_
_
_
_
TRABAJAR CANSA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Glasgow: ya hace medio siglo de los Barbapapá

Debería ser ridículo que un partido proclame como una de sus principales señas de identidad que es ecologista. Porque lo deberían ser todos, es una obviedad más allá de toda ideología

Imagen de la serie 'Barbapapá'.
Imagen de la serie 'Barbapapá'.
Íñigo Domínguez

Recuerdo el regocijo que creó en la Redacción hace muchos años un maravilloso teletipo que informaba de un congreso de voladores yóguicos, creo que en Viena, en el que decenas de delegados habían levitado en armonía por la paz en el mundo. Varios centímetros por encima del suelo, y varios minutos, informaba el texto. Quizá en su momento ustedes notaron algo. Pues bien, más o menos así me tomo yo las cumbres por el clima, como la que se celebra a partir de este domingo en Glasgow. No dudamos de sus buenas intenciones, y sabemos que miles de personas han trabajado mucho para que se organice y sirva para algo, pero es que no esperamos nada. Cuando tendríamos que esperar todo. Porque no hay nada más importante.

¿Cuánto llevamos así? Tal vez recuerden los Barbapapá, aquellos dibujos animados de unos seres blanditos de colores. Son de 1970, tuvieron mucho éxito entre los niños de la época. Por razones familiares tuve que volver a verlos y resultó muy curioso. Es una historia de mensaje ecologista, donde los personajes luchan contra un mundo contaminado que se va al garete, por el humo de las fábricas y de los coches. Salvan a los animales, esas cosas de la época. A uno se le olvida que ya en los años setenta estaban con lo de salvar las ballenas, nuclear no gracias, la lluvia ácida.

A los niños de la Transición se nos educaba de forma revolucionaria en un desafío social de entonces: dejar de tirar papeles al suelo. Ya eso era una batalla inédita. Hasta un capítulo de Verano azul fue de eso, los chavales limpiaban la porquería de la playa y hacían una canción para salvar el planeta. La primera vez que oí hablar del efecto invernadero fue en séptimo de EGB, principios de los ochenta, lo explicó el profesor de Ciencias. Ha habido avances, sí, pero ha pasado medio siglo un poco a lo tonto. Y allá vamos, a ver si con un poco de suerte podemos pasar igual el otro medio.

Debería ser ridículo que un partido haga su congreso y proclame como una de sus principales señas de identidad que es ecologista, como acaba de hacer el PSOE. Porque lo deberían ser todos, es una obviedad más allá de toda ideología. Lo mismo que ser feminista, que estamos en 2021. Es como presumir de ser bípedo o tener ojos en la cara. Que pueda aún ser usado como bandera dice mucho de lo mal que estamos, y de lo barato que sale usarlo para eso. Lo ideal sería que compitieran por ver quién lo es más, no por quién lo es. Yo no sé qué pasaría si algún gobernante volviera de Glasgow y propusiera algo para ya, no para 2037 o por ahí, como siempre, prohibiendo algo. Supongo que alguien daría un golpe de Estado, tal como está el patio.

El otro día leí lo que respiramos últimamente y casi salgo a comprarme una escafandra. Según el informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que salió el lunes, en la atmósfera hay un 149% más de dióxido de carbono que en la era preindustrial, un 262% más de metano y un 123% más de óxido nitroso. Y no quiero pensar lo que puede ser en el atasco de las ocho de la mañana en la Castellana. Esto se debe de notar más que el efecto de los voladores yóguicos. Si a veces se sienten de mala leche sin saber por qué, puede que sea eso. En cualquier caso, esta es una columna inútil, más aún que las demás quiero decir, porque cualquiera puede asentir, suspirar con resignación y pasar a otra cosa. Me recuerda esa frase de un libro de Alessandro Baricco, donde un grupo de personajes pasa de forma abúlica el rato, una mujer se pregunta a qué estaban esperando y alguien responde: “A que sea demasiado tarde, madame”.

Suscríbete aquí a la newsletter semanal de Ideas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_