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Editorial

Trágica semana turca

El afán de Erdogan de debilitar militarmente a la guerrilla kurda no va a estabilizar la región

La pasada fue una semana trágica para Turquía y para su primer ministro, Recep Tayyip Erdogan. Un ataque de la guerrilla kurda del PKK contra la ciudad de Hakkari, en la región fronteriza con Irak, dejó 26 soldados muertos y un número aún mayor de heridos. Apenas unos días más tarde, un terremoto de 7,2 grados asolaba la provincia de Van, provocando decenas de víctimas y la destrucción de viviendas e infraestructuras. Después de varios meses volcado en la política exterior, especialmente en la construcción de los nuevos equilibrios en Oriente Próximo tras el estallido de las revueltas árabes, Erdogan se ha visto forzado a volver la vista hacia los asuntos de política interna.

La caída de Sadam Hussein dio paso a un régimen de autonomía para el Kurdistán iraquí que resulta preocupante desde la perspectiva de Ankara, puesto que favorece las reivindicaciones de los kurdos bajo soberanía turca. Erdogan trató de reconocer en un primer momento algunas de sus reivindicaciones, como la utilización de la lengua kurda en la enseñanza. Pero las reformas políticas marchan despacio o han sido definitivamente abandonadas, haciendo cada vez más difícil la posibilidad de que Erdogan, según pretendía, consiga hacer de su partido una fuerza política destacada en la región kurda fronteriza con Irak. El AKP ha ido perdiendo apoyos, un proceso que la guerrilla del PKK quiere acelerar con ataques como los de Hakkari y contando de antemano con la contundente respuesta del Gobierno de Erdogan.

Esta lo ha sido, tanto para debilitar a una guerrilla capaz de ofensivas de una amplitud desconocida desde 1993, como también para dar salida al auge del sentimiento nacionalista turco que invariablemente provocan los ataques del PKK. También esta vez, Erdogan ha dado orden a sus tropas de penetrar en territorio iraquí, confiando en que las autoridades autónomas kurdas no protestarían ni tampoco Estados Unidos, con importantes bases militares en la zona. La retirada estadounidense de Irak, confirmada por Obama, convierte la apuesta del Gobierno turco en una carrera contra el reloj. Todas las partes implicadas son conscientes de que sin las tropas de Estados Unidos la situación puede empeorar. Pero la urgencia de Erdogan por debilitar militarmente a la guerrilla kurda no estabilizará la región salvo que reemprenda las reformas abandonadas. Puede que sea tarde para calmar el Kurdistán turco, pero mejor tarde que nunca.

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