El poder sereno de Joe Kahn, el nuevo director de ‘The New York Times’
El máximo responsable del diario apostó por China cuando pocos lo hacían y ha pilotado la transformación digital hasta sumar diez millones de suscriptores
Los pesimistas auguran la muerte del papel, pero cualquier neoyorquino madrugador se topa a diario en su portal con varios ejemplares, asombrosamente gordos los fines de semana, del diario de referencia de la ciudad, The New York Times. De la ciudad y del periodismo, que se mira en el rotativo en busca de inspiración o modelo, o ambas cosas a la vez y alguna más, como un rumbo claro en tiempos de mudanza: de las turbulencias del mundo y del ecosistema informativo. Pilotar el New York Times (con una plantilla de 1.700 periodistas entre sus 5.000 empleados y ediciones en chino y castellano) requiere mano firme y conocimiento del oficio, algo que a Joseph F. Kahn, al que todo el mundo llama Joe y que ocupará a partir de esta semana el trono del periodismo mundial, le ayudará a imprimir “un cambio muy fluido en el liderazgo”, como prometió al hacerse público su nombramiento como director. La serenidad y la solvencia como valores refugio en tiempos convulsos.
El espejo de la Dama Gris, como se conoce al Times, devuelve las tonalidades más brillantes del color que a menudo se desdeña por mediocre: la auctoritas, la reflexión, la reserva por sistema; una discreción patricia, rayana en la invisibilidad. Todos esos rasgos están en Kahn, bostoniano de 57 años, de buena cuna, con ancestros lituanos e irlandeses; hablante de mandarín, ganador de un par de Pulitzer, gestor sutil y firme de la continua actualización del diario hasta convertirse en un modelo informativo, pero también de negocio. Tras años como corresponsal en China, ha sido responsable de la sección de Internacional y desde 2016, al frente de una redacción global que ha crecido en tamaño, complejidad y ambición, número dos del diario. Su figura, aún enigmática incluso en la redacción, parece el reverso de su predecesor, el expansivo y más popular Dean Baquet, pero también el perfecto complemento para apuntalar la nueva madurez de la cabecera. Las fotografías que les muestran juntos, posando, los definen: la risa franca de Baquet frente a la media sonrisa de Kahn.
Mucho antes de desembarcar en el Times en 1998, ya había dado muestras de su interés por la actualidad, así como de su ambición. En Harvard, dirigió The Crimson, el diario de la universidad, que como otros tantos en los campus estadounidenses poco tiene que envidiar a una publicación profesional (y que a menudo, además, son cantera de notables). Preguntado entonces por su futuro, el joven Kahn respondió con determinación: “Espero probar suerte en el periodismo, el periodismo impreso, durante algún tiempo. No seré feliz hasta que lo logre”.
Consiguió su propósito en el Dallas Morning News, tras licenciarse en 1987. Pero la información local se le quedaba pequeña y, como sucede a menudo entre los periodistas anglosajones, decidió ampliar su formación, en su caso con un máster en estudios asiáticos. “Me di cuenta de que entregar el texto a tiempo y deslizar alguna frase oportuna en una noticia no me llevaría mucho más allá del municipio, y eso después de años de trabajo”, escribió en una nota de alumni años más tarde.
“De repente, un país con más de mil millones de personas y muy pocos corresponsales extranjeros me llamó la atención”, añadía. Aterrizó en Pekín como freelance en plena tormenta de Tiannamén, en 1989, y logró que su antiguo diario publicara sus crónicas. Auténtico olfato periodístico: si entonces los destinos más apetecidos de la profesión eran Moscú o Jerusalén, incluso Beirut, Kahn acertó mirando a China, adonde volvió de la mano del Morning, luego el Wall Street Journal y, desde 1998, del Times. En China conoció a su esposa, con quien tiene dos hijos. El empeño de Kahn fue decisivo para lanzar la edición en mandarín del diario.
Kahn es exponente de la información más dura, el ADN de un medio como el Times. Pero el diario al que llegó hace años se ha convertido en otra cosa. Sus audiencias millonarias no se entienden sin su oferta de pasatiempos -la compra en enero del juego de moda, el Wordle, fue una jugada maestra-, ocio (el portal deportivo The Athletic); sus recetas de cocina, con una legión de seguidores, o, entre las nuevas apuestas informativas, los podcast, documentales y especiales multimedia. En una evaluación interna en 2014, el Times admitía que estaba quedando atrás en la batalla en Internet, con 966.000 suscriptores. Hoy esa institución venerable, con 171 años de historia, alcanza los diez millones.
Contra el populismo
Kahn asciende a la cumbre del periodismo mundial en medio del vendaval de la polarización, de los populismos de viejo y nuevo cuño y de resquemores que cavan la trinchera de las guerras culturales o avientan la amenaza de la cancelación: fenómenos que han tenido en EE UU su banco de pruebas, con Donald Trump como estandarte de la crispación nacional. “No sabemos hacia dónde evolucionará el espíritu político con el tiempo”, dijo en una reciente entrevista. “Una institución que bulle de conflicto interno sobre si ha evolucionado lo suficiente, o demasiado, a partir de su enfoque histórico del periodismo, [es la institución que debe] registrar la erosión de la democracia estadounidense sin promoverla involuntariamente”. Asegurar la confianza del público “en un momento de polarización y partidismo” es una de sus prioridades.
Melómano -es habitual verle en las premières de la ópera-, enólogo aficionado, jugador de póker de los que se guardan las cartas, Kahn convence en las distancias cortas, dicen quienes le conocen. En la descripción que de él ofrecen estos días los medios estadounidenses, no aparece, a diferencia de su predecesor, como el rey del baile, pero sí como ese hombre de la casa, tan disciplinado y tan devoto de la misión del Times que resulta ser la opción más segura en tiempos procelosos.
El hombre que ha contribuido a apuntalar la conversión digital del rotativo accedió recientemente a posar, con un ejemplar desplegado del papel a su vera, en una sesión de fotos de la revista New York, unas imágenes muy comentadas en los cenáculos de la Gran Manzana por el ademán seductor de Kahn. Por encima de él, una cosa quedaba clara: la Dama Gris aún sigue resultando fotogénica, sexi incluso. En papel y en el formato que sea.
Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.