Ecuación: muertos igual a pelotazo y ‘ferraris’
Hay que tener dotes especiales para ver en una terrible desgracia una tremenda oportunidad de negocio
La noche del 6 de abril de 2009, a las 3.32, me desperté en mi casa de Roma porque se movían la cama, las paredes, todo. Comprendí, horrorizado, que era un terremoto y que en algún lugar habría sucedido una catástrofe. Así fue. En L’Aquila, a 120 kilómetros, cientos de edificios se derrumbaron, hubo 309 muertos y 80.000 personas se quedaron sin casa. Quien haya vivido un terremoto conocerá esa sensación indescriptible de angustia mezclada con la impotencia absoluta de no poder hacer nada. Pensé luego muchas veces en ello para intentar comprender qué retorcido hilo de pensamientos, qué mecanismos mentales degenerados, llevan a una persona a reaccionar en un momento así de un modo muy distinto: pensando todo lo que pueden hacer.
Esa misma noche dos empresarios italianos conversaban contentísimos porque sabían que se iban a forrar con los contratos públicos de reconstrucción. Hay gente que ve más allá de los demás, esto hay que reconocerlo. Tenían el teléfono pinchado y su conversación salió a la luz. Una frase pasó a la posteridad: “Yo me reía esta noche a las tres y media de la madrugada en la cama”. Este tipo se reía pensando en el dineral que iban a ganar. Si mantenemos la cabeza fría, como ellos, la ecuación sería algo así: terrible desgracia igual a tremenda oportunidad de negocio, igual a risas. En 2016 hubo otro terremoto en Amatrice y se repitió la escena con otros dos empresarios, que también reían al teléfono. La investigación señaló que luego los contratos favorecieron a familiares y amigos.
Antes, el 23 de noviembre de 1980, otro terremoto sacudió la zona de Irpinia, en el sur. En este caso se registró un cálculo aún más increíble: muertos y horror igual a posibilidad de causar más muertos. En la cárcel de Poggioreale, en Nápoles, el seísmo desató el pánico y se abrieron las celdas. Pero entonces había una guerra de la mafia local, la Camorra, y las facciones estaban separadas en prisión. Al caer las barreras, aprovecharon para hacer ajustes de cuentas. En un clima de caos salvaje, hubo tres muertos, asesinados a golpes y navajazos. Las autoridades perdieron el control del lugar durante dos días. Al margen de esto, el terremoto hizo ricos a los principales clanes de la Camorra, que hasta entonces se dedicaban al contrabando de tabaco. Acapararon el dinero público de la emergencia y a partir de entonces se convirtieron en grandes organizaciones criminales. El informe de la investigación parlamentaria de 1993 determinó que solo un tercio de los miles de millones destinados a la zona llegaron a los 119 municipios afectados.
Sabemos ahora que en Madrid, en marzo de 2020, cuando morían 300 personas al día por la pandemia y todos estábamos paralizados por el espanto, dos empresarios dinámicos se movieron para unirse a esta exitosa escuela de negocios. No vale cualquiera, hay que tener dotes especiales. Según la Fiscalía, ellos las tenían: a través de un primo del alcalde, contactaron con el Ayuntamiento de Madrid y con papeles falsos le vendieron material sanitario defectuoso por 15,8 millones de euros. Cobraron una comisión de casi seis millones y se compraron un ferrari y otros 11 coches de lujo, un yate, un piso en Pozuelo de un millón de euros y una semana en un hotel de Marbella a 6.000 euros la noche. La ecuación en este caso quedaría así, simplificando: muertos igual a pelotazo, yate y ferrari. Me parece estar oyendo las risas.
Apúntate aquí a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.