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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Mijaíl Fridman, el oligarca de los supermercados Dia que jugaba a dos bandas

El magnate ucranio, próximo a Putin y sancionado por la UE, abandonó hace unos días el memorial del Holocausto de Baby Yar y evita criticar la invasión rusa

Silvia Cruz Lapeña
Mijail Fridman
El magnate Mijaíl Fridman.Luis Grañena

La primera vez que la prensa española tecleó el nombre de Mijaíl Fridman (Lviv, 57 años) fue en 2002: era el socio principal de la empresa que alquiló el Prestige al armador que lo fletó. 20 años después vuelve a ser noticia porque la Unión Europea lo ha incluido en la lista de empresarios sancionados por ser “uno de los principales financieros de Rusia y facilitador del círculo más próximo a Putin”. En España posee el 77% de los supermercados Dia, que gestionaba desde LetterOne, el fondo con sede en Luxemburgo donde Fridman ha dejado su cargo tras la sanción “para no perjudicar a accionistas ni trabajadores”. Desde la agencia que lleva sus relaciones públicas en España no saben nada de él desde entonces. No son los únicos: otras personas que han trabajado para él hacen conjeturas sobre su destino, pero prefieren no hacer declaraciones.

Hijo de un ingeniero y un ama de casa, y licenciado en Ingeniería Metalúrgica, el que fuera el hombre más rico de Londres es un amante del arte que posee una colección de cuadros con warhols, toca el piano y, como recuerda Elisabeth Schimpfössl, socióloga y autora de Rich Russians: From Oligarchs to Bourgeoisie, no descuida su faceta de mecenas. En Ucrania impulsó el Festival de Jazz; en Londres, donde tiene mansión y negocios, patrocinó varias obras del Ballet de la Ópera, y fue el artífice del primer concierto que dio Paul McCartney en la plaza Roja de Moscú en 2003.

Empresario próximo al Kremlin, el cargo en LetterOne no es el único que ha dejado últimamente. El 3 de marzo salió del consejo del Centro Conmemorativo del Holocausto Baby Yar de Ucrania, un barranco próximo a Kiev donde los nazis mataron a miles de judíos, gitanos y enfermos mentales entre 1941 y 1943. En los años sesenta, se planeó en el lugar la construcción de un estadio deportivo y no fue hasta los noventa, cuando Ucrania se independizó de Rusia, que se empezó a reivindicar como un espacio de memoria del Holocausto. Esa falta de reconocimiento es uno de los motivos por los que aún no se sabe si fueron 100.000 o 150.000 los asesinados.

Un ‘Disneyland del Holocausto’

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Esa es una de las cosas que quiso remediar Fridman al tomar las riendas de un proyecto al que llegó en 2015 —Putin ya se había anexionado Crimea— con 100 millones de dólares bajo el brazo, un plan que incluía “la biblioteca más grande sobre el Holocausto en Europa del Este” y un grupo de académicos encargados de reconstruir la historia de la masacre. Como responsable del museo, el director de cine Ilya Khrzhanovsky, que ideó un juego de rol en el que los visitantes podían ser víctimas, colaboradores, nazis o prisioneros de guerra. Algunos líderes judíos ucranios lo llamaron “un Disneyland del Holocausto”.

Pero la polémica más duradera tuvo que ver con Fridman y el origen de su fortuna. La comunidad judía de Ucrania quería que el Gobierno salvaguardara su memoria, no un empresario, aunque fuera compatriota de ellos y como ellos, judío. Y menos si ese empresario estaba vinculado a Putin: por poner un solo ejemplo de la relación comercial entre el dueño de Dia y el Kremlin, Fridman fue nueve años presidente de TNK-BP, el tercer productor de petróleo más grande de Rusia.

La llegada de Volodímir Zelenzky, el primer presidente ucranio de confesión hebrea, les hizo pensar que pondría freno a Fridman, al que veían como un caballo de Troya en el Centro Conmemorativo del Holocausto Baby Yar. Pero el Ejecutivo de Zelensky acabó firmando en 2021 un acuerdo de colaboración con el memorial y aportando un millón de dólares a una institución que acaba de anunciar que, mientras dure esta guerra, desviará sus fondos y su actividad a proporcionar ayuda humanitaria a las víctimas de la invasión rusa.

