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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Columna
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La furia contra los inmigrantes se está normalizando como se normalizó el antisemitismo de los años 20

Uno de los grandes éxitos de la extrema derecha ha sido lograr que algunos partidos dejen de llevar esa etiqueta

Inmigrantes
NICOLÁS AZNÁREZ
Soledad Gallego-Díaz

En el año 2000, un político austriaco de vocabulario filonazi, Jörg Haider, presidente del FPÖ, el Partido de la Libertad de Austria, estuvo a punto de formar parte del Gobierno de su país, en coalición con el Partido Popular. La inmediata reacción de la Unión Europea, que anunció todo tipo de restricciones a un Gobierno semejante, hizo que Haider nunca lograra su propósito. El 29 de septiembre se celebran elecciones en Austria y esta vez las encuestas dan casi por seguro que el FPÖ, que sigue siendo tan de extrema derecha como entonces, llegará al Gobierno y que la UE no hará nada por impedirlo. Lo que ha cambiado en estos años ha sido la “normalización” de los mensajes de los partidos de extrema derecha.

La extrema derecha preside los gobiernos de Italia y Hungría, y forma parte de coaliciones en Croacia, Eslovaquia, Finlandia y Países Bajos. El Gobierno sueco se sostiene gracias al apoyo externo de un partido de extrema derecha. En el Parlamento Europeo hay tres grupos distintos de extrema derecha y solo a uno de ellos, los “soberanistas” de Alternativa para Alemania (AfD), se le aplica claramente esa etiqueta. Los otros dos, liderados, uno por la italiana Meloni y el polaco Kaczynski, y otro, por el húngaro Orbán y la francesa Le Pen, pretenden ser identificados como “conservadores nacionalistas”. En el que dirige Orbán, se integra Vox.

Una de las principales características políticas de la última década en Europa es la aceptación de situaciones de prolongadas crisis como aparentemente normales. Un estudio de varios autores publicado en la Revista de Lengua y Política, editada por una editorial académica independiente con sede en Ámsterdam, recuerda que el antisemitismo fue “normal” en los años veinte y treinta del siglo pasado. Es decir, explican, el subproducto más destacado de la extrema derecha es la identificación apresurada de aquellos que son aparentemente “culpables”, los chivos expiatorios, de esas crisis prolongadas. Sucesos perturbadores que en etapas anteriores habrían provocado respuestas duras y claras, en defensa de los valores democráticos, forman ahora parte de una “nueva normalidad”, que se asume sin muchos aspavientos. Temas que eran tabúes se vuelven normales y se cambia el límite de lo decible.

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La normalización de la extrema derecha genera exclusión, y en estos momentos el “antisemitismo” (que no ha desaparecido totalmente) se ha transformado en el rechazo a los inmigrantes y juega el mismo papel promoviendo la desigualdad y redefiniendo los valores centrales de la democracia: el Estado de derecho, fundamentalmente. Se pretende aplicar a los emigrantes leyes diferentes, cuando un valor fundamental de la democracia es que los derechos y obligaciones deben ser los mismos para todos los residentes en un mismo país. “Poco a poco se extiende una nueva normalidad que excluye a grupos sociales supuestamente culpables de los problemas sociales”, sostiene el artículo mencionado.

Uno de los principales éxitos de la extrema derecha (y uno de sus mayores peligros) es que ha conseguido que algunos de sus partidos dejen de llevar esa etiqueta. Conseguir que se lo identifique como “conservador nacionalista” es uno de los principales objetivos de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y su estrategia parece tener éxito. Su programa se diferencia del de Alternativa para Alemania en que Meloni defiende la permanencia de Italia en la UE y en la OTAN, pero comparten su visión de la inmigración, los derechos de la mujer o la renacionalización y centralización del poder. El primer ministro húngaro, Vik­tor Orbán, se diferencia de Meloni en que apoya a Putin, pero se une a ella en casi todo lo demás. Todos ellos tienen también una lucha común en el campo de las políticas culturales, de la memoria (poco a poco, Mussolini no fue tan funesto, los seguidores de Hitler tan criminales ni los colaboracionistas húngaros tan odiosos) o de género (todos ellos rechazan el derecho de la mujer al aborto). Muchos analistas han escrito sobre la manera en la que la extrema derecha logra “secuestrar el lenguaje”.

La importancia de luchar contra la normalización de lo que no es normal, ni debería serlo, exige recordar también que la invasión de Ucrania por decisión del presidente ruso, Putin, una ofensiva que arrancó hace casi tres años, es un hecho gravísimo que exige respuesta. Y que la masacre que provoca el ejército israelí desde hace casi un año en Gaza, con la destrucción deliberada de todas las infraestructuras viarias, educativas, sanitarias y comunitarias y el asesinato de más de 10.000 niños y 50.000 civiles, no responde a una respuesta “normal” a un atentado previo, sino a lo que seguramente llegará a calificarse como genocidio o crimen de lesa humanidad.


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