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2024, el año en que el pensamiento se asomó a las calles

Los festivales de pensamiento han vivido este año en España un auténtico boom. En tiempos de incertidumbre, parece que hay necesidad de guías que iluminen el camino. Joan Subirats, impulsor de la Bienal de Pensamiento de Barcelona, sostiene que estos eventos tienen algo de ceremonia laica

Resumen 2024
Juárez Casanova
Mar Padilla

La Oxford University Press ha declarado ‘podredumbre cerebral’ —brain rot en inglés— como la palabra del año, aunque técnicamente sean dos. Es una forma muy gráfica de describir los efectos corrosivos de las miles de horas que a lo largo de este 2024 se nos han ido por el sumidero del scroll digital infinito.

Pero quizás los sabios oxonienses están siendo algo severos. Este año alguna gente también ha pasado tiempo en la calle —a la sombra o al tibio sol, con el calorcito o abrigados, muchas veces con una copa de vino, un pincho o una infusión en la mano—, con amigos, en familia o solos, juntándose con un montón de desconocidos, escuchando y conversando sobre cuestiones de actualidad.

Presentes en el momento, sin prisas y con tiempo por delante, se han preguntado sobre la imaginación apocalíptica desatada, sobre las pequeñas utopías que mejoran las condiciones de vida de todos, sobre la fertilidad de la filosofía de los límites —yendo de lo abstracto y lo infinito a lo singular y lo concreto— o sobre el peso del resentimiento en la configuración de la política contemporánea.

Esto ha sucedido en la plaza de España de Madrid de la mano de la escritora Eva Illouz en el Festival de las Ideas de la capital; en unos jardines del barrio del Guinardó en compañía de la socióloga Christine Hentschel y el politólogo Mathias Thaler en la Bienal de Pensamiento en Barcelona; en una conversación entre Gilles Lipovetsky y el filósofo Francisco Jarauta sobre nihilismo en los Encuentros de Pamplona, o a partir de reflexiones de la ensayista Remedios Zafra y el filósofo Santiago Alba Rico en el puerto de Dénia en el tercer Festival de les Humanitats de la ciudad alicantina.

Javier Moscoso, del Festival de las Ideas de Madrid: “Hay que romper con la idea de pensar en su concepción más elitista”

En tan solo un año, miles de personas de toda edad, clase y condición en diferentes ciudades españolas se han tropezado en calles, jardines y plazas con ideas surgidas en conversación con pensadores de la política, la economía, el género, la crisis climática o la literatura de la talla de Ivan Krastev, Sarah Ahmed, Cristina Rivera Garza, Yayo Herrero, Marta Segarra, Valerie Miles, Patricio Pron, Élisabeth Roudinesco, Markus Gabriel, Peter Sloterdijk, Wendy Brown, Emilio Lledó, Amador Fernández-Savater, Rocío Quillahuaman o Zadie Smith, entre muchos otros.

Es una rueda que empezó hace no tanto y que comenzará a girar de nuevo el próximo febrero en Valladolid, cuando en el Foro de la Cultura de la ciudad castellana, que ya lleva un rodaje de siete años y suma 16.000 espectadores cada año, acoja conversaciones entre pensadores como Lea Ypi, Robert Peckham, McKenzie Wark, Sara García Alonso y Wolfram Eilenberger, que reflexionarán sobre el miedo a través de la filosofía y el arte, el problemón de la propagación de bulos o el rol de la censura en la esfera pública. Y es más que probable que les vaya bien. En febrero de este año que ahora acaba, el encuentro vallisoletano completó a las pocas horas sus aforos y los diálogos entre los conferenciantes suman más de 70.000 reproducciones en YouTube.

El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga y la psiquiatra Verónica O'Keane debaten desde Valladolid en el VII Foro de la Cultura 2024.
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga y la psiquiatra Verónica O'Keane debaten desde Valladolid en el VII Foro de la Cultura 2024. Foro de la Cultura de Valladolid

Lo mismo ha pasado en la Bienal del Pensament de Barcelona, que ha celebrado su séptima edición y a veces ha tenido espacios abarrotados y con colas que daban la vuelta a la manzana. El Festival de las Ideas de Madrid, fogueándose y estrenándose en su primera edición —con vistas a repetir—, congregó a más de 10.000 personas.

