No sabemos quién manda aquí
Antaño sabíamos quienes mandaban. Bastaba el acuerdo entre el presidente francés y el canciller alemán para que las cosas empezaran a moverse. Era el tándem indispensable. Nada se podía hacer sin su acuerdo e incluso era suficiente que ambos países estuvieran de acuerdo para que a continuación fueran decantándose todos. Menos el Reino Unido, obviamente, que siempre ha hecho banda aparte, incluso cuando ha manifestado su voluntad de situarse en el corazón de Europa. Estamos ahora en una época en que nadie va en cabeza ni se sabe muy bien cómo y quienes deciden las cosas. Ha coincidido este momento tan desconcertante con la ofensiva neocon en Estados Unidos y la recuperación de la arrogancia de Moscú como superpotencia. La última cumbre de la OTAN y el encuentro entre Bush y Putin ayer son una muestra más de este despiste de dirección que sufre la Unión Europea desde hace ya algunos años.
De un lado, tenemos a Alemania, que ha perdido buena parte de su capacidad de influencia sobre toda su zona natural de irradiación geopolítica. Los sucesivos gobiernos alemanes han sido desde 1989 los grandes adalides de las ampliaciones de la UE, algo que muchos consideraban como una siembra de influencia futura. Lo que ha sucedido es lo contrario. Los países del antiguo bloque comunista están sólo atentos a Washington y recelan de Berlín. No tanto como de Moscú, que es su enemigo estratégico, pero, siempre que pueden, prefieren puentear a los alemanes en favor de los americanos. Ni siquiera el talento y el talante de Angela Merkel, con su biografía de ex ciudadana de un país comunista, sirve para convencerles. La desconfianza, hay que decirlo todo, empezó a crecer con Schroeder, cuando se distanció de Washington por la guerra de Irak y todavía más cuando se convirtió, tras dejar la cancillería, en el representante de Gazprom en Alemania gracias a su amistad con Putin.
Del otro tenemos a Francia, cuyo presidente quiere recuperar precisamente el peso perdido desde 1989, sobre todo en relación a la Alemania unificada. Sarkozy ha buscado la amistad de Washington y de Londres para tomar carrerilla e intentar ponerse de nuevo en cabeza, sobre todo en relación a la defensa europea y su protagonismo militar. Por eso quiere reintegrar a Francia en todas las estructuras de la OTAN y va a mandar 700 soldados más a Afganistán. Todo esto lo hace con grandes dificultades dentro de la propia mayoría presidencial, muy recelosa respecto al acercamiento a Estados Unidos. Y con no pocas dificultades también entre los socios de la UE, a los que no gusta el creciente protagonismo francés. Hay que decir, sin embargo, que si Sarkozy consigue la creación de un polo europeo de defensa, con su centro de planificación autónomo, a cambio de las prendas francesas que está soltando, habrá conseguido un éxito europeísta que todos deberemos reconocer.
Es interesante observar cómo perciben las opiniones públicas la cuestión de los liderazgos de las naciones europeas. El diario norteamericano editado en París, The International Herald Tribune, ha publicado esta pasada semana una encuesta , conjuntamente con France 24 (clicar aquí para la versión en francés), sumamente aleccionadora. Se ha hecho con muestras de población de cinco países europeos (Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y España), además de Estados Unidos, con un total de 6478 adultos encuestados desde el 27 de febrero hasta el 6 de marzo. Para el 63 por ciento de los norteamericanos, el país líder de Europa es el Reino Unido, con Alemania considerada muy lejos como tal por un 20 por ciento. La mayoría de los franceses, españoles y alemanes (68, 57 y 57 por ciento) consideran, en cambio, que es Alemania el país líder.
Lo más destacado es la mala clasificación de Francia, que no obtiene mayorías en ningún país y sólo se halla en segundo lugar en la propia Francia (19 por ciento) y en Alemania (18). Para dentro de diez años, los encuestados consideran que los liderazgos serán también muy similares, pero podemos localizar dos incrementos de prestigio como líderes para Francia (los españoles consultados creen ahora que es el país líder en un 10 por ciento, pero son un 17 por ciento los que creen que lo será dentro de diez años) y para España (un 11 por ciento de la muestra italiana cree que es el país líder ahora y un 17 por ciento cree que los será dentro de diez años).
Hay una correlación, que no viene explicada por la encuesta, entre el prestigio del país y el de su líder. Es evidente con Merkel respecto a Alemania y sucede lo mismo con Sarkozy y Zapatero, en este último caso con un efecto especialmente notable en Italia, que requiere algunos análisis de más detalle (yo creo que tiene que ver con las políticas laicistas que más irritan al Vaticano e interesan a los italianos laicos). La encuesta pregunta también acerca de quiénes son los líderes más influyentes, cuestión en la que Merkel arrasa y deja muy lejos a Sarkozy, a excepción de los norteamericanos que consideran como tal, erre que erre, a Gordon Brown, a pesar de su escaso carisma y su nulo protagonismo.
Y termina preguntando quién podría ocupar el nuevo puesto de presidente del Consejo Europeo, cuestión que no suscita una mayoría idéntica en todos los países, aunque quien obtiene un respaldo mayor y más homogéneo es Merkel. En Francia, el preferido es Jacques Delors. En el Reino Unido, Tony Blair. En España, Felipe González. En todos los países, menos Italia y España, son mayoría, sin embargo, los que prefieren que no exista esta nueva figura de presidente de Europa, creada por el Tratado de Lisboa, ahora en curso de ratificación.
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