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Trabajar cansa
Columna
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Un ridículo mundo de ángeles y demonios

El problema es hacer creer que basta proclamar algo para que te crean, porque el mundo, y los tribunales, no funcionan así, y menos mal

Juicio Johnny Depp y Amber Heard
Johnny Depp y Amber Heard, durante el estreno de 'Los diarios del ron' en Londres, el 3 de noviembre de 2011.MAX NASH (AFP)
Íñigo Domínguez

Mozart, como sabrán, era dado a los líos amorosos. Tuvo uno con la hermana de su mujer, Aloysia Weber. Le compuso la que consideró su mejor aria, Popoli di Tesaglia. Roza la perfección imposible, pues tiene dos Sol-6 (uno de esos agudos que rompen vasos). Pero luego ella no le hizo ni caso y un día él se sentó al piano y le cantó (traduzco del alemán): “Aquel que no me quiera puede lamer mi culo”. No se asusten, a Mozart le hacían gracia estas cosas. Hay muchas frases escatológicas en sus cartas y composiciones (un canon donde se canta a cuatro voces “cágate en la cama hasta que cruja”). Los entendidos explican que podría ser el humor de la época. En todo caso, tenemos lo sublime y lo cacofónico en la misma persona.

Para reflexionar sobre la complejidad humana también basta alguien normal, e incluso malvado. Como este tipo que salió el otro día en la lista de los 10 criminales más buscados. Luego lo arrestaron en Madrid, pero resultó que ese tipo tan peligroso ―un falsificador de billetes―, era muy querido en su barrio, le tenían por una bellísima persona. Ayudaba a las ancianitas, arreglaba cosas a los vecinos. La gente no es solo luz o solo sombra, sino las dos cosas. Tengo amigos a los que conozco tanto que ya no tengo ni idea de cómo son.

Dicho esto, cómo voy a decir nada del juicio de Johnny Depp y Amber Heard, planteado como una lucha entre el bien y el mal. Sé que no está permitido, que debo tener una opinión. ¿Puedo decir que me trae sin cuidado? Puede que no fuera representativo de nada, solo una pareja más de Hollywood despedazándose en público. Con una turba berreando en redes sociales, que quizá tampoco sea representativa de nada. Solo de que en el mundo hay muchos idiotas y misóginos, vaya novedad, que han machacado a esta pobre mujer.

Ahora bien, creer que todas las mujeres del planeta están indignadas con la sentencia es tan absurdo como pensar que todos los hombres están celebrándola. Tampoco pienso que él es un santo varón, ni ella una bruja. No pienso nada, porque no tengo ni idea y, sobre todo, no tengo por qué pensar nada solo porque ella sea una mujer y él un hombre, y por eso ya esté clarísimo lo que ha ocurrido. Pero ya veo que no es una tendencia dominante, cada vez está peor visto no ser dogmático. Precisamente creo que en esta valiente y descomunal pelea por sacar a la luz la violencia machista el dogmatismo es un punto débil, y habría que elegir bien las batallas y aceptar matices. El problema es hacer creer que basta proclamar algo para que te crean, porque el mundo, y los tribunales, no funcionan así, y menos mal. Amber Heard no quiso ir a un juez, y si hubiera acudido con sus acusaciones a un periodista, este habría buscado más evidencias, testimonios, y quizá, como en el caso de Harvey Weinstein o de Plácido Domingo, habría publicado un artículo que nadie habría desmentido... o no lo habría publicado, por no tener argumentos suficientes y considerar que podría arriesgarse a una demanda. Incluso sin dudar de que lo que le contaba la actriz fuera verdad, que es asunto distinto. De hecho, lo que Heard publicó fue un artículo de opinión, y la demandaron. Justo al día siguiente de su sentencia, un tribunal de Nueva York confirmaba la condena de 23 años a Weinstein. La justicia, también con sus claroscuros, existe; los ángeles y los demonios, solo en los cuentos infantiles. Tal vez porque no tienen sexo, y mucho menos entre ellos.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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