Costa Suajili, la cara más desconocida de Kenia
Playas de arena blanca, buenas olas para el surf y mercados de especias. Ruta por el país africano, con el Índico siempre a la vista, lejos de safaris, sabanas y tribus masái
Resulta sencillo caer en el embrujo de estas exóticas costas por el Índico. Una mezcla de aromas a especias, calor tropical y playas de arena blanca. Es la otra cara de Kenia, lejos de los safaris, la sabana y las tribus masai. Un litoral por donde han pasado, a lo largo de los siglos, pueblos de todo el mundo. Portugueses, somalíes cushitas, los mijikendas hablantes de bantú, los ormas, pastores de ganado, turistas europeos (sobre todo italianos) y, por supuesto, los suajilis, actuales habitantes de esta región keniana. Algunos dejaron sus huellas, como demuestran las antiguas ruinas de Gede (o los más recientes hoteles para turistas).
Hay muchas razones para detenerse en esta tierra, rincones tan atractivos como el puerto de Mombasa, esencia de África oriental; las playas de Watamu y Malindi; la ensenada de Mida, refugio para observadores de aves y viajeros en busca de estrellas fugaces, o el archipiélago de Lamu, el más popular para los occidentales, y especialmente atractivo por sus laberínticas aldeas, el ambiente bohemio de artistas y yoguis, y la promesa de grandes aventuras acuáticas mientras se navega entre las islas en un tradicional dhow.
La puerta de entrada a esta Kenia playera y portuaria es Mombasa. Hacia el sur, se suceden las playas turísticas, como Tiwi y Diani, y también tramos de costa virgen, como las islas de Funzi y Wasini, cerca ya de la frontera con Tanzania, con cocodrilos en las riberas de ríos bordeados de manglares y delfines surcando las olas.
Desde Mombasa hacia el norte, se llega la encantadora Kilifi, donde hay que visitar la Reserva Forestal de Arabuko Sokoke, uno de los bosques costeros autóctono más grande de África oriental. Y después, se alcanzan las ruinas de Gede, antigua ciudad suajili del siglo XIII, y Malindi, puesto comercial del siglo XIV, y hoy importante destino de playa. Muchos viajes a Kenia acaban en el archipiélago de Lamu, paraíso tropical y joya del patrimonio suajili.
1. La tentación vive en Lamu
Los árabes se referían a este archipiélago como las Siete islas de Eryaya; para los navegantes era un puerto de escala para sus idas y regresos a India, y en las últimas décadas cientos de expatriados (y turistas) se han enamorado de ellas. Especialmente de Lamu, hogar de los suajilis, cuyas raíces culturales más profundas se remontan aquí. Lamu es el lugar más atractivo de esta costa porque ofrece lo mejor de varios mundos: ciudades medievales de piedra y calles estrechas, arquitectura encantadora, un paraíso tropical insular, gastronomía deliciosa y noches cargadas de estrellas.
Tiene muchos lugares y planes para escoger. La bulliciosa Lamu Town, el municipio habitado más antiguo de África oriental, patrimonio mundial de la Unesco. Conviene perderse por el laberinto de calles diminutas de la ciudad antigua, y pasar horas admirando puertas talladas por omanís o suajilis. La playa de Shela, idílica y a un paseo de la ciudad, es destino turista predilecto, acoge a artistas y diseñadores, y cuenta con diversos retiros de yoga que añaden un toque bohemio. Un laberinto de calles de tierra y arena, con bastantes alojamientos y la mejor escena culinaria del archipiélago. A este se suman la isla de Manda y sus centros vacacionales; la menos visitada isla de Paté y la remota isla de Kiwayu, destino de aventuras al que suele llegarse en dhow, la embarcación típica de esta región del Índico.
2. Isla de Paté
En su día, la isla del archipiélago de Lamu estuvo muy ligada al comercio de esclavos, como otros muchos puntos de la costa suajili. Hoy es una isla tranquila de matorrales verdes, llanuras de marea plateadas y cocoteros, y recorrida por caminos de tierra roja. Lo más llamativo de la isla es su hospitalidad, aquí el tiempo se va en pasear y tomar té con los vecinos, que acogen muy bien a los turistas. El pueblo de Paté, al oeste de la isla, es un antiguo laberinto de calles excavadas en la piedra coralina naranja y marrón. La parte moderna, casi idéntica en cuanto a diseño y construcción a las vecinas ruinas, hace que ambas se fundan en un paisaje continuo.
