El frustrado ingreso de María Moliner
Quizás la lexicógrafa habría roto ese techo de cristal en la nueva votación si no hubiera mediado su enfermedad cerebral
El aún cercano Día de la Mujer puede servirnos para recordar a quien pudo convertirse en la primera académica, María Moliner. Y nos basaremos aquí en ciertos datos que no se manejan cuando se refiere este asunto con prejuicios; así como en los archivos y las fuentes de la Academia y las biografías escritas por Inmaculada de la Fuente y Hortensia Búa.
María Moliner (1900-1981) completó su innovador diccionario en 1967, a los 67 años, la única obra que alumbraría en su vida; pero una obra monumental. Ello condujo a que tres académicos (Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa y el militar Carlos Martínez de Campos) la propusieran apenas cinco años después, en 1972, para ocupar el sillón B. Un plazo muy breve, si miramos el ritmo de las incorporaciones que se produjeron entonces. Para esa misma vacante concurrían José García Nieto (1914-2001), poeta y escritor, premio Cervantes en 1996, que recibió el aval de José María Pemán, Camilo José Cela y Guillermo Díaz-Plaja; el dramaturgo José López Rubio (1903-1996), impulsado por Juan Ignacio Luca de Tena, Julio Guillén y Alfonso García Valdecasas; y Emilio Alarcos (1922-1998), el gran gramático español del siglo XX (Samuel Gili Gaya, Manuel Halcón y Antonio Tovar).
El día de la votación, el 9 de noviembre, López Rubio retiró su candidatura. El primer escrutinio dio 8 votos a Moliner; 9 a García Nieto y 13 a Alarcos. Como el reglamento exigía 21 apoyos, se votó de nuevo, ya con el límite en 17. Moliner logró 6 sufragios, por 7 de García Nieto y 12 de Alarcos. En la resolución final entre los dos más votados, y ya sin papeletas por correo, Alarcos ganó con 18, frente a 7 de García Nieto.
Un año después, la Academia acordó por unanimidad otorgar a Moliner el prestigioso Premio Lorenzo Nieto (de 150.000 pesetas, importante cantidad entonces). Inmaculada de la Fuente cuenta en El exilio interior (2011) que Laín y Lapesa visitaron más tarde a la lexicógrafa para proponerle de nuevo la candidatura, pero ella se negó a aceptar. ¿Por qué? Una explicación la hallamos en la carta que 11 días después de la frustrada elección envió a uno de sus hijos, recogida por Pedro Álvarez de Miranda (Los diccionarios del español moderno, 2011): “Mi salud no me hubiera permitido contribuir a las tareas de la Academia (…). El desenlace [de la votación] ha sido el mejor que la cosa podía tener”. En efecto, ese problema de salud fue crucial.
María Viedma (Todo literatura, 2021) señala que una tarde de 1974 María Moliner se desvaneció y no volvió en sí hasta el día siguiente. Sufría una arterioesclerosis cerebral que la privó pronto de lucidez y que la acompañaría hasta su muerte en 1981, con 80 años.
Leemos a menudo que “María Moliner nunca fue admitida en la Academia”, afirmación exagerada. Ese “nunca” duró como mucho siete años, los que median entre la publicación de su diccionario (antes no tenía obra conocida) y el segundo intento de candidatura tras la votación de 1972, que contaba con el aval implícito del director, Dámaso Alonso. De hecho, los otros dos candidatos ingresarían años después (en 1982, García Nieto; y en 1983, López Rubio). Y la misma institución tachada hoy de machista por no haberla aceptado en 1972 incorporó a Carmen Conde en 1978.
Todo esto no desmonta, claro, el sexismo académico anterior. Recordemos a Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Concha Espina… Quizás Moliner habría roto ese techo de cristal en alguna de las nuevas vacantes —como tantos otros candidatos repetidores— de no mediar su enfermedad cerebral. Y por eso es de justicia considerarla hoy “una académica sin sillón”.
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