Democracia participativa

La buena acogida de estos encuentros quizás “son una respuesta a la incerteza en la que vivimos, democratizando el debate público”, reflexiona Judit Carrera, directora del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, aliado fundamental en la Bienal barcelonesa. El adjetivo ‘público’ es aquí clave porque la idea es llegar “especialmente para los que no acceden a espacios culturales y de pensamiento, en debates de calidad pero en un lenguaje común”, incide Carrera. Eso, hablar, conversar y debatir cara a cara es el gran valor. “Se trata de estar juntos y defender la palabra frente a su degradación en ciertos ámbitos políticos”, subraya Carrera, politóloga de formación. Son momentos en los que convergen diferentes personas y colectivos para reflexionar juntos sobre problemas comunes, lo que a veces lleva a dar respuestas a las transformaciones sociales y sus conflictos emergentes.

“Se trata de defender la palabra frente a su degradación en ciertos ámbitos políticos”, dice Judit Carrera, del CCCB

Este año, en la Bienal de Barcelona, en el barrio de Sant Andreu, la socióloga Donatella della Porta y la investigadora y portavoz del Sindicat de Llogateres (inquilinos) de Catalunya Carme Arcarazo precisamente conversaron sobre la necesidad de construir espacios abiertos de discusión. “Una pintada ‘lo llaman democracia pero no lo es’ me llamó la atención. Porque la democracia no puede ser solo votar una vez cada cuatro años”, explicó della Porta, profesora de Ciencias Políticas de la Scuola Normale Superiore de Florencia. Para la pensadora italiana, directora del Centro de Estudios de Movimientos Sociales (Cosmos), especialista en activismos, vigilancia de protestas y violencia política, el sistema político democrático real debe organizarse alrededor del poder de la gente, pero para ello deben darse herramientas “para participar y deliberar activamente, construyendo espacios que crean colectivos, identidades con intereses comunes, elaborando potenciales soluciones”.

La oportunidad se da en estos espacios, “parecidos a las antiguas ágoras, donde se mezclan ideas de diferentes campos del conocimiento”, indica el sociólogo Álvaro Soler. A su vez, Soler, autor de La visión sociológica, una guía inicial (Akrópolis, 2024), advierte contra el peligro de “mercantilización de la cultura del pensamiento”, y de caer en la trampa de “vender nombres de pensadores, universidades y otras instituciones públicas como marcas”, una problemática que se da en casi todos los ámbitos.

Para Luciana Cadahia, que participó el pasado septiembre en los Encuentros de Pamplona, que celebró su segunda edición tras los primeros Encuentros, casi contraculturales, de 1972, esta forma de diálogo público permite articular las actividades intelectuales y artísticas con los problemas que tienen lugar en la actualidad. “Se producen encuentros genuinos que ayudan a crear puentes reales entre la cultura y la vida”, reflexiona Cadahia, autora de República de los cuidados (Herder, 2024).

“La verdad es que no esperábamos que tuviera la respuesta que hemos tenido, y supongo que una de las razones es que se desarrolla en espacios tranquilos, donde se da una conversación pausada, no polarizada, de intercambio”, explica Javier Moscoso, director de contenidos del festival de Madrid.

Son espacios que, de hecho, acogen inquietudes, ideas y conceptos presentes entre mucha gente. “Hay que romper con la idea de pensar en su concepción más elitista. El pensamiento no sale a la calle, si no que el pensamiento está en la calle”, afirma Moscoso en conversación telefónica.

En cada ciudad los festivales son diferentes, pero convergen en la idea de no ofrecer solo personas conversando sin fin. También hay música, baile o teatro, incluso paseos ‘filosóficos’ como el celebrado para explicar el viejo Madrid de Ortega y Gasset, un recorrido que se inició en plaza España hasta llegar al Ateneo de la capital, donde el filósofo impartió muchas de sus conferencias, como la de la Idea del teatro, en 1942.

Otro hilo común entre los diferentes encuentros es la percepción de cierto hartazgo en la comunicación digital, una saturación de vivir volcado en las redes y sus pobres blancos y negros. Frente a ello, estos festivales ofrecen “contacto real, cercanía y reflexión sosegada, lo que es más cálido, interesante y enriquecedor”, dice Moscoso.

A la conferencia del filósofo Jacques Rancière en La Bienal barcelonesa, titulada ‘La imaginación en disputa’, celebrada en el edificio de la cárcel Modelo —reconvertida en centro cultural y social— fue tanta gente que se habilitó una nueva sala para retransmitir la actividad por pantalla, y parte del público protestó argumentando que querían ver y escuchar al ponente en directo.

Una semilla italiana

Si cada idea tiene un embrión, parece probado que la semilla de los festivales de pensamiento tiene raíces italianas. Concretamente de tierras de Módena, donde desde hace casi un cuarto de siglo se celebra el Festival della Filosofia por plazas, patios y espacios monumentales de la ciudad, o de tierras de Turín, donde estos días están ultimando los detalles de la Biennale Democrazia que, en su edición undécima, prevista para marzo, se centrará en las nuevas guerras y en la paz.

