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ANÁLISIS
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La cumbre: traducción libre

Aspectos clave de un Acuerdo Internacional, según la declaración solemne de los jefes de Estado, que tiene que acabar de confirmarse hoy

Claudi Pérez

Más Europa. Avance del federalismo, cesión de soberanía al centro, reglas fiscales más claras. La Unión de los 23+3: solo Reino Unido queda fuera, aislado, tratando de proteger a la City de Londres. Alemania gana más unión fiscal con sanciones para los incumplidores, disciplina, austeridad, esas cosas. Eso sí, no hay más dinero, el BCE no ha hecho aparición, Europa está en manos del FMI y en definitiva las cosas están como estaban. Las decisiones vinculantes para la próxima generación de europeos llegaron esta madrugada, y puede que por eso las conclusiones apresuradas de la cumbre suenen algo alteradas por la nocturnidad, el ruido, el habitual exceso de palabras (y la falta de hechos concretos) propios de este tipo de cumbres. Estos son algunos de los aspectos clave de un Acuerdo Internacional, según la declaración solemne de los jefes de Estado, que tiene que acabar de confirmarse hoy. Tanto el BCE como el FMI, dos de los agentes imprescindibles para restañar las heridas de la crisis fiscal y bancaria europea, han aplaudido ya ese pacto. Pero Europa sigue a la espera de una dama: es la canciller alemana Angela Merkel quien tiene que salir en televisión explicando con sencillez y claridad –todo lo que ha faltado a los líderes europeos durante dos años y medio—que este es el acuerdo. Y que a partir de aquí el BCE puede ponerse a trabajar con la compra de bonos a gran escala que disipe todas las dudas. De momento, los palos están claros: austeridad, disciplina, reglas del déficit cero constitucionales, pacto fiscal. Al cabo, los palos siempre están claros. Ahora falta la zanahoria. Si el acuerdo es realmente lo que Berlín y Fráncfort (lo que Alemania y el BCE) persiguen, eso se verá el lunes en las mesas de los operadores que compran y venden deuda pública.

23+3 no son 27, pero casi: Ante la imposibilidad de avanzar con el Tratado actual por el veto del Reino Unido, los 17 del euro y seis de sus aliados (Polonia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Rumania y Bulgaria) acuerdan firmar un “Acuerdo Internacional” para establecer un nuevo pacto fiscal, que implica reglas más estrictas para controlar el déficit público e imponer sanciones más severas a los incumplidores. Suecia y República Checa tienen que pensarlo. Hungría da señales de que también podría sumarse a ese grupo de reflexión. Solo Reino Unido rechaza los cambios ante el miedo a que la City pierda su estatus de centro financiero europeo: Europa quiere nuevas reglas para los mercados y no acepta el veto británico. El centro financiero debe estar en la Europa continental (probablemente, en Francfort) y bajo las reglas de la Unión. En fin, 23 están a favor, de momento hay dos abstenciones (más Hungría) y un voto en contra: esa no es la fractura de Europa que algunos esperaban. Aunque no hay que descartar que Londres dé un golpe de efecto.

Disciplina a la alemana. Alemania siempre gana: “El resultado de la cumbre es más Europa y un avance del federalismo y la cesión de soberanía al centro”, dice el economista José Carlos Díez. Esa es la tesis alemana. Con todas sus consecuencias: se fija una regla fiscal en todas las constituciones para no superar el 0,5% estructural. En España eso ya está prácticamente hecho. Además, se avanza por el camino de las sanciones automáticas en el caso de los incumplidores, y cada país tendrá que informar de las emisiones de deuda (aunque no queda claro si habrá limitaciones para emitir). Una vez más, gana Alemania (aunque cuando Alemania incumplió esos mismos criterios, hace siete años, exigió un cambio de normas: ese pasado reciente le quita credibilidad al resultado final). El acuerdo, por cierto, se firmará, como muy tarde, en marzo. Incluso se abre la puerta a que esa firma se haga antes. Por fin algo de velocidad a la esclerótica reacción institucional europea.

