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Punto de observación
Columna
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La única esperanza

Presionemos a China para que explique al régimen talibán que no es aceptable su violencia contra las mujeres

Soledad Gallego-Díaz
Carmela Caldart
Carmela Caldart

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cree que estamos ante una década decisiva para nuestro mundo, “una década que determinará literalmente nuestro futuro”, según afirmó en su primera intervención ante la Asamblea General de Naciones Unidas. El problema es que una década no es una medida de tiempo aceptable para muchas de las tendencias fatales que se están afianzando en ese mundo al que alude. Desde luego, no lo es para las mujeres de Afganistán, que necesitan una presión internacional efectiva inmediata, no calculando en años, sino en semanas. No hay el menor signo de que el régimen talibán vaya a moderar su violencia contra las mujeres y niñas de su país, sino todo lo contrario. En las últimas semanas ha prohibido que las adolescentes reciban educación secundaria y que las mujeres trabajen en los ayuntamientos. Las diputadas afganas siguen escondidas, al igual que las juezas y fiscales que ahora temen que las maten los hombres que ellas enviaron a la cárcel por asesinos. Todo esto ocurre a miles de kilómetros, pero suena en nuestra puerta.

Biden centró su discurso en las tres áreas donde se juega, según él, la partida: aprovechar las herramientas a nuestra disposición para luchar contra la covid-19, “a medida que se afiancen las variantes más virulentas y peligrosas”; hacer frente a la amenaza de un “clima desafiante” y “afirmar y defender” los derechos humanos. “En mi opinión”, dijo, “nos encontramos en un punto de inflexión en la historia. (…) Hay que manejar con cuidado las relaciones internacionales para que una competencia responsable no se convierta en conflicto”.

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Seguramente el discurso del nuevo presidente estadounidense responde a un pensamiento mucho más razonable que el que llevó a Washing­ton en la época de George W. Bush a un uso de la fuerza que nunca se ajustó a la razón. Pero la realidad es que, al menos en la afirmación de los derechos humanos, no parece que disponga o que esté dispuesto a usar las mínimas herramientas necesarias para su defensa, como lo demuestra su impotencia para proteger a las afganas. Cierto que la Unión Europea exhibe también una total incapacidad para ejercer la menor presión efectiva en su defensa.

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La única esperanza reside, pues, en la fuerza transnacional que representan las propias mujeres de todo el mundo en defensa de la igualdad. La única esperanza de las mujeres y niñas afganas estriba en la capacidad que tengamos las mujeres de otros países del mundo de negarnos a aceptar la inevitabilidad de su discriminación, su abuso o su asesinato. No transigir con ese estado de cosas no es cuestión de décadas. No nos hablen de años ni nos pongan señuelos lejanos. Este es el momento decisivo y la hora decisiva. Tampoco nos engañemos nosotras mismas: lo cierto es que existen pocas herramientas para presionar a Kabul mientras que China esté dispuesta a respaldar a los talibanes, sin importarle lo más mínimo la situación interna de su población. No hay respuestas fáciles, pero es imprescindible no renunciar al objetivo político de la igualdad. Si aceptamos que ese objetivo se plantee en términos de décadas o admitimos que es imposible avanzar en él en determinadas zonas del mundo, estaremos renunciando a usar esas herramientas, por mínimas que sean, y a las que podamos ir ideando o creando en el día a día. Exijamos que se presione a los gobernantes chinos para que respeten los derechos humanos en su propio país y para que expliquen al régimen talibán que no es aceptable su violencia contra las mujeres.

Hay que pensar, actuar, agruparse. Solo el movimiento feminista puede ser capaz de hacer frente a esta situación, en este lugar y en este momento. Solo la fuerza que pueden ejercer las mujeres en defensa de la igualdad pondrá límites a los abusos de los talibanes. Hay que encontrar nuevos instrumentos de presión en nuestros propios gobiernos y en los organismos internacionales (solo ha habido tres mujeres entre los 60 oradores en dos días de reunión de la ONU) para impedir que se aplace lo que es un objetivo político, no un tema de discusión académica en think tanks ni un proyecto a largo plazo. Hagamos política inmediatamente.

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