Hace unos años, paseando por esas calles de Módena y Turín, viviendo estos festivales, a Joan Subirats, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, le llamó mucho la atención esos encuentros colectivos. Entendió que había gente que sentía barreras invisibles a la hora de entrar en instituciones centradas en el pensamiento y la cultura y que, en cambio, la calle (como también ocurre en las bibliotecas, abiertas a todo tipo de gente porque nadie pide entrada o identificación, a no ser que te quieras llevar un libro), era de acceso libre y abierto para todos.

Pensó que organizar un festival así podía ser interesante en Barcelona, y en 2017, en su primera rueda de prensa como Comisionado de Cultura en el gobierno municipal de los Comuns de Ada Colau, anunció que iba a impulsar una Bienal de la Ciencia y el Pensamiento en la ciudad.

El filósofo Santiago Alba y la ensayista Remedios Zafra hablan en el Festival de les Humanitats de Dénia, el pasado mes de octubre.
El filósofo Santiago Alba y la ensayista Remedios Zafra hablan en el Festival de les Humanitats de Dénia, el pasado mes de octubre. Festival de les Humanitats de D

A principios de este mes de diciembre, sentado ante un café humeante en el barrio del Raval barcelonés, Subirats —ministro de Universidades del gobierno de Pedro Sánchez entre 2021 y 2023— se acuerda de que, con respecto a la Bienal, tenía claro que debía ser un perfil de festival distinto a otros: iba a ser gratuito, no iba a tener ninguna inauguración ni representación política, iba a ser un acontecimiento repartido por toda la ciudad (y no solo en el centro urbano), y sucedería a pie de calle, de manera que la gente, literalmente, se tropezara con él. “Recuerdo una de las primeras sesiones, en el subsuelo del mercado de Sant Antoni (Barcelona), junto a un supermercado Lidl enorme. La gente salía de comprar y muchos se quedaban un rato”, ríe ahora. De pie o sentados, algunos con bolsas de Lidl con tomates, lechuga, cebolla y pollo para preparar la cena, el público escuchó al arquitecto Manuel Aires Mateus y al escritor Gonçalo M. Tavares hablar sobre el turismo y el futuro de la ciudad y se organizó un debate sobre ello.

Al principio fue una apuesta cultural arriesgada. Subirats y su equipo estaban tan obsesionados por no ‘pinchar’ que decidieron apostar a lo grande. En la primera edición, celebrada en 2018, trajeron a Judith Butler —considerada ahora una de las pensadoras más influyentes del siglo XXI— como primera invitada de la Bienal. Y ante el asombro de muchos, más de 2.000 personas se congregaron en la plaza Coromines del Raval para escuchar a la pensadora estadounidense conversar con la filósofa Fina Birulés sobre el peso de la biología, la cultura y las normas sociales en las cuestiones de sexo y género, y sobre el margen para cambiarlas y hacer la vida más vivible para mucha gente.

Casi una misa

Subirats también cree en la faceta pública y política de este tipo de actividades. “Vivimos un tiempo de cambio, con muchos interrogantes en el aire. Esta es una época muy abierta a debatir, al estilo que explica Jürgen Habermas, a modo de esferas pequeñas que se comunican entre ellas”.

Se percibe cierto hartazgo digital, una saturación de vivir volcados en las redes y en sus visiones de blancos y negros

En los Encuentros de Pamplona, la filósofa Susan Neiman precisamente reflexionó acerca de la idea de pensar ‘sin barandillas’, un concepto de Hannah Arendt, que defiende una “manera de pensar el mundo sin prejuicios a modo de falsos asideros, pero también sin categorías políticas tradicionales”. En las actividades de este tipo de festivales participa mucha gente joven, que viven las incertezas de forma más urgente, y también muchas personas de sesenta años en adelante, que tiene salud, inquietudes intelectuales y tiempo libre.

Estos encuentros, tan variados y transgeneracionales, son un modo de comunicación, de intercambio y transferencia de conocimiento. Subirats los percibe como una especie de ceremonia laica, con ciertos paralelismos —salvando las distancias— a momentos de ‘congregación’ religiosa.

“Antes estaban las certezas de la iglesia, el estado y los partidos. Ahora eso se ha roto”, reflexiona Subirats. Y frente a los procesos de individualización, frente a internet, crecen estos espacios de socialización, donde prevalece la idea de quedar presencialmente y verse un rato, de debatir y estar acompañado, dándose una cierta sensación de comunión alrededor de las ideas. “A veces casi hay una cierta sensación de misa, con sus oficiantes, con pensadores que conversan y comparten perplejidades con la gente. Y eso está bien”, afirma medio en broma medio en serio, acabándose el café.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).
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