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IDEOGRAFÍAS
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Urko Sánchez, el embajador español de la arquitectura africana

Defensor de una modernidad anclada en la historia local, intenta que sus proyectos sean éticos y beneficiosos para todos, ya sean escuelas u hoteles

Urko Sánchez

Alto, blanco y de ojos azules, parecía un alma perdida cuando deambulaba con una maleta por las playas de aquella isla del África profunda: Lamu, costa de Kenia. Tan especial como desconocida, un tesoro para un viajero como él. Urko Sánchez (Madrid, 1970), uno de los arquitectos más reconocidos de África, decidió construir su vida en aquel rincón sin imaginar que estaba en medio de un cruce de caminos árabes, persas, indios, suajilis, un magma de estilos que le inspiran. En las últimas bienales de arquitectura de Venecia se habla del continente como un descubrimiento y de Urko como uno de sus embajadores.

Su estudio, Urko Sánchez Architects, recibió en mayo el Premio La Casa de la Arquitectura que otorga el Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana de España, en la categoría de arquitectura efímera por una ciudadela infantil que construyó para las Escuelas Waldorf en medio de un bosque de Nairobi. Uno de los grandes desafíos en África es encontrar soluciones económicas y prácticas ante la escasez de medios. Las paredes de las aulas están hechas con dos láminas transparentes que se han rellenado con la tierra escarbada; en ellas se pueden ver hojas, insectos, ramas, como si fuera una radiografía de un ser vivo. El premio destaca la sostenibilidad, la participación comunitaria, la integración con el entorno.

“Pensamos que lo moderno tiene que ver con cristal, acero, hormigón. Cuando utilizas cal, piedra de coral, hoja de palma, madera, la gente del lugar descubre que lo suyo también es una opción”, comenta Sánchez en un claroscuro del Retiro, su lugar favorito de Madrid. Hace 25 años vive en África, pero desde que sus dos hijos se mudaron a España para comenzar la secundaria su vida es bidimensional, entre el caos y el colorido de Nairobi (Kenia), a sus paseos previsibles y tranquilos por las calles madrileñas.

La caja de Pandora la abrió pronto. Su padre trabajaba en Iberia y le invitó a subir al avión con sus hermanas. Viajaba por instinto, por escapar de un trabajo estable y una hipoteca, por no ver la vida en una película. La arquitectura apareció después. Sánchez fue un activista del movimiento del 0,7% que busca destinar un porcentaje de la riqueza mundial a solucionar la pobreza.

Su padre le decía que un poeta puede hacer más con un poema que levantándose en armas, y que él podía hacer lo mismo. “Creo en el impacto de una obra”, comenta mientras desgrana sus primeros trabajos: letrinas en Somalia, refugios y centros de salud en Albania, Angola, Nicaragua, Timor Oriental. Desde la ETSAM, donde se graduó, reunía materiales para llevarlos a Bosnia en plena guerra.

Viajar es su motor vital y siempre ha visto la muerte como una compañera de viaje. Prefiere pensar que se equivocó a no haberlo intentado, a vivir intensamente a pesar de la incertidumbre. Así llegó a Lamu, un rumor durante una gira africana del equipo de rugby de la escuela de arquitectura, una leyenda tan lejana que había conservado la belleza primitiva y la convivencia entre culturas. Frente al Índico, flanqueada por África, Arabia Saudí o la India, Lamu es patrimonio de la humanidad de la Unesco por el crisol suajili que guarda. Sánchez lo sintió desde que pisó la isla. Su estampa de Robinson Crusoe se hizo popular, se casó con una keniata, tuvo dos hijos, aprendió suajili y a construir dhows, barcos ancestrales de vela que le ayudaron a macerar un sueño. Viajó a Madrid para convencer a amigos y conocidos de invertir en una casa derruida en el fin del mundo que se convertiría en el hotel Lamu House.

