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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de Yemen

El desenlace sugiere que los Gobiernos árabes ya no respaldan automáticamente a los dictadores

El presidente de Yemen, Ali Abdalá Saleh, se ha convertido en el cuarto dictador árabe depuesto por las revueltas que se iniciaron en Túnez hace apenas un año. Desde el 27 de enero, fecha en que se produjeron en Saná las primeras manifestaciones contra su régimen, Saleh se comprometió en dos ocasiones a abandonar el poder, desdiciéndose acto seguido. A la tercera ha ido la vencida, tras la presión combinada de los manifestantes dispuestos a desafiar la represión y de los países del Consejo de Cooperación del Golfo. Saleh deja detrás dos centenares de muertos y un país dividido sobre la inmunidad que le garantiza el acuerdo con la oposición.

La caída de la dictadura yemení representa un nuevo modelo de revuelta, distinto del tunecino y el egipcio, y también del libio. Aunque la violencia ha estado más presente que en los dos países pioneros en las sublevaciones, Yemen no ha llegado a una guerra civil como en el caso de Libia. La novedad de su desenlace radica en el decisivo papel desempeñado por los países vecinos. Desde el inicio de las revueltas en Túnez, Arabia Saudí viene observando con preocupación la posibilidad de que se extendieran al Golfo. Mientras que, en el caso de Bahréin, envió tropas para colaborar en la represión de los manifestantes, en Yemen ha optado por la vía de facilitar la negociación. Esta vía es la que también se está intentando en Siria, ofreciendo a Bachar el Asad un acuerdo semejante al que ha terminado aceptando Saleh: inmunidad a cambio del abandono del poder.

Aunque existen razones específicas que explican la implicación del Consejo de Cooperación del Golfo en el desenlace de las revueltas en Yemen, lo cierto es que muchas cosas han cambiado desde la caída de Ben Ali en Túnez y Mubarak en Egipto. El acuerdo alcanzado en Yemen con la participación de las potencias regionales sugiere que la reacción de los Gobiernos árabes no consiste ya en respaldar automáticamente a los dictadores. Ahora introducen matices y tratan de distanciarse de aquellos que, como Saleh o El Asad, han optado por una represión sin contemplaciones.

Las incógnitas políticas que se ciernen sobre Yemen no son distintas de las que lo hacen sobre los restantes países en los que se ha depuesto al tirano. En cualquier caso, son preferibles a las asfixiantes certezas que los sojuzgaban antes de las revueltas.

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