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TRABAJAR CANSA
Columna
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La polémica de los allegados

Es curioso hablar del cambio climático y sentir que no toca, que ya fue la cumbre esa de Glasgow. Y alguien tal vez pensará: ¿otra vez con esto?, ¿qué ha pasado ahora?, ¿hay algo nuevo?

Manifestación contra el cambio climático, en Yakarta, este 7 de diciembre.
Manifestación contra el cambio climático, en Yakarta, este 7 de diciembre.Eko Siswono Toyudho (Anadolu Agency via Getty Images)
Íñigo Domínguez

Quizá han pensado: pero bueno, ¿otra vez con los allegados?, ¿qué ha pasado ahora? Bien, no pasa nada con los allegados, y no me digan que no es una liberación. Es que me puse a mirar periódicos de hace un año —para relativizar, y no vean si son de hace 10 o 50 años— y recordé nuestros desvelos de diciembre de 2020. Eran noticias de este tipo: “El Consejo Interterritorial de Salud ha anunciado las medidas para celebrar una Navidad segura: toque de queda a la 1.30 en Nochebuena y Nochevieja, limitación de reuniones privadas a 10 personas y cierre perimetral de comunidades autónomas, con la excepción de quien se desplace para encontrar familiares y allegados”. ¿Lo recuerdan? Los allegados. Cuántos sarcasmos, cuánto tiempo dedicamos a hablar de ello. Y ya ven, ya nadie se acuerda de los allegados. Es que no somos nada. Espero que aun así les hayan invitado a cenar en algún sitio.

Pero tras esta mirada atrás todo son sensaciones positivas: hemos mejorado y ya no necesitamos inventarnos muchas más tonterías. La gente ya suspende viajes ella solita, sin que se lo diga nadie, y tiene cuidado por la cuenta que le trae. Más allá de eso, uno se queda pensando cómo nos pasamos los días alterados por esto y lo otro. Es difícil encontrar el equilibrio entre estar atento a lo importante y pasar olímpicamente de las bobadas. Y más aún al escribir una columna, que parece que siempre tienes algo que decir, cuando la mayoría de veces solo es que tienes que decir algo. Probablemente lo habrán notado.

El otro día me desperté agitado y estuve como una hora cabreado por algo, hasta que me di cuenta, cuando me desperté del todo, de que era por algo que había soñado. Es decir, no era real. Fue un alivio, pero por otro lado sentía muy real mi cabreo, no quería dejarlo así como así, era mío, una cosa muy personal. Me pregunté cuántas veces nos pasa esto, pero en la realidad, que cuesta más salir de ello, pues lo bueno de los sueños es que uno se da cuenta. Aunque lleve su tiempo: una conocida estuvo un día sin hablar a su marido porque había soñado que la engañaba con otra, y el hombre no entendía nada, y mucho menos cuando a ella se le pasó y se lo explicó muriéndose de risa. En la vida real, me refiero a la no soñada, nuestros enfados y nubarrones parecen más justificados, pero cuántas veces estas cosas están solo en nuestra cabeza, eso nadie lo sabe. Bueno, en el caso de las legiones de adeptos a las conspiraciones lo sabemos todos los demás, pero tampoco es ningún consuelo. En fin, esta pretendía ser mi modesta aportación de año nuevo para relajar la situación política y pandémica de nuestro país.

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A estas alturas ya sospecharán que este es uno de esos artículos de primeros de año en que uno se asoma al futuro con incertidumbre y buenos propósitos. Para Lenin, si aún lo lee o prologa alguien de este Gobierno socialcomunista, el futuro del comunismo era “soviet más electrificación”, pero no contaba con estos precios de la luz. Ballard, el escritor de ciencia ficción, escribió una postal a Martin Amis que enigmáticamente decía: “El futuro es igual a sexo veces más tecnología al cuadrado”. Y por ahí un poco ya estamos. Ballard escribió en 1962 la primera novela apocalíptica sobre el cambio climático, El mundo sumergido, que empezaba así: “Pronto haría demasiado calor”. Mira que es curioso hablar del cambio climático y sentir que no toca, que ya fue la cumbre esa de Glasgow, como si al no estar de actualidad ya no existiera. Y alguien tal vez pensará: ¿otra vez con esto?, ¿qué ha pasado ahora?, ¿hay algo nuevo?

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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