La inseguridad del seguro
Algunas aseguradoras se han beneficiado del prestigio de esas palabras sin mostrar interés por situarse a su altura
Los significados de “seguro” y “seguridad” se han deteriorado en los últimos tiempos.
Desde hace siglos, la seguridad (“cualidad de seguro”) implica ausencia de riesgo: la inexistencia de inquietud alguna. Veamos.
El diccionario latín-castellano compuesto por Nebrija en 1495 daba como equivalente de “seguro de peligro” (entonces se usaba esta locución) el término latino tutus, participio pasivo de tueor: “defendido”, “protegido” (diccionario Vox de latín). En la edición de 1516, Nebrija añade sospes (“a salvo”) como posible traducción. A su vez, a “seguridad” le correspondía en aquel lexicón securitas, equivalente latino de “tranquilidad” y “despreocupación”; y, en la misma línea, a la voz securus le corresponden “exento de preocupaciones” y “exento de peligro”. No está mal.
En el siglo XVIII no habían cambiado mucho esas ideas: el primer vocabulario académico (1739) define así “seguridad”: “Estado de las cosas que las hace firmes, ciertas, seguras y libres de todo riesgo o peligro”. Las ediciones del XIX abundaron en ese significado de “seguro”: “Libre y exento de todo peligro, daño o riesgo. Cierto, indubitable y en cierta manera infalible”. Aún hoy, en el XXI, las academias hablan de lo seguro como “exento de riesgo”, “indubitable”, “firme”, “que ofrece confianza”, “libre de todo peligro”.
Sin embargo, en nuestros días cada vez que se adoptan “medidas de seguridad” acabamos pensando más en el peligro que en su ausencia. Nos vamos alejando de aquella seguridad que se consideraba una idea absoluta: o se estaba seguro o se estaba inseguro, no había término medio. Y cuando alguien no se hallaba “libre de todo peligro”, ya no se veía seguro.
Pero ahora oímos que “se han aumentado las medidas de seguridad”, lo cual indica que la seguridad admite grados y que por tanto puede no ser completa. O leemos que “se vulneró la seguridad”, de lo cual se deduce que la seguridad no era segura.
En realidad, hoy en día estamos llamando “seguridad” a lo que es simplemente precaución, prevención, control.
Y llegamos así a los “seguros”, a las “compañías aseguradoras” que han venido beneficiándose de la prestigiosa historia de estas palabras sin mostrar mucho interés por situarse a su altura. ¿Son seguros los seguros? Pues depende. Porque cada vez se oye más la frase “no sé si me lo cubrirá el seguro”. Es decir: no estoy muy seguro del seguro. Y también, “el seguro dijo que no me lo cubría” (en este caso sí es seguro que el seguro no es seguro).
La décima acepción de “seguro” dice en el actual Diccionario: “Contrato por el que alguien se obliga mediante el cobro de una prima a indemnizar el daño producido a otra persona, o a satisfacerle un capital, una renta u otras prestaciones convenidas”.
Habría que añadir ahí algo sobre la letra pequeña, pues la propia compañía ejercerá de juez y parte ante el siniestro mediante un perito que ella designa; y aplicará su propia interpretación del contrato, protegida por sus inmisericordes servicios jurídicos y por un intransitable camino administrativo o judicial para la impugnación. El consumidor seguirá así inseguro ante el seguro. Y cuando la compañía pertenezca al banco donde el usuario guarda su dinero, la desconfianza tras lo sucedido le llevará quizás a temer que la aseguradora haya husmeado en sus datos para deducir si soportará o no la merma en la indemnización.
Es llamativo que en la misma proporción en que se incrementan las medidas de seguridad y contratamos más seguros, aumente nuestra desazón.
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