La evolución, limitada, de las lenguas
Lo que concierne a la estructura de un idioma apenas se mueve. Sí que cambia, pero muy lentamente, su vocabulario
Las lenguas evolucionan, de eso no cabe duda. Pero lo hacen despacio y bajo ciertas constantes, entre ellas la influencia de las analogías: se acepta con mayor facilidad lo que ya tiene precedentes arraigados. Esas transformaciones se habían venido produciendo desde abajo, en el mayor proceso democrático posible. Los pueblos eran los dueños de sus idiomas y de sus calmados cambios. Y después la literatura consagraba esas reglas mediante innovaciones y hallazgos que las respetaban. Sin embargo, en los últimos decenios se están produciendo intensas intervenciones desde arriba, de las minorías dirigentes. Nunca antes en la evolución del idioma se había puesto tanto en riesgo la iniciativa del pueblo.
Ahora bien, las lenguas evolucionan fácil pero lentamente en su léxico; y bastante menos (o casi nada) en su gramática (la morfología, la sintaxis).
El académico Emilio Lorenzo diferenciaba en El español y otras lenguas (1980) entre el semblante del idioma (el aspecto, la superficie sujeta a cambios: el vocabulario) y el talante (la estructura –la gramática— que permanece). Eso se aprecia bien en español al observar que desde hace siglos no se inventan una desinencia verbal, una conjunción, un pronombre o una cuarta conjugación.
Las herencias genéticas de los idiomas, una vez que éstos se han consolidado como tales, se mantienen con fuerza siglo tras siglo. Y así viene a demostrarlo un descomunal estudio que ha analizado 2.400 lenguas de las 7.000 que existen en el mundo y que se publicó en Science el pasado 19 de abril. En el trabajo han colaborado universidades del Reino Unido, Países Bajos, Alemania, Suecia, Nueva Zelanda, Australia y Finlandia, que compartieron un voluminoso banco de datos llamado Grambank. El objetivo consistía en documentar patrones de variación gramatical entre esos idiomas. Y las principales conclusiones halladas en las 215 familias de lenguas que estudiaron señalan que sus evoluciones respetan unos límites, y que guardan una mayor similitud con sus idiomas antepasados que con aquellos que tienen cerca. Es decir, que la genealogía se impone a la geografía. Manda el ADN idiomático.
Entre los 195 patrones estudiados se encuentran la configuración del género gramatical, la diversidad de tiempos verbales o el orden más habitual de los elementos de la oración (por ejemplo, en español predomina la sucesión sujeto-verbo-complementos), y también las construcciones que utilizan esos sistemas de lengua para combinar segmentos en unidades de rango inferior o superior, o el uso de los pronombres. (En español los pronombres de primera persona muestran menor presencia que en el francés o el inglés, y en eso no ha habido cambios ante tan importantes y cercanos idiomas, que sin embargo sí influyeron en nuestro léxico. Así pues, también ahí se aprecia un semblante modificable pero un talante firme).
Por todo ello, la repetida afirmación “las lenguas evolucionan”, que se profiere para defender desde arriba incluso las más ocurrentes intenciones, es cierta, pero sólo en parte: evoluciona el léxico, muy despacio, y apenas se mueve lo que concierne al sistema. Está por ver qué influencia tendrá el intervencionismo político y administrativo actual, pero normalmente para que se produzca un cambio profundo en los pilares estructurales y morfológicos de una gran lengua hará falta la unión tácita, estable y no programada de millones y millones de hablantes.
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