¿El declive de Limbaugh?
El popular presentador radiofónico agita Estados Unidos tras llamar “prostituta” a una estudiante
La relación entre el partido republicano y las mujeres ha polarizado la vida política y mediática de Estados Unidos en los últimos días. El origen del debate no radica en la regulación del aborto o la financiación de los métodos anticonceptivos sino en los insultos del presentador de radio más poderoso del país, Rush Limbaugh, a una estudiante de derecho de Georgetown. Sus insultos han determinado a casi medio centenar de anunciantes a abandonar el patrocinio de su programa. Si sus oyentes siguen el mismo camino, a la pérdida millonaria el comunicador sumaría una mayor, la de su enorme influencia en la derecha norteamericana.
El pasado 29 de febrero, Limbaugh la llamó “prostituta” a la universitaria Sandra Fluke por apoyar la inclusión del acceso gratuito a los anticonceptivos en el plan de salud de Barack Obama. En los días sucesivos siguió atacándola con frases como esta: “Señorita Fluke y resto de ‘feminazis’, este es el trato. Si nosotros vamos a tener que pagar por vuestros anticonceptivos, y por tanto pagar para que podáis tener sexo, queremos algo a cambio. Os diré el qué. Queremos que pongáis los videos sexuales on line para que todos podamos verlos”
Si nosotros vamos a tener que pagar por vuestros anticonceptivos, y por tanto pagar para que podáis tener sexo, queremos algo a cambio. Os diré el qué. Queremos que pongáis los videos sexuales on line para que todos podamos verlos" Rush Limbaugh
El presentador es el líder de la radio norteamericana desde hace más de 20 años. Su programa, el Show de Rush Limbaugh, se emite de lunes a viernes de doce a tres de la tarde en más de 600 emisoras en todo el país. Cada día, 15 millones personas –él asegura que son 20- están pendientes de su transistor y atentos a sus mordientes palabras y ácidos comentarios. El comunicador, autoerigido en garante de las esencias del conservadurismo norteamericano, es muy crítico con aquellos republicanos a los que no considera lo suficientemente de derechas. Un comentario suyo puede dar al traste con las aspiraciones políticas de cualquier candidato.
La influencia de Limbaugh, que se embolsa unos 50 millones de euros al año (38 millones de euros), no termina en las ondas. No solo es un líder mediático, también es un líder de opinión entre las filas republicanas. Su retórica conservadora le ha convertido en una especie de ideólogo de ese partido. Desde que comenzara con su programa a mediados de los 80, su éxito ha corrido paralelo a su creciente preeminencia en la vida política de EE UU: en 1995 protagonizó la portada de Time bajo el título “¿Es Limbaugh bueno para América?”; la revista National Review le otorgó el honor de ser el verdadero líder de la oposición durante la presidencia de Bill Clinton; todos coinciden en considerarlo el instigador del impeachment de aquel por su relación con Monica Lebinsky y en uno de los artífices de la victoria del partido republicano en las elecciones al Congreso de 2010.
Además de por sus comentarios sexistas y misóginos –a Hillary Clinton la llama “sex-cretaria” de Estado-, Limbaugh es conocido por sus declaraciones racistas, mucho más explícitas desde que Obama, a quien se refiere como “el Negro Mágico”, está en la Casa Blanca.
Hasta ahora su lenguaje solo había dado lugar a protestas y censuras más o menos airadas, pero los insultos a la estudiante de Georgetown le han salido más caros. Más de 40 anunciantes han abandonado su programa. Poco acostumbrado a pedir perdón, el sábado publicó un comunicado en el que se limitaba a reconocer que la elección de sus palabras “no había sido la más adecuada” y que solo había querido dar uno “tono humorístico”. Reiteró sus disculpas en las ondas pero no perdió la ocasión para atacar a los demócratas. “Al usar esas palabras me puse a su mismo nivel. Es importante no comportarse como ellos cuando se les combate”. Cómodo en la controversia, a Limbaugh no parece importarle la pérdida de patrocinadores o que pueda ser despedido como otros colegas que recientemente han hecho comentarios similares. Su programa es el que más beneficios reporta a la cadena que lo difunde, Premiere Radio Networks, que en 2008 firmó con el presentador un contrato de ocho años por unos 400 millones de dólares. De hecho, de las 600 estaciones que radian su programa sólo dos (una en Hawai y otra en Massachusetts) han suspendido la emisión.
Sus comentarios le ha hecho perder patrocinadores pero no oyentes. A su público devoto y fiel ha sumado buen número de curiosos que quieren comprobar cómo se las gasta Limbaugh. Entre los políticos más a la derecha del partido republicano las adhesiones siguen intactas, Sarah Palin y Michelle Bachmann –que se retiró de la carrera por las primarias en enero- le han mostrado su apoyo. Sin embargo, otros representantes como el senador John McCain han censurado abiertamente sus palabras, algo poco habitual hasta la fecha.
Su retórica conservadora le ha convertido en una especie de ideólogo del partido republicano
La polémica generada por Limbaugh transciende, sin embargo, al mero insulto. Las declaraciones del comunicador han desviado la atención del verdadero problema, la intromisión del Estado en la libertad religiosa y los límites de la defensa del derecho a la salud de la mujer, cuestiones que la Administración Obama estaba teniendo problemas para explicar a la opinión pública. Pero los comentarios del gurú de la derecha americana han dado aire a los demócratas que se apresuraron a acusar a Limbaugh de desatar una guerra contra las mujeres del partido republicano.
El propio presidente de EE UU entró de lleno en la polémica. El lunes habló personalmente con la estudiante para agradecerle su apoyo. “Llamé a la señorita Fluke porque pensé en mis hijas y en que una de las cosas que me gustaría que hicieran cuando crezcan es que defiendan las causas en las que creen, aunque yo no esté de acuerdo, sin que sean atacadas o insultadas solo porque están siendo buenas ciudadanas”, explicó Obama a la prensa el martes.
Las reacciones de los candidatos republicanos a las primarias fueron más tibias. Mitt Romney –a quien el presentador ya ha acusado de no ser realmente conservador- se limitó a decir que las palabras de Limbaugh no son las que él hubiera utilizado; Rick Santorum lo excusó por considerar que es un showman que solo busca entretener; Newt Gingritch esperó a que se disculpara para atacar a la “prensa elitista” por centrar su atención en las declaraciones de Limbaugh y no en los verdaderos temas que preocupan a los ciudadanos. El más duro fue Ron Paul que, haciendo gala de su independencia, consideró que sus disculpas no eran sinceras ya que habían sido motivadas por la pérdida de anunciantes. “Eso es lo que le mueve”, dijo.
Más de una semana después, la polémica no ha amainado. El propio Limbaugh se encarga de avivarla haciéndose eco en su programa de los múltiples artículos que se siguen escribiendo sobre él. Y no parece haber escarmentado. Ha terminado su peor semana tildando de “opinión Z-O rra” (B-I-tchy opinion), la columna de una periodista de The Washington Post en la que criticaba su comportamiento.
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