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La izquierda europea mira hacia París

Un triunfo de Hollande es esencial para consolidar un proyecto alternativo De los 27 países de la UE, solo cuatro tienen Gobiernos socialdemócratas

Andrea Rizzi
El candidato socialista a la presidencia de Francia, François Hollande.
El candidato socialista a la presidencia de Francia, François Hollande.THIERRY ZOCCOLAN (AFP)

Una única ópera se ha representado en lo que va de década en los teatros políticos de Europa. En sus escenarios, tenores y sopranos gubernamentales han entonado con vigor el canto de la austeridad y de la flexibilización de los mercados laborales; orquestas de empresarios han acompañado con convicción (y gusto); y, desde atrás, un coro de instituciones económicas y financieras internacionales, ha alentado, ahora piano, ahora forte, sin descanso. La representación ha avanzado implacable.

Mientras, músicos y protagonistas del flanco izquierdo de los teatros se afanaban para hallar una partitura para una ópera alternativa creíble. Que emocionara, o al menos convenciera, al público. Buena parte de la audiencia ha tenido en estos años la sensación de oír, desde la izquierda con tradición gubernamental, solo pálidas variantes del libretto de la derecha.

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Los dirigentes progresistas han acatado, casi todos sin rechistar, el diktat alemán sobre la regla de oro del déficit; han evitado cuidadosamente formular sonoras objeciones o alternativas ante el terrible espectáculo de la negociación con Grecia. Pero la coyuntura política parece ofrecer una oportunidad a los que desean otra música. Todos miran hacia París.

El candidato socialista a las presidenciales francesas de abril y mayo, François Hollande, es el único líder de peso que se ha manifestado claramente en contra del tratado europeo de austeridad pactado en enero. Hollande, que encabeza los sondeos, ha declarado que, si gana, exigirá una renegociación del mismo; ha abogado por la institución de eurobonos; deprecado que el acuerdo no incluya previsiones más explícitas a favor del crecimiento; prometido mayores impuestos a la banca.

De los 27 países de la Unión, tan solo cuatro (Austria, Bélgica, Chipre y Dinamarca) tienen Gobiernos liderados por socialdemócratas. Pero una victoria de Hollande podría abrir paso a un cambio de marea. El socialista tendría un precioso aliado conceptual al otro lado de los Alpes para afianzar una política económica alternativa. Pese a no pertenecer a la misma familia política, Mario Monti figura entre aquellos que combaten con vigor el monocultivo de la ultraortodoxia fiscal. Y al otro lado del Atlántico, una eventual reelección de Barack Obama ofrecería un respaldo a un intento de viraje político en Europa.

La izquierda europea coincide grosso modo en la intención de ralentizar los procesos de ajustes fiscales y poner mayor acento en el crecimiento. Pero, hasta ahora, este anhelo no parece haberse cristalizado en un proyecto realmente sólido y alternativo. Pese a la crudeza de los recortes, no se nota una carrera de votantes para colocarse bajo el paraguas social progresista. ¿Qué ocurre?

“Los partidos progresistas sufren desde hace ya tiempo el conflicto entre tener una actitud considerada como responsable’ u otra que responda a las expectativas de sus bases electorales”, observa Luciano Bardi, codirector del Observatorio sobre Partidos del Instituto Universitario Europeo, en conversación telefónica. Con la crisis, la distancia que separa los dos extremos de este dilema se ha convertido en un abismo. Una distancia insalvable.

Por lo general, los dirigentes izquierdistas han elegido políticas que tranquilicen los mercados y satisfagan al gran contribuyente neto europeo: Berlín. En España, Portugal y Grecia los socialistas han pagado un caro precio por ello. Algunos creen que no tenían alternativa; otros, que no tuvieron coraje. Sea como fuere, en estos tiempos, está claro que el riesgo de espantar a los mercados haría temblar el pulso a cualquiera.

El asunto se agrava si se considera que la derecha no sufre el mismo dilema, al ser mucho más convergentes los intereses de su base electoral con aquellos de los indispensables mercados. En este nudo reside en buena medida la explicación de la aparente paradoja por la que, en medio de una crisis incubada en los meandros más oscuros del capitalismo, la izquierda esté tan débil.

“Los progresistas siguen siendo una alternativa real en cuestión de derechos civiles, pero en política económica han dejado de serlo hace décadas. El ciclo hegemónico de la derecha empezado con Thatcher y Reagan no ha acabado todavía”, explica Bardi. Así, con respecto al pasado, los progresistas son percibidos como corresponsables del descontrol que ha llevado al desastre; con respecto al futuro, no se les ve como portadores de proyectos económicos realmente diferentes. “Pero los ciclos hegemónicos cambian por acontecimientos sistémicos. Esta crisis lo es. Quizá, aunque no sea evidente, estamos incubando un cambio de ciclo”, sugiere Bardi.

Marc Stears, profesor del departamento de política de la Universidad de Oxford, elabora otro elemento de reflexión. “Los partidos de izquierda en Europa se han desconectado de las bases. Se han quedado atrapados en una dimensión técnica que no moviliza a nadie. Esto es muy problemático, porque incluso si un partido logra formular un proyecto alternativo creíble, la movilización es indispensable para propagarlo”, afirma Stears por teléfono. Significativamente, el fermento social que recorre Europa en estos tiempos no es casi nunca promovido por los partidos, sino por una galaxia de movimientos y ciudadanos independientes.

“En Reino Unido, el partido laborista está intentando catalizar esta plétora de grupos, pero la maniobra es claramente muy difícil”, observa Stears, quién señala la campaña de Barack Obama en 2008 como un brillante intento de conectar con la sociedad. “Los partidos progresistas europeos se fijarán mucho ahora en el nuevo programa de Obama; harían bien en fijarse también en cómo organiza su campaña”, dice el profesor británico.

El sistema electoral del Reino Unido dificulta el desarrollo de partidos marginales. Pero, en el resto de Europa, formaciones sin una clara vocación gubernamental –y por tanto no paralizadas por el dilema mercados/pueblo- pueden cabalgar el descontento y conquistar votos tradicionalmente socialdemócratas.

De esta situación, naturalmente, han extraído beneficio partidos del espectro político progresista, como Izquierda Unida en España o Izquierda, Ecología y Libertad en Italia. En Dinamarca, por ejemplo, el partido socialdemócrata ha recientemente vuelto a liderar el Gobierno, pero con su peor resultado electoral en décadas, y a costa de embarcar en el Ejecutivo una coalición fragmentada.

Además, incluso formaciones ajenas al espectro progresista amenazan con aprovecharse. La Liga Norte en Italia o el Frente Nacional en Francia ya han atraído en el pasado a votantes que apoyaban a los socialdemócratas. Hoy, con su retórica anti-recortes sociales, pueden redoblar su cosecha.

Todo ello no impide que el malestar social frente a los ajustes fiscales que ahora en casi toda Europa implementan partidos de derecha permita a varias formaciones socialdemócratas regresar en el poder en los próximos años. Pero tendrán probablemente que enfrentarse a parlamentos muy fragmentados.

Y, en todo caso, ahora más que nunca, la alternancia no es sinónimo de alternativa. De momento, François Hollande es el único que parece postularse como tenor protagonista de una opera alternativa para los teatros europeos.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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