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Josep Maria Esquirol, filósofo: “Depender de los demás es un regalo, una suerte, un don”

El catedrático de Filosofía en la Universidad de Barcelona, premio Nacional de Ensayo 2016, reflexiona ahora sobre el poder de la enseñanza frente a la apatía y la indiferencia

Josep Maria Esquirol en el centro de Barcelona, el pasado 22 de julio.
Josep Maria Esquirol en el centro de Barcelona, el pasado 22 de julio.massimiliano minocri

Si existe algo en lo que cree Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, Barcelona, 61 años) es en la figura del maestro. “Guía hacia lo profundo, orienta las vidas concretas y reales, muestra lo que merece la pena atender”, cuenta tranquilo en una cafetería, vestido con camisa de manga larga, ajeno a la pegajosa mañana de verano que achicharra el centro de Barcelona. Catedrático de Filosofía desde hace más de tres décadas en la Universidad de Barcelona (“el regalo de mi vida es la docencia”, afirma), todavía siente la huella de dos profesores en su formación: la del filósofo catalán Francesc Gomà y la del romano Armando Rigobello. “Ser maestro no tiene nada que ver con la jerarquía ni con poner notas. Son maestros porque hablan desde la honestidad”, recapacita este pensador que habla como escribe: reflexivo, pausado, amigo de las tautologías y esquivo de las palabras comodín.

Tras hacerse con el Premio Nacional de Ensayo 2016 por La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de la proximidad (Acantilado, 2015), obra que salió de los círculos académicos y conquistó al gran público, a Esquirol no le abruma haberse convertido en el ensayista que reflexiona sobre la vida de forma cercana, sin tecnicismos. En marzo publicó La escuela del alma: de la forma de educar a la forma de vivir (Acantilado, 2024), un texto sobre por qué se educa con el corazón y se enseña con las manos. “Llevo escribiendo un libro cada tres años desde 1988. Son productos de un tramo de camino. No busco la especialidad, sino un buen lector, gente que esté acostumbrada a leer y lo haga con pausa y reflexión”, apunta.

Pregunta. Defiende la “altertopía” educativa, ¿qué es?

Respuesta. Esa es una de las pocas palabras académicas que uso en el ensayo y me sirve para subrayar dos términos: alter (otro) y topos (lugar). La enseñanza tiene que ver con compartir en un lugar especial, diferente, otro. Ahí, en ese lugar, maestros y alumnos forman una comunidad donde se comparte el mundo. Si insisto en la otredad de ese lugar es porque los discursos predominantes llevan a una disolución de las diferencias entre las instituciones, como cuando se insiste en que las escuelas tienen que estar al servicio de la sociedad. No está bien dicho.

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P. ¿Por qué?

R. Se sustantiviza la sociedad y se la convierte en algo abstracto. Es un eslogan de fondo que, al enunciarse, implica considerar la escuela como algo ajeno a la sociedad. Pero si la sociedad es algo, es un conjunto de instituciones bien articuladas. Se trata de contribuir al conjunto: que el Parlamento sea Parlamento, que el templo sea templo y que la escuela sea escuela. Cuando cada lugar aporta el sentido que le es propio, el conjunto se enriquece. En cambio, la confusión lleva a que el conjunto empeore.

P. Pero sí existen tensiones dentro de las instituciones educativas. Los universitarios están recriminando que se dé la espalda a lo que está pasando a su alrededor, como las acampadas en apoyo a Palestina.

R. Es muy bueno que la gente joven, y los universitarios en particular, vibre. La falta de pasión es un síntoma de falta de vida. Juventud significa fuerza y anhelo. No puede conformarse con lo inercial. Cuando advierto verdadero interés, deseo y ganas de cambio, lo celebro. Lo contrario es la apatía y la indiferencia, y eso no lleva a ninguna parte.

Josep Maria Esquirol, filósofo y catedrático, fotografiado en el Eixample barcelonés.
Josep Maria Esquirol, filósofo y catedrático, fotografiado en el Eixample barcelonés. massimiliano minocri

P. Dice que el totalitarismo nace de la indiferencia.

R. Indiferencia significa falta de diferencia y de capacidad para verla. Cuando las diferencias desaparecen y crece la homogeneidad, surge a la vez el totalitarismo, es decir, el todo igual. Reivindico la diferencia que tan a menudo va asociada a los umbrales.