Rescates. Se acuerda “el desarrollo de herramientas de estabilización para hacer frente a los desafíos a corto plazo”, según el enrevesado lenguaje de Bruselas. Traducción bastarda: reglas claras para el fondo de rescate. El BCE supervisará el EFSF, que se convertirá en permanente a mediados del año próximo, antes de lo previsto. El límite de endeudamiento será de medio billón de euros, pero atención: en marzo podría elevarse esa cifra. Además, en el plazo de 10 días habrá un acuerdo para dar préstamos bilaterales al FMI por 200.000 millones, en caso de que algún país de la eurozona (¿Italia? ¿España?) lo necesite. Y una cosa más: se eliminan las cláusulas de acción colectiva que Berlín y París acordaron hace un año en Deauville y que precipitaron la crisis de la deuda pública porque suponían admitir que los países pueden suspender pagos. Eso solo vale ya para Grecia. “Grecia es un caso único”, han repetido Merkel y Sarkozy en los últimos días. Eso no va a suceder en ningún otro caso, según el acuerdo. Hay quien dice que eso son deseos sin base real. Pero es evidente que la deuda pública era hasta esta crisis el activo más seguro y que con ese tipo de cláusulas se generó un estigma que no va a ser fácil eliminar.

Flaubert se cuela en Bruselas. Evidentemente, se trata de un gran paso adelante, que se une a las medidas extraordinarias aprobadas por el BCE para defender a la banca. Pero no es suficiente: no es el final de la crisis del euro, lo que Flaubert denominaba “la rabia de querer concluir”, la pulsión tan lógica de los europeos por querer acabar con la crisis de un plumazo (así lo cuentan Antón Costas y Xosé Carlos Arias: La torre de la arrogancia). De momento están claros los palos, pero no las zanahorias: nadie dice cómo va a volver el crecimiento con tanta austeridad, nadie dice cómo va a volver la confianza a un mercado que estigmatiza la deuda pública europea, nadie pone un solo euro sobre la mesa por el momento. A corto plazo todo sigue igual. Las dudas sobre el futuro de la eurozona no se han disipado. Para que eso ocurra faltan dos declaraciones solemnes, de la dama más poderosa de Europa y del hombre más poderoso del continente. Angela Merkel y Mario Draghi tienen la palabra.

Esperando a Merkel. La canciller alemana salió de madrugada de la cumbre sin hacer declaraciones. No comentó la declaración final, un documento de seis páginas escrito con una sintaxis retorcida y con una nomenclatura incomprensible para alguien que no tenga por costumbre leer ese tipo de novelas de misterio de la UE. Pero es evidente que ese texto se parece mucho a lo que quiere Alemania. La rueda de prensa de Merkel debería haber sido fundamental. No obstante, simplemente ha dado el visto bueno a los resultados de la reunión, sin grandes alharacas, y ha dicho que es un paso en la buena dirección, aunque ha reiterado que la salida del túnel será larga. Tibieza alemana, a pesar de que ha conseguido la mayor parte de lo que quería.

Supermario. Si Alemania se va satisfecha, Draghi tendrá la pelota en su tejado. El presidente del BCE ha pedido un “pacto fiscal” creíble, y en teoría ya lo tiene. Pedía un acuerdo amplio, claro y estricto para disciplinar las finanzas públicas europeas: ahí está. Se ha negado centenares de veces a apretar el botón nuclear, la compra de deuda pública a gran escala, hasta que eso estuviera listo. Los mercados dictarán sentencia el lunes sobre cuánta niebla ha disipado la cumbre de Bruselas. Pero Draghi es quien tiene el bazoca en las manos: si decide que Europa ha dado realmente el paso adelante que el BCE reclamaba, hará lo mismo que hizo en su día su antecesor, Jean-Claude Trichet: por la mañana negaba que fuera a comprar deuda pública y por la tarde lo hacía. Con una diferencia: esta vez tiene que hacerlo convencido, de forma masiva, comprometido, sin taparse la nariz. Un trágala nada fácil para un banquero central que en teoría debe ocuparse de la inflación y la estabilidad financiera, que piensa que hacer eso es dar los incentivos equivocados porque cuando la presión se esfume nadie hará recortes ni reformas. La alternativa es seguir con el agua al cuello, con esta disciplina de mercado que tiene a Italia al borde de un accidente, y al euro al borde del infarto. Nada es gratis: el BCE se juega mucho en el envite. Se supone que esta vez los políticos han hecho los deberes. Europa, en fin, está en manos de Draghi, un italiano de Roma, exejecutivo de Goldman Sachs, exestudiante en Estados Unidos, excelente diplomático y economista, que no ha tenido reparos en dar todas las facilidades a la banca para evitar un Lehman Brothers europeo, pero que hasta ahora no ha seguido esa misma regla de oro con los Estados por ese argumento retorcido que son los incentivos perversos cuando Europa se juega el futuro de la próxima generación.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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