abierta entre el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y el PMDB, su principal aliado, que se queja de que el primero quiere aplastarle.
Este año se celebran unas elecciones municipales cuyo resultado va a ser decisivo para las presidenciales de 2014. Hoy, el PMDB es el partido que cuenta con mayor número de alcaldes del país. El PT querría esta vez dar un revolcón al PMDB para desbancarlo y así estar seguro de poder ganar las elecciones de 2014. La lucha unas veces es sorda y otras abierta.
Dilma se encuentra, además, entre la espada y la pared. Lula, con quien conversa mucho, a veces en secreto, la empuja a contemporizar con ciertas exigencias de los aliados haciendo malabarismos, como los hacía él, para mantenerlos fundamentalmente fieles al Gobierno, aunque ni siquiera Lula lo consiguió siempre. A ella le gustaría otro tipo de juego.
Si, por una parte, esos plantes de la presidenta a sus aliados pueden ser, y lo están siendo para la opinión pública, una constatación de su carácter fuerte y decidido para resolver los problemas, por otra, son a veces vistos como la demostración de que “se siente perdida”, entre la fidelidad a Lula en su forma de gobernar y lo que a ella le gustaría hacer políticamente.
Ello llevaría a una cierta paralización en la gestión del Gobierno que retrasa proyectos importantes como las obras de preparación del Mundial de Fútbol de 2014, lo que ha sido criticado por la FIFA. Y explicaría que el gigante Brasil, sexta economía del mundo, haya crecido apenas un 2,6% en comparación con el 7% del año pasado.
Por ahora, el pulso de Rousseff con los aliados del Gobierno continúa y aún dará coletazos. Esta semana el PMDB lanzó otro desafío en el Senado. Ni siquiera 24 horas después de que la presidenta destituyera a Jucá como portavoz de la Cámara alta, este fue elegido como relator del Presupuesto General del Estado de 2013, un cargo de gran importancia y responsabilidad. Y han vuelto a reaparecer las denuncias contra el ministro de Desarrollo, Industria y Comercio, Fernando Pimentel, uno de los miembros del Gobierno más cercanos a la presidenta y amigo personal desde que lucharon en los grupos de extrema izquierda en tiempos de la dictadura militar. Es otro aviso.
Merval Pereira, columnista político del diario O Globo y académico de la lengua, ha escrito: “La presidenta Dilma está intentando montar un ministerio y un equipo político en el Congreso que le deba más a ella que a sus partidos, e incluso que al expresidente Lula, para, por fin, empezar su Gobierno”.
Abandono del Partido Progresista
La noticia ha caído como una bomba en el Gobierno. Los siete senadores del Partido Progresista (PR), dominado por los evangélicos, uno de los más fieles al Gobierno desde su fundación, acaba de abandonar a Dilma y ha pasado a la oposición. El gesto del PR, partido fundado por el fallecido exvicepresidente de la República José Alencar, empresario y gran amigo de Lula, es lo más significativo de la pugna en curso entre Dilma y el Congreso, una pugna que no dejará de tener consecuencias políticas.
Es la primera vez, desde que Lula llegó al poder, que un partido aliado declara la guerra al Gobierno. El grupo evangélico en el Congreso es muy fuerte, por lo que sin él, Dilma difícilmente podría gobernar. Los evangélicos fueron fundamentales en el nombramiento de Rousseff, que tuvo que firmar una carta confesando que era contraria a la legalización del aborto para asegurarse sus votos.
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