P. En su último ensayo escribe sobre la necesidad de “cultivar el umbral”, ¿a qué se refiere?

R. Cuando el ser humano crea lugares, no lo hace de forma arbitraria ni gratuita. Realmente, crea, instituye, genera algo con sentido. Consigue que la vida esté más orientada. La puerta de una casa o de una escuela no son simplemente unos elementos materiales, sino los símbolos de una forma de vivir que se da tras ellos: la calidez en el hogar y el compartir el mundo en la escuela. No es casualidad que en las distopías lo inquietante se presente como algo gris y frío.

P. Muchas personas disidentes de la norma creen que sus vidas transcurren en el umbral. Ni se sienten de aquí ni de allí. Su identidad no encaja en esas instituciones que se han creado para la sociedad.

R. El umbral no supone identidades fijas ni pertenencias o modo de propiedades, sino estilos de vida abiertos, flexibles y nómadas. Doy prioridad a los verbos, es decir, a las acciones por encima de los sustantivos. La vida de cada persona es un ir paso a paso, orientándose e identificándose. Y procuro evitar las etiquetas. Hay demasiadas.

P. ¿Le molestan?

R. No me interesan. Son reduccionistas. Cada ser humano es una hondura insondable y su vida, un camino largo de búsqueda de sentido. Lo importante es amar, no hacer daño, construir, juntar. Eso es lo que cuenta. ¿Para qué añadir etiquetas?

“Ya no disponemos de tiempo para oxigenarnos. ¿Qué estudiante goza de un buen libro si vive hipotecado por la nota?”

P. Defiende la necesidad de parar y alaba el reposo, pero no todo el mundo puede disfrutarlo. ¿El descanso es un privilegio hoy en día?

R. Es una necesidad, física y espiritual. La falta de reposo es muy preocupante. Así como la falta de paciencia y de serenidad para acercarse a lo bello y para dejar que las cosas crezcan silenciosamente y maduren. Un simple ejemplo: en el ámbito académico, no dejamos ni que por una sola vez se haga una lectura sin tener que rendir cuentas. Ya no hay tiempo para oxigenarse: ¿qué estudiante gozará de un buen libro si vive hipotecado por la nota de la ficha que debe presentar en pocos días? Todo el rato hay que estar pendiente de las evaluaciones, las pruebas, los trabajos. Se trata de una inmersión total en la mentalidad productivista. Pero ya vemos hacia donde nos lleva. Hacia el desastre. No hay que desfallecer. La resistencia sigue teniendo sentido. No hay que rendirse ante lo que domina. Hay que recrear lugares diferentes, paréntesis en donde crezcan las fuerzas para cambiar de rumbo.

P. Opina que el infierno es narcisista y solipsista, pero los pensadores que más triunfan en redes, los que más fascinan a los jóvenes, son los que defienden doctrinas neoliberales. “Para triunfar, aíslate. Si tu familia te entorpece, no la escuches. Fíjate un objetivo”, dicen.

R. No son pensadores; son farsantes, sofistas en el peor sentido de la palabra. Han multiplicado exponencialmente el mensaje de los panfletos de autoayuda y lo han mezclado con la ideología neoliberal. El resultado es un discurso ideológico tremendamente distorsionador. Los modelos de éxito que plantean, grandilocuentes, ponen el énfasis en el hecho de que, si uno no consigue algo, es porque en realidad no lo quiere. El suyo es un “si quieres, puedes” agresivo y frustrante, pero a la vez muy seductor.

P. ¿Y cómo se puede contraponer ese discurso?

R. Yo intento subrayar la singularidad de cada persona, pero sin que eso dé lugar a ningún tipo de egocentrismo. Articulo una filosofía en donde el cuidado de uno mismo esté esencialmente vinculado con el cuidado del otro, del prójimo. Una filosofía de la singularidad y del nosotros, una filosofía de la juntura. Somos interdependientes, y esta independencia no es un defecto. No es decir: ‘Oh, somos débiles, dependemos de los demás’. Depender de los demás es un regalo, una suerte, un don. Por suerte, nadie se sostiene en pie solo. Para vivir, uno necesita de la confianza de los demás, de su mirada y de su reconocimiento. Procuro que mi filosofía sea una comprensión, y a la vez un cultivo, de la fraternidad.

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