En los alrededores de Paté se encuentran las ruinas de Nabahani, que a pesar de ir desapareciendo bajo la vegetación tropical aún permiten deambular entre tumbas, antiguas mezquitas y edificios en ruinas. Los granjeros locales aprovechan el lugar para cultivar las parcelas que quedan libres entre los vestigios, aunque por las noches abandonan el lugar: aseguran que aquí moran los djinn (espíritus guardianes), y ninguno se arriesga a encontrárselos cara a cara.
Otro yacimiento interesante es Sanga, el ejemplo de ciudad suajili medieval más completo que existe en el mundo y el sitio arqueológico más antiguo de la costa keniana. Conserva las ruinas y cimientos de unas 130 casas y 300 tumbas. Está cerca del pueblo de Siyu, que aunque hoy cueste creerlo fue la ciudad principal del archipiélago de Lamu, con 30.000 habitantes y diversas universidades. El único resto de aquella gloria es un enorme fuerte intacto, de ubicación espectacular, que surge en un bosque de manglares y cocoteros.
3. Malindi, la escala de Vasco de Gama
En 1498, la flota de Vasco da Gama hizo escala en este puerto del Índico y desde entonces no han parado de llegar extranjeros. Malindi es una ciudad bulliciosa sin la arquitectura de Lamu, ni el encanto relajado de Watamu, pero merece la pena ser visitada por diversos lugares de interés histórico, un parque nacional marino y algunas fantásticas franjas de playas. A pesar de que el turismo ha descendido mucho en el lugar durante la crisis, sigue ofreciendo al viajero una historia rica y fascinante, fruto de su mezcla de culturas. Solo hay que pasear por los callejones del encantador casco histórico, comer platos italianos espectaculares junto al océano o darse un chapuzón en aguas trasparantes para descubrir dónde radica el atractivo de la ciudad.
El Pilar de Vasco de Gama, una columna de coral rematada por una cruz de piedra lisboeta que el navegante hizo levantar para señalar su paso, es uno de los muchos padraos que los portugueses dejaron por toda la costa africana para hacer visible su soberanía en los lugares donde desembarcaban. Desde este punto, además, hay unas buenas vistas de la costa y del Índico.
Pero a Malindi se viene sobre todo por su parque nacional marino, el más antiguo de Kenia, que alberga todo tipo de peces, corales y tortugas. Malindi es también un buen destino para hacer buceo y, sobre todo, uno de los principales destinos del mundo para el kitesurf.
4. Entre serpientes y arrecifes en Watamu
Siguiendo en dirección sur se llega a Watamu, que se ha convertido en otra de las paradas para disfrutar del espíritu del Índico. Esta es una localidad pequeña y relajada, que mira al océano y disfruta de una playa de arena blanca cegadora y de la brisa suave del mar. Está en un tramo magnífico del litoral e incluye su propio parque nacional marítimo. Pero además, es un gran mundo gastronómico, en un ambiente de pueblo tranquilo, y es un punto de partida excelente para explorar las cercanas ruinas de Gede, la reserva forestal de Arabuko Sokoke y las vías navegables bordeadas de manglares de la ensenada de Mida.
Una de las curiosidades del lugar es un serpentario de aspecto humilde, el Bio-Ken Snake Farm & Laboratory, que en realidad es uno de los centros de investigación sobre serpientes más famosos del mundo. Se especializa en la investigación de antisueros y actúa como servicio de urgencias para víctimas de mordeduras de serpientes de toda la región. Para quien le interesen estos temas, unos guías apasionados realizan circuitos excelentes presentando sus mortíferas joyas, como la cobra escupidora de cuello negro, la mamba negra, la víbora cornuda, la víbora bitácora y la serpiente rama Thelotornis, de aspecto inocuo pero mortal (su veneno no tiene antídoto).
