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Sarah Jaffe, ensayista: “Nadie quiere reconocer que es rico o pobre. Todos quieren ser clase media”

La periodista estadounidense ha investigado el trabajo precario, además de haberlo ejercido. La clase trabajadora, dice, “ya no es un hombre blanco con un casco en la obra”

Sarah Jaffe photographed in London last Friday, October 11.
Sarah Jaffe fotografiada en Londres el pasado viernes 11 de octubre.Ione Saizar
Rafa de Miguel

Sarah Jaffe (Norwood, Massachusetts, 44 años) conoce el mundo del trabajo y todas sus variantes de arriba abajo. Ha sido camarera, ha reparado bicicletas y ha sido consultora de redes sociales; ha vendido helados, ha limpiado y ha explicado el comunismo soviético a alumnos de enseñanza media. Su libro Trabajar. Un amor no correspondido (editorial Capitán Swing) es una bofetada que abre los ojos ante ficciones como el amor a la profesión o mitos como el de la “clase blanca trabajadora”. La clase trabadora es un concepto que evoluciona, y que hoy tiene forma de cuidadores inmigrantes que son explotados en el sector de ayuda a la dependencia.

Jaffe, que aparece en el café de la terraza de la librería Waterstones, en Piccadilly (Londres), recién llegada de EE UU (vive a caballo entre América y Europa), aún arrastra algo de jet lag. La periodista y escritora lleva en sus espaldas casi dos décadas de especialización en el mundo laboral, pero su torrente verbal abarcará todo: los nuevos trabajos, los desafíos de la izquierda, la incertidumbre que aún despierta la candidata Kamala Harris o la reacción de una comunidad judía —es hija y nieta de judíos de Centroeuropa que llegaron a EE UU— ante la tragedia de Gaza.

Pregunta. Algunos políticos en la izquierda utilizan ya una expresión enrevesada como “clase media trabajadora”. ¿Qué es hoy la clase trabadora?

Respuesta. Si nos ponemos algo pedantes y recurrimos al marxismo, diríamos que la clase trabajadora la forman todos los que no tienen otra cosa para vender que su trabajo. Pero si eres un político, ya sea Keir Starmer [primer ministro del Reino Unido] o J. D. Vance [candidato republicano a la vicepresidencia de Estados Unidos], lo que deseas es apelar a una mayoría de votantes que se identifique positivamente con el concepto. Todo el mundo quiere ser de clase media. Nadie quiere reconocer que es rico o que es pobre.

P. Y por eso la candidatura de Trump apela al mito de una ‘clase blanca trabajadora’ que se ha quedado atrás.

R. El historiador David Roediger, que ha escrito mucho sobre las relaciones laborales, siempre dice que cuando se usa la expresión “clase blanca trabajadora” el énfasis se pone en el adjetivo “blanca”, y lo de “clase trabajadora” apenas se balbucea. Hoy el sector laboral que más está creciendo en muchos países es el de la atención a la dependencia. Y sus trabajadores son mujeres, muchas veces inmigrantes. En EE UU, mujeres negras o de otras razas no blancas. La clase trabajadora ya no es el hombre blanco con un casco de obra, al menos en el norte global.

P. Reagan lanzó aquella pregunta a los votantes de “¿están ustedes mejor que hace cuatro años?”, que se ha convertido en el test electoral definitivo. A pesar de que la economía ha mejorado, la candidatura demócrata de Kamala Harris no acaba de despegar.

R. Los datos macroeconómicos arrojan en la misma cesta a un multimillonario como Jeff Bezos. Seguro que está ahora mejor de lo que estaba hace 40 años. Fíjese en mí. He recibido mejor educación de la que recibió nunca el resto de mi familia. Me está entrevistando en Londres un periodista de un importante periódico de un país que nunca he visitado. Y sigo sin poder comprarme un apartamento. La licenciatura universitaria ya no sirve como factor de clase. Hay muchos licenciados trabajando en Starbucks.

