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Trabajar cansa
Columna
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Información sentimental y opiniones ultraprocesadas

Las redes sociales son desastrosas para los egos. En la intolerancia a la complejidad triunfa la marcianada

Una mujer junto a un edificio destruido en Mariupol (Ucrania), el 17 de marzo pasado.
Una mujer junto a un edificio destruido en Mariupol (Ucrania), el 17 de marzo pasado.ALEXANDER ERMOCHENKO (REUTERS)
Íñigo Domínguez

Qué contar cuando hay una guerra y cómo seguir con la vida cotidiana, eso se planteó un director del Hollywood dorado de los años cuarenta, Preston Sturges. Se respondió con una película maravillosa, Los viajes de Sullivan, de 1941, en plena II Guerra Mundial. Sullivan es un director de cine que se plantea que en tiempo de guerra no puede seguir haciendo comedias, sino que debe hacer algo serio, una película dramática con mensaje. Como es un millonario y no tiene ni idea de cómo es el mundo, se disfraza de mendigo para conocerlo. Pero acaba pasándolo mal de verdad y en prisión. Un día, en la cárcel les ponen una película y descubre asombrado cómo los reclusos, tipos duros y amargados, se parten de risa con una de Mickey Mouse. Ve que realmente les da la felicidad por un momento. Para Sullivan es una iluminación. Sale de la cárcel y se deja de dramones.

Es muy importante que cada uno haga bien lo que sepa hacer. Sobre cómo contar la guerra, algunos informativos de televisión han optado por ponerles a las imágenes música de película. Trágica o bélica, según. Hacer drama con el drama ya es mucho peor que lo de Sullivan. En estas noticias con música se nota una curiosa obligación de conmover. La información sentimental, podría llamarse. Muy de esta época. No será el cielo tan justo como para que algún directivo de televisión acabe en la cárcel por eso, pero, si así fuera, ojalá cayera en una que pusieran la BBC y tuviera otra revelación.

En cuanto a cómo llevar el día a día, es difícil tener ratos de humor o ligereza tal como está el mundo. A veces los hay involuntarios, como Urdangarin, que da su primera entrevista en un programa llamado El Partidazo (él que era tan buen partido). Pero lo peor es aguantar a los listos. Es más, en los últimos tiempos se ha desarrollado una especie superior, la de los superlistos. Conocidos que ya te sacaban de quicio con la pandemia, con sus teorías raras, ahora te sacan de quicio con la guerra. No sé si es casualidad que a menudo sea la misma gente. No se fían de los medios de referencia y tienen siempre una opinión mucho más original basada en fuentes misteriosas, como si fueran del Mosad. Porque a ellos no les engañan. Cultivan la ilusión de pertenecer a una aristocracia de la minoría, para ser reconocibles. Me atrevo a sospechar que, si su opinión fuera la mayoritaria, les parecería sospechosa y se buscarían otra. Esto de tener perfiles ha sido desastroso para los egos. Antes la gente se conformaba con no ser nadie, y ahora ser alguien cada vez está más difícil. A ver qué dices ya para destacar. En la intolerancia a la complejidad y lo incierto triunfa la mejor marcianada. Una forma de distinción, de parecer que se ha leído, que se ha visto mundo. Pero no se buscan datos para hacerse una opinión, eso es un curro. Se asume una postura ocurrente con el paquete de argumentos ya elaborados. Mucho de lo que se consume en redes sociales son los ultraprocesados de las opiniones. El paraíso de los memes y los memos. Cualquier panoli pasa por subversivo.

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El reciente documental de los Beatles culmina con el famoso concierto en la azotea de Apple. Un equipo de la película pregunta a los viandantes qué les parece, y todos más o menos dicen que bien. Pero de repente hay un señor estirado que dice: “Esto perjudica a los negocios de la zona”. Siempre hay alguien así, ¿no creen? En los sesenta era un pesado. Hoy es un influencer.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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