Además de serpientes, en Watamu también hay tortugas carey y verdes que ponen sus huevos en la playa, y un parque nacional marino –integrado en la reserva nacional de Malindi– que alberga unos magníficos arrecifes de coral, abundantes peces y tortugas. Watamu es uno de los mejores lugares de la costa keniana para hacer submarinismo, con 16 puntos principales entre los que escoger y una buena mezcla de arrecifes y pecios. La mejor época es de octubre a marzo, cuando la visibilidad es óptima y los mares están más en calma.
5. Kilifi, reserva ecológica
Un grupo apasionado de kenianos y expatriados ha transformado Kilifi en un lugar asombroso, conocido por sus proyectos ecológicos y su modo de vida limpio, verde y alegre.
Hay magníficas casas de playa sobre el arroyo, yates en la bahía y olas cálidas que bañan playas de suave arena blanca; pero también campos de naranjos y cangrejos ermitaños, ostras frescas y hornos para pizza, proyectos de permacultura y escuelas de navegación, y barbacoas en la playa.
La ciudad alberga además un centro de investigación médica de renombre, por lo que científicos y doctores se incorporan al flujo constante de navegantes, mochileros, cooperantes, artistas y yoguis.
Uno de los puntos más atractivos de Kilifi son los acantilados de Vuma, a los que se llega por carreteras de tierra, entre baobabs gigantes y maizales, hasta que, de repente, la tierra se acaba en unos negros cortados coralinos, azotados sin cesar por las olas del océano Índico. Se trata de un lugar desolado y solitario, que recuerda más a Escocia que a las costas keniatas, y desde donde quizá podamos avistar algún tiburón ballena en su ruta migratoria.
Una escapada interesante desde Kilifi son las ruinas de la ciudad suajili de Mnarani, excavadas solo en parte, pero con mucho encanto. Están sobre un peñasco, al oeste del antiguo embarcadero de ferris, en la orilla sur del arroyo Kilifi. El vestigio mejor conservado es la Gran Mezquita, con una inscripción exquisita en torno al mihrab.
6. Manglares y estrellas fugaces en Mida
Entre Watamu y Kilifi hay un lugar en el que detenerse y quedarse a dormir en un ecocamp. Es la ensenada de Mida, envuelta en marismas plateadas y recorridas por cangrejos fantasma y cangrejos violinista. Con 32 kilómetros cuadrados, esta área propicia la fusión entre tierra y mar gracias a los manglares, al aroma salobre y al frescor del viento sobre el estuario. En el lugar crecen ocho tipos de especies diferentes de manglar, junto a docenas de especies de aves, incluido el raro dromas. El pueblo giriama vive junto al arroyo, y se ocupa de conservar una pasarela para observadores de aves así como de ofrecer alojamiento a quienes quieran experimentar el modo de vida local.
La ensenada se disfruta al máximo al amanecer, al atardecer y en las noches despejadas, cuando llueven estrellas fugaces. Se puede explorar remando sobre una tabla, en canoa o en barco.
En el lado más apartado de Mida está la isla de Sudi, deshabitada y verde. Una excursión allí descubrirá criaturas curiosas. La otra isla que conviene pisar es la de Kirepwe, tranquila, al otro lado del estuario, y se visita en excursiones de un día.
7. Gede, la cosmopolita capital del Índico
La costa de Kenia está salpicada por vestigios de importantes ciudades suajilis medievales. Según muchos, los más impresionantes son las ruinas de Gede, una serie de palacios, mezquitas y casas levantados con piedra coralina que en otros tiempos albergaron una población de 3.000 personas y que hoy reposan bajo el abrazo verde de la selva.
Los arqueólogos encontraron aquí pruebas del carácter cosmopolita de la sociedad suajili: collares de plata decorados con monedas de María Teresa (procedentes de Europa), caligrafía árabe (de Oriente Próximo), artilugios para hacer vermicelli venidos de Asia (y convertidos en moldes para pasta en el Mediterráneo), sables persas, cafeteras árabes, lámparas indias, piezas de cristal de cobalto (egipcias o sirias), tijeras españolas y porcelana de la dinastía Ming. Algunas de estas piezas pueden verse en un polvoriento museo cuya entrada va incluida en el precio de las ruinas.
