Nuevo parón en la construcción de Belo Monte
Lula dejará la Presidencia sin ver el comienzo del proyecto hidroeléctrico
Llamada a ser la tercera mayor hidroeléctrica de la Tierra, después de la de Las Tres Gargantas en China y de la de Itaipú que comparten Brasil y Paraguay, Belo Monte ha visto de nuevo paralizado el comienzo de su construcción.
La presa, en plena selva amazónica, sería capaz de producir 11.233 megavatios y ocuparía el 80% de las aguas del río Xingú, inundando una superficie de 440 kilómetros cuadrados en la localidad de Altamira en el Estado de Pará.
El sueño del presidente saliente Luiz Inácio Lula da Silva de no acabar sus ocho años de Gobierno sin ver el comienzo de la obra gigantesca que marcaría su paso por la jefatura del Estado se ha desvanecido de nuevo. El Ibama (Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de Recursos Renovables) ha impedido una vez más el inicio de las obras. Sus técnicos alegan que no se ha cumplido parte de las 40 imposiciones exigidas para la construcción de la gigantesca hidroeléctrica.
Se calcula que el coste de Belo Monte estaría entre los 20.000 y 30.000 millones de reales (entre 8.500 y 12.000 millones de euros). El Consorcio Norte Energia, que el 20 de abril pasado obtuvo en solo 10 minutos la licencia para su construcción, aunque bajo la espada de Damocles de 15 acciones judiciales pendientes contra la obra, había enviado una serie de documentos contra las objeciones del Ibama, que de nuevo ha juzgado que cuestiones fundamentales sobre el negativo impacto socio-ambiental de la obra siguen sin resolver.
La idea de la construcción de la hidroeléctrica gigante de la Amazonia empezó en 1989 y, desde entonces, una especie de maldición indígena ha pesado sobre el proyecto en el que el presidente Lula puso todo el peso de su popularidad para sacarlo adelante, llegando incluso a desafiar a las organizaciones medioambientales nacionales y extranjeras.
El día de la concesión de la licencia de las obras al Consorcio Norte Energia, Greenpeace colocó un gran cartel con el lema "Monte de mierda", para oponerse a la obra de Belo Monte (Monte Bello). Dicho nombre se cambió ya en 1989 cuando, durante una reunión para discutir la construcción de la gran hidroeléctrica y en presencia del cantante Sting, una india llamada Tuíra se levantó y puso un cuchillo en la garganta del presidente del consorcio, José Antonio Muñiz.
La futura hidroeléctrica de la discordia, que se iba a llamar con el nombre indígena de Kararão, pasó a apellidarse Belo Monte.
La gigantesca presa desplazaría con sus obras a los ribereños de 66 municipios y de 11 territorios indígenas. Las características del impacto, que se considera negativo tanto para la economía local como para el medio ambiente de toda la zona, pueden leerse en un estudio de 250 páginas, fruto del análisis de más de 40 especialistas, muchos de ellos catedráticos de varias universidades brasileñas y extranjeras.
En la ya larga y polémica historia de los 20 años de intento de construcción de Belo Monte ha habido de todo: muertes y amenazas de muerte por ambas partes, por los interesados en la obra y por sus contrarios.
En 2001, el coordinador del Movimiento Xingú fue asesinado con un tiro en la boca mientras dormía con su esposa y su hijo menor. Y en mayo de este año, el cacique Raoni advirtió a Lula de que el río Xingú "se teñiría de sangre" si comenzaban las obras. Raoni, que publicó en París el libro Memorias de un jefe indígena, con un prólogo de Jacques Chirac, fue recibido por el presidente francés Nicolas Sarkozy. Aquel día, el cacique declaró ante los medios que si la obra se llevaba a cabo "iban a morir todos los blancos que trabajasen en ella".
Ahora la incógnita es si la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, que como ministra de Minas y Energía defendió la obra con calor porque consideraba, igual que Lula, que desde el punto de vista económico sería muy importante para el país ya que produciría energía para 24 millones de habitantes, recogerá el relevo de su antecesor en dicha lucha o si preferirá, después de esta enésima negativa del Ibama, no desafiar la maldición de los indígenas del Xingú y abandonar el proyecto.
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