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Trabajar cansa
Columna
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Los viejos sueños vuelven con las nuevas pesadillas

Se me cae el alma a los pies cuando veo las microscópicas batallas a las que dedicamos nuestras energías, al tiempo que miro acojonado el móvil cuando me despierto a ver cuál es la última locura de Trump

Prisión de la isla de Santo Stefano en Italia
La prisión de la isla de Santo Stefano, con Ventotene al fondo, en Italia.Alamy / Cordon Press
Íñigo Domínguez

Situémonos en 1941, en el corazón de la Segunda Guerra Mundial, cuando no se ve el fin. Estamos en el momento más oscuro del fascismo, cuando Italia ha entrado en la contienda. Estamos en una prisión del régimen de Mussolini, celdas donde disidentes de toda ideología han pasado hasta 20 años entre rejas. Estamos, además, en una cárcel en una isla diminuta, la isla de Ventotene, donde llegó a haber 800 reclusos. Estamos con un grupo de presos políticos, intelectuales, que pasan el tiempo hablando entre ellos, pensando cómo es posible construir un futuro, como dejar atrás la catástrofe humana, política, existencial que devasta Europa. Qué hacer después, cómo lograr vivir en paz entre personas que en ese mismo momento se están matando. Ya ven que, pese a estar encerrados, gracias a su imaginación, a su espíritu, a su inteligencia, a su humanidad, se están elevando y saliendo de esos muros, pensando más allá, desde las alturas. ¿Y qué es lo que se les ocurre? Lo escribieron, la leyenda dice que en papel de fumar, que luego escondieron en un pollo, que una de sus esposas logró llevar a tierra firme. Después empezó a circular clandestinamente.

Este manifiesto, que fue llamado de Ventotene, se considera uno de los primeros documentos fundacionales de la Unión Europea. Decía así en uno de sus párrafos: “La línea divisoria entre partidos progresistas y reaccionarios ya no se sitúa, pues, en la línea formal de mayor o menor democracia, de mayor o menor socialismo a establecer, sino en la línea sustancial, totalmente nueva, que separa a quienes conciben lo viejo como el fin esencial de la lucha, a saber, la conquista del poder político nacional (…) y quienes verán como su tarea central la creación de un Estado internacional sólido”. Seguía planteando que era necesario “constituir un Estado federal equilibrado, que contaría con una fuerza armada europea en lugar de los ejércitos nacionales; romper decisivamente las autarquías económicas, columna vertebral de los regímenes totalitarios”.

El texto fue obra de Altiero Spinelli, Ernesto Rossi y Eugenio Colorni. Este último luego organizó la resistencia en Roma bajo la ocupación nazi. En 1944 tiró las primeras 500 copias del manifiesto en una imprenta clandestina, antes de que una escuadra de matones fascistas lo matara por la calle. Spinelli y Rossi hicieron luego carrera política, y el primero fue uno de los padres de la Unión Europea.

Mucho antes, en otra isla pequeñita, la de Guernsey, en el canal de la Mancha, y también en exilio forzoso durante 15 años, el escritor Victor Hugo plantó la semilla de un árbol en 1870 diciendo que el día que creciera existirían los Estados Unidos de Europa. La primera vez que habló de esa idea fue en una conferencia internacional de paz en 1849. Ese árbol aún sigue allí.

En los peores momentos, cada vez que vienen mal dadas, se ve todo claro y resurge este sueño tan antiguo. Luego, con la normalidad, nos perdemos en nuestras cositas. Como en 1941, aquí ya no se trata tanto de izquierda o derecha, sino de algo mucho más grande. Por eso, desde la distancia, pues vivo en el extranjero, se me cae el alma a los pies cuando veo la altura de nuestros debates nacionales, los titulares de las singulares y microscópicas batallas a las que dedicamos nuestras energías. Al tiempo que miro acojonado el móvil cuando me despierto a ver cuál es la última locura de Trump, y siempre es peor que aquella con la que te habías acostado. “Aquí se hace Italia o se muere”, dijo Garibaldi en una de las batallas por la unidad de Italia. Aquí, o hacemos Europa, o ya saben.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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