Las lágrimas de la credibilidad
El llanto de la ministra Elsa Fornero al anunciar los recortes hizo a los italianos conscientes de la situación y también abrió un nuevo tiempo en la política
La ministra de Trabajo italiana, Elsa Fornero, no puede contener el llanto durante el anuncio de las medidas de ajuste. Fornero, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, explicaba los recortes planteados cuando se echó a llorar al pronunciar la palabra "sacrificio". A continuación, Monti tomó la palabra y dijo: "Conmuévete, pero corrígeme".
La ministra no quiso llorar, pero lloró. Y sus lágrimas no buscadas, su gesto sincero de dolor, trazaron una frontera entre un antes y un después. Antes de las lágrimas de la ministra Elsa Fornero tal vez los italianos –como los españoles, como los franceses— no eran del todo conscientes de que, para salir de la crisis, será necesario hacer sacrificios. Ya sí lo saben. Se lo ha dicho, a corazón abierto, la profesora Fornero, catedrática de Economía Política de la Universidad de Piamonte, fundadora del CERP (un prestigioso centro de investigación europeo en políticas de pensiones y seguridad social), una mujer que a sus 63 años no había sentido nunca la tentación de la política hasta que su país –al borde del precipicio—se lo pidió.
Por tanto, no son las lágrimas de una guapa higienista dental a quien Silvio Berlusconi encumbró a la cúpula de la política a cambio de mejor no saber qué. Es el dolor de alguien que, desde el conocimiento, ha vislumbrado lo oscuro del túnel y a esa hora de la noche del domingo –después de muchas horas de trabajo— tal vez puso rostro a uno de esos pensionistas que tan bien conoce y que, a partir de ahora y por culpa de la maldita crisis, se les vuelve a complicar la vida.
Las lágrimas de la ministra de Trabajo, a tenor de lo leído en la prensa italiana, marcan también otra frontera. La de la credibilidad. No la de la credibilidad hacia Europa y los banqueros que fue la que utilizó el presidente Giorgio Napolitano para descabalgar a Silvio Berlusconi del poder y colocar en su lugar al tecnócrata Mario Monti. No. La de la credibilidad de los ciudadanos hacia la política, tan desprestigiada en Italia –como en España, como en Francia— por quienes la han convertido en un modo de vida y no de servicio. “También los técnicos tienen un alma”, es la primera frase del análisis de Filippo Ceccarelli en la portada de La Repubblica. Ahí está el descubrimiento.
Y ahí la otra frontera: además de capear el temporal de la crisis, el Gobierno de Monti tiene la oportunidad de inocular en los políticos la necesidad de establecer una relación más sincera con los ciudadanos, y en los ciudadanos la posibilidad de volver a creer en la política. Por el momento, solo Pier Luigi Bersani, el líder del izquierdista Partido Democrático, parece haberse dado cuenta de que se puede construir otra Italia de estos escombros. De que la tierra de la política, tanto tiempo esquilmada por quienes solo la utilizaron a su antojo, puede volver a ser fértil y útil. Las lágrimas de la ministra Fornero –lejos de avergonzarla a ella y a su Gobierno— vienen a regar el futuro.
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