La difícil tarea de devolver la dignidad a las favelas
La rehabilitación planeada por Lula se pone en marcha
La favela Rocinha se extiende sobre los cerros que se asoman sobre la playa de San Conrado, uno de los paisajes más bellos de la ciudad brasileña de Río de Janeiro. A primera hora de la mañana del lunes, en la parte baja de la favela, junto a los edificios de lujo de una de las zonas más caras de todo el país, algunos obreros se preparaban para dirigirse a la parte alta del cerro. Iban a empezar a instalar el almacén de materiales necesarios para las obras de remodelación de la barriada, en las que se emplearán unos 67 millones de euros y que cambiarán la vida de la comunidad, según anunció el pasado viernes el presidente del país, Luiz Inácio Lula da Silva.
Pero poco después (alrededor de las 9,30, hora local), la policía recibió un aviso: los narcotraficantes que controlan la favela estaban concentrando hombres armados en el área. Los agentes fueron recibidos por una granada y un intenso tiroteo, que duró casi una hora. Resultado: un soldado muerto, una casa incendiada y pánico entre los moradores. Es decir, la rutina cotidiana en todas las favelas de Río de Janeiro, en las que viven alrededor de 700.000 personas.
Horas después, a las 2 de la tarde aproximadamente, los peones finalmente lograron empezar a trabajar y comenzaron a preparar el galpón que servirá de depósito para herramientas y máquinas.
En el otro extremo de la ciudad, en la zona norte, otros dos barrios, la favela de Manguinhos y el conjunto de 12 que forman el Complexo Alemão, también vivieron su primer día de las obras del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), principal estrella del Gobierno de Lula da Silva.
En Manguinhos, por la mañana se concentraron unos 15 trabajadores de la constructora encargada de las obras. Limpiaron el terreno donde serán instaladas las oficinas de la empresa. No tuvieron ningún problema: el terreno pertenece al Ejército y en él está instalado un cuartel. Esta garantía de seguridad permitirá que se trabaje tranquilamente, dice el encargado de las obras, que funcionarán a ritmo acelerado en las próximas dos semanas.
En el Complexo Alemão ya se instaló ayer la base de las obras en los terrenos de una antigua fábrica que fue abandonada hace unos 20 años, cuando la violencia empezó a crecer en la misma proporción que el número de habitantes. Actualmente, de todas las favelas de Río, las 12 que integran este complejo viven en un estado de violencia extrema y permanente. Este lunes, sin embargo, no se registró ningún incidente. La constructora optó por convocar a sus habitantes para que solicitaran trabajo como peones en las obras, que comenzarán dentro de un mes. Para ocupar los 4.600 puestos disponibles se presentaron casi 7.000 personas. No se prevé reforzar la presencia policial en la zona por una sencilla razón: dada su condición de polvorín permanente, ya están instalados en ella grupos de operaciones especiales.
Y precisamente por ese estado continuo de violencia latente, los sociólogos y los asistentes sociales que trabajan con moradores de las favelas en Río expresan su temor a conflictos que involucren a los trabajadores que se sumen al PAC en el Complexo Alemão. Allí, el narcotráfico está controlado por el Comando Rojo, que ejerce el dominio absoluto.
De hecho, para inscribirse como candidato a un puesto de trabajo en el PAC, los habitantes de las favelas tuvieron que contar con la autorización de los narcotráficantes. De las obras previstas (mejora en los sistemas de provisión de agua, recogida de basuras, iluminación y desagüe; apertura de nuevas calles; construcción de centros culturales, guarderías, escuelas y puestos de salud, y demolición de 2.600 casas consideradas en situación de riesgo), algunas podrán ser vetadas por los traficantes, como el teleférico proyectado para unir las favelas o el ensanchamiento de algunas calles.
Además, entre las obras anunciadas destaca la construcción de un puente peatonal en forma de arco diseñado de forma gratuita por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer y que unirá la mayor escuela de la barriada con un centro deportivo.
En el complejo viven alrededor de 100.000 personas. Desde mayo del año pasado, el entonces flamante gobernador de Río, Sérgio Cabral, lo eligió como principal estandarte de su política de combate a la violencia. Pero el Comando Rojo reaccionó con la invasión de las favelas que todavía no controlaba, asumió el dominio total del narcotráfico e impuso el toque de queda en estas barriadas.
Y así, la acción policial indiscriminada contra los moradores de favelas que no tienen ninguna vinculación con el crimen organizado ha pasado a convertirse en una parte de la vida cotidiana.
Entre mayo y diciembre de 2007, la policía de Río, la ciudad más violenta de Brasil, mató a algo más de 1.200 personas. De ellas, alrededor de 120 cayeron en el Complexo Alemão. Solamente cuatro estaban fichadas por la policía.
Mientras un pequeño grupo trabajaba ayer en la antigua fábrica que servirá de sede para las obras del PAC, las entradas y salidas del Complexo Alemão estaban vigiladas por tropas de la policía. En las angostas calles de las favelas, muchos patrulleros iban armados con fusiles.
Era el mismo paisaje de siempre: en cualquier momento, un bando puede disparar contra el otro. Y en medio, la gente, a la que Lula ha prometido devolver su "dignidad" y su "ciudadanía".
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