El Gobierno iraquí investiga las torturas a decenas de presos suníes en una cárcel secreta
Un asalto de tropas estadounidenses el domingo descubrió la existencia de una cárcel oculta, con 173 hombres.- Muchos de ellos estaban malnutridos y presentaban signos de malos tratos
El Gobierno iraquí aseguró ayer que va a investigar las presuntas torturas producidas en un búnker del Ministerio del Interior, descubierto el pasado domingo en Bagdad cuando tropas de EE UU asaltaron el edificio, donde esperaban encontrar retenido a un adolescente, y donde encontraron a 173 presos suníes que supuestamente habían apoyado a la insurgencia. Muchos de ellos estaban en estado de malnutrición y presentaban evidentes signos de malos tratos.
El descubrimiento de esta cárcel es un golpe más a la credibilidad del Gobierno de concentración iraquí, que ha prometido acabar con las torturas y respetar los derechos humanos, después de décadas de dictadura de Sadam Husein, y alimenta los temores de que el aumento de la violencia sectaria podría terminar degenerando en una guerra civil.
Un religioso musulmán que afirma estar familiarizado con el complejo, asegura que al menos 40 de los presos fueron encontrados en una celda de sólo cinco metros de ancho por otros cinco de largo, en una situación de absoluto hacinamiento. El búnker es parte de un pequeño palacio construido en su día para una de las hijas del dictador.
Piden una investigación
El hallazgo ha provocado la reacción de políticos suníes, que demandan la apertura de una investigación internacional, que aclare el grado de penetración en el Ministerio de las milicias chiíes, a quien acusan de ser las principales responsables de la cárcel secreta. En ese sentido, uno de los principales grupos chiíes, la milicia Badr, ha negado rotundamente que tenga alguna relación con el búnker, y ha afirmado que "depende del Ministerio de Interior, los americanos estaban allí todos los días".
Muchos iraquíes, especialmente entre los miembros de la minoría suní, acusan a Badr y a otros grupos de haberse infiltrado en los servicios de seguridad y la policía iraquí, y de utilizar esa posición de poder para eliminar la insurgencia suní, utilizando torturas y abusos.
El Ejecutivo iraquí, pese a que ha negado reiteradamente esas acusaciones, reconoció el pasado julio que algunos miembros de las nuevas fuerzas de seguridad estaban recurriendo a métodos que no se veían desde la dictadura.
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