La época de gloria de Gede fue el siglo XV, pero luego quedó inexplicablemente abandonada, tal vez debido a enfermedades o a hambrunas, tal vez por ataques de otros pueblos, tal vez porque, en algún momento, se secaron sus pozos.
8. Marafa, paisaje marciano
Al adentrarnos en el norte de la costa keniana llegamos a uno de sus escenarios más sorprendentes: la depresión de Marafa. Está a unos 30 kilómetros al noreste de Malindi y se trata de una garganta de arenisca erosionada en la que la selva, la piedra roja y los precipicios se alzan para crear un paisaje único y alucinante, casi propio de Marte. El transporte y la visita se pueden gestionar desde el pueblo de Marafa, y aunque el precio de entrada es bastante alto se destina a programas sociales para esta población.
Los guías acompañan a los visitantes por el borde de la garganta hasta llegar al corazón de pinchos de arenisca y formaciones de rocas semejantes a velas fundidas, mientras cuentan la historia de la conocida como cocina del infierno: una familia rica se preocupaba tan poco por sus riquezas que se bañaba en la valiosa leche de sus vacas. Dios se enfadó por sus excesos y hundió la casa familiar bajo tierra. Las paredes blancas y rojas de la depresión son la leche y la sangre de la familia. Existe una explicación más mundana: la depresión es un fragmento de arenisca geológicamente distinto a la roca que lo rodea, y más susceptible a la erosión del viento y la lluvia.
Hay dos alojamientos muy básicos, y un restaurante junto a la garganta. Es una oportunidad para disfrutar de la auténtica vida rural africana, entre maizales salpicados por robustos baobabs, casas de barro con cubiertas makuti y pastores con sus rebaños.
9. Mombasa y la costa sur
Al norte de la frontera con Tanzania, Mombasa ha sido siempre el gran puerto del Índico, presidiendo un tramo de costa espectacular: un paisaje de playas blancas como la nieve, muy cerca de bosques sagrados (kayas), dhows balanceándose sobre el agua y abrevaderos de elefantes, todo concentrado en muy poco espacio.
La vida en Mombasa transcurre al compás de las mareas y los ritmos suajilis, y su ambiente es distinto al de resto de Kenia, gracias a la larga interacción entre África, India y Arabia. Sus gentes, suajilis, han creado una inconfundible sociedad indoceánica –basada en el comercio con orillas remotas– que impregna sus playas de auténtico romance, da sabor a su comida y anima la vida de Mombasa, ciudad de poetas durante siglos.
La ciudad es una de las puertas de Kenia para los turistas que quieren combinar safaris y playa. Aquí está la playa de Diani, perfecta para pasear descalzos durante kilómetros y kilómetros de arena blanca y hacer kitesurf sobre sus olas. Y aquí está también la ciudad antigua de Mombasa, donde podremos explorar un fuerte con varios siglos de historia y comprar especias y antigüedades en sus laberínticas calles históricas.
Mombasa destila exotismo y tiene más en común con Dakar o Dar es Sallam que con Nairobi, la capital. Entre sus muchas caras encontraremos la más mística en el llamamiento a la oración en el casco antiguo; la más seductora en las olas que arremeten contra sus playas de coral bajo Fort Jesus, emblema histórico del siglo XVI y patrimonio mundial. Lo levantaron los portugueses en 1593, y sus muros de un metro de grosor han servido de fortín, de cárcel y, desde hace 50 años, de museo, donde se encuentran desde piezas de barcos de guerra portugueses hasta amuletos persas o porcelana china.
Dentro del casco antiguo hay mezquitas antiguas, como la de Mandhry, del siglo XVI, mercados de especias, icono del puerto exótico que es Mombasa entre griterío, regateo y, por supuesto, el aroma los puestos –a cardamomo, pimienta, cúrcuma, curri en polvo…– y deliciosa comida callejera. Hay también templos jainistas, hindúes, musulmanes… y playa, mucha playa. La de Tiwi es aislada y sombreada, con un bonito arrecife coralino.
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