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Duelo en la calma chicha

Me desperté ayer en casa de un amigo que suele alojarme en Buenos Aires, en el barrio de la Recoleta. Estaba dispuesto a pasar un día primaveral de calma chicha, después de varios agitadísimos días de trabajo, presentaciones de libros, reuniones, cenas... Cuando a las nueve y media de la mañana sonó el portero eléctrico, la mujer de mi amigo se sorprendió de que el censista llegara tan temprano. Pero era otra cosa: el portero del edificio llamaba para avisar que el ex presidente había muerto en El Calafate, en el sur del país. La hermosa mañana primaveral de Buenos Aires, con las calles amodorradas como quien se sabe dueño del día feriado para holgazanear largamente, de pronto se vio agitada por una sacudida eléctrica. La noticia llegaba desde lejos, desde la Patagonia, y además se trataba de un ex presidente; otro ex presidente, Raúl Alfonsín, había muerto ya, el año pasado, sin más efecto que las debida pompa oficial ante la desaparición de una personalidad de primer rango político.

Pero, bajo la calma chicha del raro feriado entre semana, en el que nada se conmemoraba y sin embargo era una suerte de toque de queda civil -había que esperar en casa a que llegara el censista; en una ciudad donde cualquier comercio puede estar abierto a cualquier hora no había ni un quiosco, esa institución tan porteña donde se puede comprar desde pilar de relojes hasta sándwiches de milanesa, que no estuviera cerrado bajo apercibimiento de multa- algo muy grave parecía haber ocurrido. Cuando, a eso de las diez, llegaron a casa de mi amigo los diarios de la mañana, eran ya tan antiguos que parecían traídos de la hemeroteca: las primeras planas hablaban del censo (que se hace cada diez años para determinar la población nacional, su nivel de estudios y las condiciones de vivienda), de fútbol, de cosas rápidamente convertidas en menudencias insignificantes. Había que acudir a las páginas electrónicas de los diarios: pero salvo Clarín, que adelantó la primicia, el espacio digital tardó en recoger la noticia, como si hubiera incredulidad todavía o como si no se supiera aún de qué manera tratarla. Los Kirchner han convertido a algunos de los diarios más importantes de la Argentina en el principal "partido" de la oposición, y la guerra sin cuartel entre los medios partidarios y los no oficialistas se veía cruzada por una ráfaga de luto. Tanto en Clarín como en La Nación se veía una mezcla de respeto y consternación con las primeras voces de inquietud acerca del futuro, las primeras dudas acerca de si Cristina Fernández de Kirchner podría gobernar sin su marido. El popular y ocurrente Jorge Lanata, en la televisión, se atrevió a mencionar el nombre de María Estela Martínez de Perón, un fantasma innombrable para los argentinos.

La Argentina parece siempre una materia altamente inflamable, para lo bueno -la efervescencia, la vitalidad, la viveza siempre despierta en las calles de Buenos Aires y las ciudades principales del interior- y para lo inquietante: el enconamiento de las posiciones enfrentadas, que parecen siempre dispuestas al choque frontal. La situación actual, sin embargo, parece una rara amalgama de preocupación política y dolor familiar: no hay nadie en Argentina con una mínima preocupación política que no se pregunte qué puede pasar en las elecciones presidenciales del año que viene. Se ha muerto el hombre más poderoso del país, dejando viuda a la presidenta, repentina, inesperadamente. Todos vemos por la televisión, en este momento, a Cristina Fernández, junto a sus dos hijos, acariciando sin cesar el féretro en el que su marido descansa para siempre. La escena tiene algo de inquebrantable intimidad, mientras adentro y afuera de la Casa Rosada una multitud, cada tanto, rompe el silencio voceando consignas. Es como si la ceremonia privada de un velorio cualquiera se hubiera cortado y pegado en el contexto de la mayor pompa oficial rodeada de una poderosa fuerza popular. Al otro lado de la Plaza de Mayo se ve el recién restaurado Cabildo, emblema de la soberanía argentina por haber sido sede de la revolución de Mayo, del que ahora se festeja el segundo centenario. Los ministros del gobierno nacional rodean el féretro. Los presidentes de los países vecinos, entre ellos Lula y Evo Morales, asisten a la ceremonia. Fugazmente, también Maradona aparece junto a Cristina. El peronismo, tan complejo, tan difícil de definir, está ahí, vivo como siempre.

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