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ANÁLISIS
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un país sin cultura democrática

Lo único que unía a la heterogénea oposición libia era desalojar del poder al sátrapa

Ignacio Álvarez-Ossorio

Con la muerte de Gadafi se cierra definitivamente un capítulo en la historia de Libia. Atrás quedan los 42 años que duró el fallido experimento de la yamahiriya y ocho meses de cruenta guerra civil que ha provocado miles de muertos. Por delante una tarea que se presenta como colosal: la construcción de una Libia democrática.

Un requisito fundamental para poner fin a la guerra civil será desarmar, sin más dilación, a las diferentes milicias y facciones que han conseguido derrotar, con la inestimable ayuda de la OTAN, a las tropas progubernamentales. También deberían evitarse las represalias contra los leales a Gadafi. Debe recordarse que tanto Amnistía Internacional como Human Rights Watch han acusado a ambos bandos de perpetrar crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra y han demandado que se abra una investigación veraz para establecer las pertinentes responsabilidades.

El Gobierno interino debería evitar, además, las purgas dentro de la Administración y el Ejército. En todo momento debería tenerse presente la amarga experiencia iraquí, cuando la ilegalización del Baaz y la desmovilización del Ejército resquebrajaron el Estado central y abonaron el terreno para la guerra sectaria. Con el objetivo de no tropezar en la misma piedra, el Consejo Nacional de Transición anunció recientemente su propia Hoja de Ruta para devolver la normalidad a Libia.

En la próxima primavera se elegirá una Conferencia Nacional encargada de redactar la nueva Constitución. El presidente interino, Mustafá Abdelyalil, se ha comprometido a que todos los ciudadanos serán iguales ante la ley independientemente de su religión, etnia, lengua, ideología o credo, pero también ha advertido que la sharía se convertirá en la única fuente de legislación, un guiño a los sectores islamistas que tanto han contribuido a la caída del antiguo régimen. En un plazo máximo de 18 meses deberían celebrarse las primeras elecciones libres y competitivas en la historia contemporánea del país.

El cumplimiento de esta Hoja de Ruta está amenazado por diversos factores. Erigir los cimientos de la Libia pos-Gadafi no será, ni mucho menos, una tarea sencilla. Lo único que unía a la heterogénea oposición libia era la necesidad de desalojar del poder al sátrapa. Una vez logrado ese objetivo, parece difícil que los diversos grupos que conforman el Consejo Nacional de Transición se pongan de acuerdo en mucho más. Además debe tenerse en cuenta que el país tiene una escasa cultura democrática. Nunca antes, ni durante la época monárquica ni en la dictadura, ha existido una democracia multipartidista en Libia.

Como todos sabemos, la democracia no se construye de la noche a la mañana, sino que es una labor ardua y compleja que exige denodados esfuerzos y, sobre todo, consensos entre grupos con agendas que, a menudo, chocan entre sí. Un escollo añadido es la ausencia de una sociedad civil capaz de articular las demandas de la población y contrarrestar el poder del Estado. No obstante, esta circunstancia podría compensarse con la proximidad geográfica de Túnez y Egipto, los dos países donde arrancó la primavera árabe, donde ya se han empezado a dar los primeros pasos hacia la democracia.

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