Poco dado a la fanfarronería, el estilo de Mijaíl Fridman es más ambiguo que el de otros oligarcas. Su renuncia en el memorial ucranio le ha evitado el mal trago al Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá en Jerusalén de tener que cortar sus colaboraciones, como ha hecho con otro empresario ruso y judío sancionado por la UE: Román Abramóvich, a quien la Premier League inglesa también ha expulsado como dueño del Chelsea. Fridman es mucho más discreto, por eso no tiene clubes de fútbol sino bancos (el Alfa Bank, primer banco privado ruso); la cadena de supermercados X5 (la que más tiendas tiene en Rusia) o una empresa de telecomunicaciones, VimpelCom, con sede en Países Bajos.

Salto de página

También ha tenido pleitos. En España, dos. En el que sigue abierto en la Audiencia Nacional se le acusa de la quiebra de la empresa tecnológica ZED. Del otro, donde se le juzgó por el desplome en bolsa de Dia, salió exonerado. Fue en una de esas comparecencias donde se pudo escuchar su voz: suave y grave, con la que jugó al despiste dando a entender que no comprendía bien las preguntas ni en inglés, lengua en la que se expresa con soltura en sus negocios y en las juntas del Centro Conmemorativo del Holocausto Baby Yar, emitidas por YouTube, en las que participó hasta diciembre de 2021.

Como explica la socióloga Schimpfössl, si algo sabe Fridman es nadar y guardar la ropa. Por eso hace tratos con el Kremlin, pero acude a funerales como el de Boris Nemtsov, político y opositor de Putin asesinado en 2015 y, aunque es ateo, muchas de sus actividades de mecenazgo están relacionadas con la comunidad judía y por eso es fundador del Nobel judío, un galardón que entrega en otro país donde también tiene nacionalidad: Israel. Lo hace cada año a través de la Genesis Philanthropy Group en una gala de millonarios que ha premiado a estrellas como Michael Douglas o Steven Spielberg, pues además de dinero (ocupa el puesto 127 en la lista de Forbes), Fridman tiene una agenda envidiable y muy variada. Prueba de ello es la presencia de la premio Nobel de Literatura Alexandra Alexiévich en el consejo del Centro Conmemorativo del Holocausto Baby Yar.

La cultura como escudo

Para Schimpfössl, toda esa actividad tiene un objetivo: limpiar su imagen. También para uno de sus mayores detractores, Yosif Zissels, activista de derechos humanos ucranio y miembro de la Junta del Congreso Mundial Judío que afirma que nadie puede creer que Rusia permita a un empresario con el que hace tantos negocios “invertir 100 millones de dólares en suelo enemigo”. Así lo comentó en Time el otoño pasado, donde Zissels contó que Fridman es judío, pero como muchos ucranios, piensa que fueron los colaboracionistas y no los alemanes quienes cometieron la masacre de Baby Yar, una idea que enlaza con uno de los argumentos que da Putin para justificar su última invasión: desnazificar Ucrania.

Reacio a dar entrevistas, Fridman ha sido estos días algo más comunicativo al enviar una carta en la que aseguraba estar “profundamente apegado a los pueblos ucraniano y ruso” y ver “el conflicto actual como una tragedia para ambos”. También lamentaba el derramamiento de sangre. Pero no condenaba la invasión de Putin, cuyas tropas lanzaron el 2 de marzo una bomba cerca del barranco donde en 1943, y antes de retirarse, los nazis exhumaron y quemaron miles de cadáveres imposibilitando a sus familiares la identificación para siempre.

Zelensky no tardó en pronunciarse: “Los rusos tienen una orden para borrar nuestra historia. Borrar nuestro país. Borrarnos a todos”. Un día después, Fridman renunció a su cargo en el memorial. Queda por ver si, como hace dos décadas, podrá salir de esta guerra como salió del Prestige: casi sin mancha.

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Sobre la firma

Silvia Cruz Lapeña
Periodista en EL PAÍS Audio. Ha publicado en los principales medios españoles, colaboradora en RNE o CADENA SER y ha sido jefa de Actualidad en Vanity Fair Licenciada en Periodismo, es autora del libro 'Crónica jonda', y de su podcast homónimo publicado en Podium Podcast, así como de la biografía de la boxeadora Lady Tyger.

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