P. Denuncia usted lo que llama la trama del ‘trabajo con amor’.

R. Otro mito para que el capitalismo se justifique a sí mismo. Ya no es solamente que, si trabajas duro, puedes llegar a ser un millonario. Es que incluso si no logras ese triunfo, siempre puedes encontrar un trabajo que ames, y ese amor será ya tu éxito. El eslogan más cursi de la derecha es ese que dice ‘ama tu trabajo y no trabajarás el resto de tu vida ni un solo día’.

P. Pero la respuesta a esta crisis laboral ha sido más proteccionismo…

R. Creo que debe ser una respuesta política que combine muchos factores. No se trata de poner en marcha una guerra comercial con China, como pretende Trump. Lo que debemos preguntarnos es cuáles son nuestras necesidades. Y resulta que, en gran parte, lo que necesitamos es un montón de personas para llevar a cabo tareas de dependencia. ¿Qué vamos a hacer para estimular a la gente a que trabaje en ese sector, y para pagarle lo que se merece?

P. La principal desilusión la está padeciendo la gente joven.

R. Estamos viendo a gente desilusionada por infinitud de cosas. Con sus relaciones, con la política, con el mercado laboral. Por eso vemos el ascenso de la extrema derecha en el mundo. No se trata solo de Trump.

“Me está entrevistando un periodista de un importante periódico de un país que no conozco. Y no me puedo comprar un piso”

P. ¿Es la misma amenaza de la extrema derecha en todo el mundo?

R. Lo que ocurre en Alemania me preocupa especialmente, porque soy judía. Pero también he estado en Italia recientemente, antes y después de la victoria electoral de Meloni. Pregunté a un amigo y me dijo con cierta ironía: ‘Somos italianos. Llevamos digiriendo fascismo de modo homeopático durante mucho tiempo. Somos inmunes’. Me alegra que alguien lo sea. Pero otro amigo ha escrito sobre el Brasil de Bolsonaro, y da miedo. Brasil es la analogía más cercana a EE UU, aunque a los estadounidenses no les guste la idea. Dos países racistas, con un pasado colonial y multitud de armas en circulación.

P. ¿Le entusiasma entonces la candidatura de Kamala Harris?

R. Conozco el país, es extremadamente racista y machista. Y Harris tiene en estos momentos algunos lastres. Uno de ellos es Gaza. No tiene el apoyo en lugares como Michigan, con una comunidad árabe importante que normalmente vota al Partido Demócrata y que respalda ampliamente la causa palestina. Están irritados con ella, no les ha ofrecido ningún apoyo. Veo sus anuncios de campaña y no para de presumir de los apoyos que tiene por parte de republicanos como Dick Cheney. No parece ver que está perdiendo votos por la izquierda, y que mensajes como ese no van a estimular a los votantes de Michigan.

P. La comunidad judía estadounidense ha sido siempre una roca en la defensa de Israel. ¿Hemos visto grietas después de la respuesta de Netanyahu a la masacre de Hamás del 7 de octubre?

R. Hay una división real en la comunidad judía que, en parte, tiene que ver con la edad. Muchos de los jóvenes no han crecido con ese miedo visceral y existencial a la desaparición, que hasta mi padre tenía. El trauma que has atravesado no justifica que inflijas un trauma similar a otros. Acabar con más de 40.000 personas supone una escala muy diferente a la del 7 de octubre.

P. Volvemos a oír los argumentos que ya empleaba el sionismo en sus inicios: Israel como el último bastión de la civilización frente a la barbarie.

R. Es básicamente racismo. Hay una cuestión que me fascina: la diferencia entre estar seguro y sentirse seguro. Cuando algunos estudiantes se manifestaron a favor de Palestina en algunos campus universitarios, otros se quejaron de que no se sentían seguros. Lo cierto es que alguien ondeando una bandera palestina no hace que tu seguridad sea menor. Cuando pienso en un mundo más seguro pienso en mundo donde las necesidades básicas, como la sanidad, están cubiertas, no en un lugar donde un montón de personas viven en una prisión al aire libre construida por otras personas con las que supuestamente se tienen que identificar.


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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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