“Urko es un soñador y un hacedor”, comenta el arquitecto español Marcos Velasco, amigo y compañero de trabajo en su estudio. “Lleva dentro un maestro de ceremonias, nada le puede gustar más que poner en contacto a las personas. Esa visión se traduce en un intenso viaje personal acompañado de una constelación de personas que viajamos con él sin saberlo”.

Después de colaborar con ONG, Sánchez dio un salto al concepto de negocios éticos en los que todos puedan ganar. Lamu House le permitió desarrollar proyectos como la aldea SOS Kinderdorf en Yibuti, una sinuosa medina donde los niños juegan protegidos de un sol aplastante; talleres en Kenia que aprovechan la arquitectura vernácula con techos de paja; edificios residenciales inspirados en los tejidos de Uganda o Etiopía. O el hotel The Red Pepper House, en Lamu, que parece el lomo de un réptil gigante escondido entre el bosque y la playa. No taló un árbol, las estancias se adaptaron a los claros de la vegetación.

De Lamu se mudó a Mombasa, la capital de la costa keniana y luego a Nairobi, la gran ciudad. La educación de sus hijos iba marcando el rumbo. Y, sin buscarlo, los trazos y reminiscencias islámicas de muchos de sus proyectos le fueron abriendo las puertas del mundo árabe, de los emiratos, de Arabia Saudí hasta donde llega el cordón umbilical suajili. En la ciudad saudí de Yeda, la segunda más grande del país, su estudio ha levantado un complejo de 20.000 metros cuadrados, La plaza de la Cultura de Yeda, una Alhambra contemporánea que albergará el acervo cultural de la región, así como el Festival de Cine del Mar Rojo que se celebrará este diciembre.

Aún no comprende que no surjan construcciones contemporáneas de arcos califales por el paseo de la Castellana. Para el arquitecto, el mundo islámico es una fuente inagotable de inspiración, forma parte de España pero se ha dejado varado en el pasado. Al mirar al norte de Europa se olvida la relación histórica y profunda con el norte de África.

En su camino ha aprendido a valorar la arquitectura vernácula, a reinterpretarla escuchando a la comunidad, también a relajarse y a sonreír más. La idea del europeo que llega a enseñar le aterroriza. Está convencido de que en el sur global, salvando extremos de miseria y guerra, la gente es más feliz, que al final no se trata de tener más sino de necesitar menos. Quizás sea la cercanía con la muerte. Ha visto morir más amigos en África que en Europa.

Últimamente le llama la atención la transformación que está viviendo el sur global de la mano de China y sus infraestructuras prefabricadas. Sánchez acaba de regresar con sus hijos de un trekking de cinco días por la selva colombiana en busca de la Ciudad Perdida. Cuando no está diseñando, está explorando.

El canadiense Simon Desjardins, cofundador de la empresa de recursos humanos Shortlist, conoce de cerca el espíritu viajero del madrileño. “Se embarca sin pensarlo en un safari. El año pasado estuvimos acampando en la frontera con Tanzania. A la mañana siguiente nos dijeron que habíamos dormido a menos de 100 metros de los leones. Urko ha encontrado la manera de crear su propia suerte. Estas aventuras alimentan su creatividad”, comenta.

Más allá de la arquitectura y los viajes, Sánchez tiene un don para hacer amigos entre continentes y profesiones, desde artistas africanos hasta la realeza de Oriente Próximo. “La amistad es la arquitectura del alma, me dijo una vez”, agrega Desjardins.

Cae la tarde en el Retiro. Sánchez tiene que volver a Nairobi. A Madrid volverá por sus hijos —prefiere que se eduquen aquí—, la tranquilidad, el orden. La ciudad funciona. Sus ojos azules, no obstante, brillan cuando comienza a describir lo que más echa de menos de África: la naturaleza. De repente, sientes los frondosos árboles tropicales, las aves de colores, la humedad, el olor a jazmín y el pilaf de arroz y carne que se cuece en las esquinas. El arquitecto se aleja por los jardines madrileños llevando otro mundo a sus espaldas.

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