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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Paul Watson, el ambientalista radical que pelea por las ballenas

El animalista canadiense es el azote de la caza ilegal de este mamífero. Hoy está detenido en Groenlandia, acusado por Japón de ecoterrorismo

Paul Watson
Luis Grañena

Sabemos que las ballenas, como hacían los humanos desde antes de la aparición del lenguaje, transmiten su cultura a las generaciones siguientes a través de sus enigmáticos cantos. Sabemos también de su papel esencial fertilizando el fitoplancton, base de la vida marina. Cuanto más conocemos de estos seres majestuosos, más comprendemos de su interdependencia en el gran ecosistema que es el planeta Tierra. Las ballenas, seres de una inteligencia que el hombre apenas es capaz de intuir, han sido el primer ejemplo de la sobrepesca. Han estado a punto de desaparecer en el siglo XX. Que estas criaturas sigan hoy habitando los océanos se debe en gran medida a personas como Paul Watson (Toronto, Canadá, 73 años), que lleva 50 años siendo el azote de balleneros ilegales.

Mitad Capitán Nemo y mitad Hombre Oso, como alguna vez lo han definido, Paul Watson encadena una lucha con otra a través de los océanos. Dirige su barco Sea Shepherd contra los arponeros rusos y japoneses, obstaculizando la caza de ballenas en un cuerpo a cuerpo naval, siguiendo a los barcos en aguas profundas y provocando que cesen sus actividades. Watson siempre ha sostenido que lo suyo no es una protesta. Que protestar es algo sumiso. Él y su organización, la Sea Shepherd Foundation, son “ejecutores”, porque se dedican a navegar “para hacer cumplir la ley”. La ley de la que habla son las leyes internacionales, las que están escritas, pensadas y formuladas para distinguir los destinos del mundo y que, en mar abierto, no son más que papel mojado, porque nadie parece mandar en el planeta cuando nadie lo vigila. Con argumentos como los fines científicos o culturales, países como Japón, Islandia o Noruega siguen cazando ballenas, cuya caza está prohibida desde 1986. Watson ha vuelto a la actualidad tras ser detenido en Groenlandia el pasado julio y estar a la espera de su extradición a Japón, país que lo persigue desde el año 2010 y lo acusa de ecoterrorismo. Se enfrenta a una condena de 15 años de cárcel. ¿De qué se le acusa? De haber lanzado una bomba fétida frente a un ballenero que, según Watson, estaba violando las leyes de la Comisión Ballenera Internacional. Omar Todd, CEO de la Captain Paul Watson Foundation, que está junto a Watson durante el proceso en Nuuk (Groenlandia), dice por correo electrónico a este periódico que Japón “pretende quitar a Paul Watson del tablero de juego para continuar con la caza de ballenas y también para mandar una advertencia a cualquiera que piense en pararlos”. Todd asegura que es el propio Watson quien está convencido de que el sistema judicial demostrará su inocencia: “A pesar de su encarcelamiento, a pesar de saber que tiene una familia joven esperándolo y deseando que vuelva a casa, cuando hablo con él sobre considerar todas las opciones para salir más rápido de la prisión, se mantiene como una barra de hierro, convencido de que el sistema de justicia demostrará que es inocente de estos cargos japoneses. Me asombra su fuerza de carácter mientras está en prisión. Creo que en realidad está más tranquilo que todos nosotros”. En las últimas semanas, tras los sucesivos aplazamientos de su liberación, Watson ha pedido asilo político en Francia a través de una carta dirigida a Emmanuel Macron para evitar la deportación a Japón, algo que el país dice no poder tramitar sin estar dentro de su territorio. En su lugar, estudian otorgarle la nacionalidad francesa.

Watson es ciertamente una figura poliédrica. Fue uno de aquellos hippies de Vancouver que a principios de los años setenta cristalizaron en la fundación de Greenpeace. Jóvenes pacifistas, que hablaban de un planeta interconectado y supieron utilizar los medios para llamar la atención y recordarle a aquella tranquila humanidad la fragilidad del planeta. Él era uno de los miembros más jóvenes, el más radical, el que tensaba la cuerda, el más arriesgado. Había trabajado como guardacostas y fue el elegido para pilotar las primeras zódiacs con las que Greenpeace comenzó a interponerse entre los balleneros y las ballenas. En su primer encuentro épico con arponeros rusos, tuvo una epifanía al mirar al ojo de una ballena moribunda. Watson creyó comunicarse con el animal y entender que debía defender hasta la muerte a una especie tan pura. Allí comenzó su misión salvadora. Pero Watson quería ir más allá de lo que sus compañeros pretendían. No quería solo llamar la atención. Aspiraba a la acción violenta para cambiar las cosas. Los fundadores de Greenpeace terminarían expulsándolo en 1977 y al año siguiente fundaría su propio proyecto conservacionista, la Sea Shepherd. A su frente, Watson ha cultivado la imagen de rebelde, declinada en sudaderas negras, actitud punk y una bandera que mezcla la calavera pirata con el tridente de Neptuno, como protector de los océanos y pastoreador de las criaturas marinas. Watson y los suyos vigilan los mares porque, como ellos insisten, “se necesitan vigilantes cuando no hay ley”.

En videoconferencia desde Vancouver, la cineasta Trish Dolman, que siguió al activista durante 10 años para su documental Eco-Pirate: The Story of Paul Watson (2011), asegura que tiene un arrojo fuera de lo común: “Cuando rodábamos algún conflicto directo, cuando iba a embestir un barco, estaba absolutamente tranquilo”. Dolman asegura que su mente es distinta: “No procesa el miedo como las demás personas” y “tiene una memoria extraordinaria, recuerda, palabra por palabra, películas enteras, conoce miles de canciones y sabe muchísima historia de guerra”.

Casado cuatro veces, su última esposa es la rusa Yana Rusinovich, con la que tiene dos hijos pequeños. Dice Trish Dolman que Paul es, curiosamente, un romántico y se enamora mucho, algo que puede parecer contradictorio con su faceta de embestir barcos: “Cuando era más joven, estaba tan comprometido con estar en el océano que discutía con su exesposa por olvidarse de criar a su hija”. Dolman considera que la detención de Watson en Groenlandia ha sido un movimiento intencionado para volver a traer a la actualidad la caza ilegal de ballenas: “No creo que Paul hubiera aparecido por casualidad en Groenlandia o en cualquier país ballenero que tuviera alianzas con Japón. Es un estratega”, añade. Juantxo López de Uralde, activista, ecologista y coordinador federal de Alianza Verde, ha pedido a Dinamarca que no lo extradite a Japón desde los primeros momentos posteriores a su detención. Dice a este periódico: “Paul Watson es la personalización de la lucha legendaria contra la caza de ballenas. Más allá de su persona, es un símbolo de la lucha por la defensa de estas especies tan magníficas y tan amenazadas. Merece nuestra solidaridad y nuestro apoyo. Estoy convencido de que Watson no saldrá vivo si entra en la cárcel en Japón”.


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