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ENSAYOS DE PERSUASIÓN
Columna
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No hay ‘turismofobia’ sino una reacción contra los flujos desproporcionados

Es crucial incorporar el criterio de “capacidad de carga”, que mide el número máximo de visitantes que puede acoger un espacio

Joaquín Estefanía
Habitantes de Palma de Mallorca en una protesta contra la masificación turística de la isla el pasado julio.MIQUEL A. BORRÀS (EFE)
Joaquín Estefanía

En pleno puente de agosto toda la zona se quedó sin hielo y no hubo forma de preparar los gin-tonics ni los cu­balibres; nadie había calculado tal nivel de consumo. Hubo que esperar al siguiente martes para que el material llegase a las grandes superficies. Esos mismos días, el pueblo hubo de ser cerrado a la entrada de coches porque ya no cabía ni uno solo más y los aparcamientos estaban repletos. Relativamente cerca de allí, ya en otra comunidad autónoma, se vio a decenas de vecinos ocupar un paso de cebra con pancartas y no dejar pasar durante un buen rato por la carretera a ningún automóvil porque era imposible que los suyos estacionasen en parte alguna. Una protesta gandhiana. Son ejemplos de la vida cotidiana generados durante el pasado mes.

¿Cómo es posible que aún no haya un Ministerio de Turismo en sí mismo, sin acompañamiento de otras materias (información, comercio, industria…), en un país en el que casi 13 de cada 100 euros que se fabrican y casi 13 de cada 100 trabajadores a los que se da empleo (sin contar con la economía sumergida) tienen que ver con esta actividad, mayor que ningún otra? ¿Terminará una temporada que va a acoger a cerca de 100 millones de visitantes extranjeros, superando a EE UU y rozando las cifras francesas, las mayores del mundo, sin que se constituya una mesa permanente con todos los interlocutores para revolver los mil y un problemas (e iniciativas) que van surgiendo y que rompen el equilibrio entre los inmensos beneficios económicos y las crecientes molestias sociales que provoca la masificación que se está viviendo? Al gran motor se le han saltado algunas piezas y se ha gripado, generando una congestión sobre los recursos comunes.

La cuestión está en encontrar ahora los límites del crecimiento de la industria turística, esas fronteras que imponen la escasez física, las infraestructuras de todo tipo y aspectos tan novedosos como la emergencia climática. Así, surge el concepto de “capacidad de carga”, que mediría, en general, el número de personas que puede acoger como destino un país como España. La capacidad de carga turística mide el número máximo de visitantes que puede contener un determinado espacio-recurso-destino turístico, el límite más allá del cual la explotación turística es insostenible por perjudicial, el número máximo de turistas que un espacio puede albergar sin llegar a deteriorarse. Esta “capacidad de carga”, que es móvil y varía a lo largo del tiempo en función de los factores de los que depende (población, densidad, capacidad de expansión, hábitat, recursos hídricos y otras infraestructuras, etcétera), sería una herramienta de gestión de los visitantes que serviría para planificar y ordenar el turismo sostenible.

No hay turismofobia. Hay una rea­cción contra el turismo de revancha que ha surgido después del Gran Confinamiento y que arrasa con todo. Contra el turismo caníbal que aprovecha otras olas sociológicas profundas que están entre nosotros al mismo tiempo, para expulsar a los vecinos de sus casas (pisos turísticos y gentrificación), que se sustenta en trabajadores que no tienen incluso donde dormir y que son más precarios que en las industrias en las que antes trabajaron, que malgasta los recursos naturales, tecnológicos y físicos (una comunidad no precisamente en cabeza por número de visitantes ha calculado que el uso de agua potable durante agosto ha aumentado un 55% y han atendido —con escaso personal— un 20% más de urgencias en sus hospitales públicos que en los otros días del año. El consumo de cerveza habría crecido un 40% hasta septiembre), que incrementa los precios, que aumenta, pese a los controles, la economía sumergida. No hay turismofobia, pero en algunos puntos el turismo empieza a ser considerado una industria hostil pese a los enormes beneficios que genera.

Por último, está la realidad que refleja la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística: el 31,3% de la población no puede irse de vacaciones fuera de casa al menos una semana al año. Ha sido la España invisible de estas semanas.

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