Las nuevas hipérboles
Hoy en día nos vamos adentrando en un tercer sentido, el que la prensa adjudica a ciertas afirmaciones políticas
Se llama hipérbole desde hace siglos a la figura retórica o literaria que consiste en exagerar algo. La palabra llegó al español desde el griego hyperbállein, que significaba “lanzar por encima” o “tirar más allá”, de donde se formó el sentido de “exceder” o “exagerar” (apuntar más lejos). En nuestro diccionario se define desde 1791 como “figura que consiste en aumentar o disminuir exageradamente aquello de que se trata”.
El banco de datos académico registra el primer uso del vocablo “ipérbole” (entonces sin hache) en las glosas de la Eneida que publicó en 1427 el traductor Enrique de Villena, quien define como tal esta frase: “Los alçava tan altos que parescían legar al cielo”; obviamente una exageración estilística, que él explica así: “Cuando el comparativo significa más de lo que es, siquiere el dezir representa más qu’el fecho”.
En esos casos los lectores reconducen la expresión literal hacia una figurada, que a su vez señala un hecho identificable y concreto. La más famosa hipérbole en español es aquella que escribió Quevedo: “Érase un hombre a una nariz pegado”. Con ella, el lector ya entendía que no se había pegado un hombre a una nariz más grande que él, sino que la persona así retratada (en este caso su rival Góngora) disponía de un apéndice nasal extraordinario.
Ése es el uso que tuvo “hipérbole” en español durante siglos, hasta que el término se extendió como equivalente de toda exageración. A causa de ello, el Diccionario de 1992 le añadió un segundo significado: “Por extensión, exageración de una circunstancia, relato o noticia”.
Esta acepción acoge ya la hipérbole como narración de un hecho cierto (y no figurado), pero transmitido con datos hinchados. Por ejemplo, si alguien dice “se me inundó toda la casa” cuando el agua anegó sólo dos habitaciones. En ese caso, quien conoce el dato no se llama a engaño, y entenderá que el afectado le transmite su visión psicológica de los daños. Sin embargo, sí puede recibir una información falsa quien ignore la dimensión real del desastre.
Y por esa puerta nos vamos adentrando hoy en un tercer manejo de “hipérbole”, porque la prensa llama así a ciertas afirmaciones políticas que ya no parten siquiera de un hecho cierto. Frases como “ETA está viva” (Isabel Díaz Ayuso, del PP), “PSOE y PP son la gangrena de nuestra democracia” (Patricia Guasp, de Ciudadanos), “Andalucía se parece más a la Alemania de los nazis que a un gobierno demócrata” (Ángela Aguilera, de Adelante Andalucía), “El presidente del Gobierno ha pactado el derecho de autodeterminación” (Pablo Casado, del PP), “El supuesto de aborto más habitual es el que sucede en el tercer hijo. El aborto se está utilizando como una herramienta de conciliación” (Javier Maroto, del PP) o “Los cimientos de la Ley de Vivienda se levantan sobre las cenizas del atentado de Hipercor” (Pedro Rollán, del PP).
Este tercer tipo de hipérbole equivale ya a aplicar el “érase un hombre a una nariz pegado” a quien tiene una nariz normal. Y a contar inundaciones que nunca existieron. Porque ETA desapareció; PP y PSOE tienen defectos, como los demás, y no son lo mismo el uno que el otro; los abortos más habituales, el 46%, corresponden a mujeres sin hijos, y los del tercer embarazo suman sólo el 20%; Sánchez no ha reconocido la autodeterminación, y la ley de la vivienda habrá nacido de una votación democrática, igual que todo lo que apruebe Andalucía.
La hipérbole noble de siempre, la literaria, la retórica, el recurso estilístico, se construye sin ánimo de engaño. Lo que ahora llaman “hipérboles” son directamente mentiras. Aún más: mentiras exageradas.
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