Irak subsiste en la impotencia
El país se encuentra a tres meses de celebrar unas elecciones que podrían servir para librarlo de la tutela iraní. Mientras, Teherán y Washington siguen midiendo sus fuerzas sobre su terreno
Irán y Estados Unidos siguen midiendo fuerzas en Irak. En el último pulso, a finales de junio, la aviación estadounidense bombardeó posiciones de dos milicias proiraníes en respuesta a los crecientes ataques de esos grupos contra sus efectivos. Teherán se apresuró a acusar a Washington de “alterar la seguridad en la región”. El incidente ha puesto al primer ministro iraquí, Mustafa al Kadhimi, entre la espada y la pared a tres meses de unas elecciones que deberían servir para librar a su país de la tutela iraní que paraliza las reformas necesarias para salir adelante.
Nadie duda de que Irán es el actor más poderoso e influyente en Irak. A través de las milicias y los partidos políticos asociados que patrocina ha logrado infiltrarse en todos los niveles del Estado. Las protestas populares que estallaron en octubre de 2019 apuntaban al país vecino como responsable del sectarismo y la corrupción que han fomentado sus agentes; también pedían unas elecciones que renovaran el sistema político. Además Teherán se vale de esos grupos armados para atacar activos estadounidenses en territorio iraquí, algo que no ha cesado mientras mantiene conversaciones indirectas con Washington sobre la reactivación del acuerdo nuclear.
Desde que la intervención norteamericana derribó a Sadam Husein en 2003, todos los primeros ministros iraquíes han contado con la aprobación tácita tanto de Irán como de EE UU. Sin embargo, ninguno de ellos ha podido, o querido, establecer una relación equilibrada con Teherán. Incluso Al Kadhimi, considerado el principal aliado de Washington en Irak, se está viendo obligado a plegarse ante las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), la organización paraguas que agrupa al medio centenar de milicias (en su mayoría chiíes) reclutadas para luchar contra el Estado Islámico en 2014 y cuya fuerza se estima en 160.000 combatientes.
Sus intentos de poner coto al poder de esos grupos armados han chocado con el hecho de que, si bien en teoría están bajo control del Estado desde 2016, sus principales integrantes responden a la Guardia Revolucionaria iraní. En junio del año pasado, a los dos meses de llegar al Gobierno, Al Kadhimi ordenó detener a varios miembros de Kataeb Hezbolá (KH), acusados de lanzar cohetes contra los soldados y la embajada de EE UU. La milicia hizo una exhibición de fuerza por el centro de Bagdad que terminó con la entrega de los detenidos a las FMP, lo que equivalía a dejarles en libertad porque KH es uno de los principales integrantes de esa organización.
Un año después, la historia ha vuelto a repetirse. A finales de mayo la policía detenía a Qasem Muslah, un jefe miliciano acusado del asesinato de por lo menos dos activistas prodemocracia. Apenas 10 días después el sospechoso quedaba en libertad. Formalmente, los jueces no habían encontrado motivos para procesarlo, pero, obviando la corrupción que plaga el sistema judicial iraquí, sus simpatizantes lo celebraron como una victoria frente al Gobierno, que tachan de proamericano.
Ante las elecciones de octubre, Al Kadhimi, antiguo jefe de los servicios secretos que no está afiliado a ningún partido, parece tender puentes hacia Irán. Su Gobierno ha condenado el bombardeo estadounidense sobre posiciones de las milicias iraquíes Kataeb Hezbolá y Kataeb Sayed al Shuhada en Irak y Siria. “Constituye una violación flagrante e inaceptable de la soberanía y la seguridad nacional de Irak”, aseguraba el comunicado emitido por el Consejo Nacional de Seguridad tras una reunión de emergencia.
El mensaje ha dejado descontentos a todas las partes. Durante los funerales de los milicianos muertos, sus compañeros de armas pedían revancha. “Si Abu Mahdi estuviera aquí, nos habría dicho que quemáramos la Embajada [de EE UU]. Deberíais avergonzaros”, reclamaron a sus dirigentes, en referencia a Abu Mahdi al Mohandes, el líder miliciano asesinado por EE UU en enero de 2020 junto al general iraní Qasem Soleimani (que coordinaba las FMP). Los grupos proiraníes quieren aprovechar para forzar la expulsión de los 2.500 soldados estadounidenses estacionados en Irak como parte de la coalición internacional contra el Estado Islámico (EI).
EE UU, que ya negocia con Bagdad la salida de sus tropas de combate, subraya que está en Irak a petición de su Gobierno y que esta misión no tiene nada que ver con la ocupación que concluyó en 2011. Cierto que su mandato es combatir al EI, no a las milicias proiraníes. Sin embargo, el asunto plantea un dilema, tal como señala a EL PAÍS la analista Randa Slim del Middle East Institute: “El Gobierno iraquí es incapaz de evitar que las milicias, en teoría bajo su control, ataquen a los soldados estadounidenses, pero cuando estas fuerzas se defienden, emite un comunicado de condena”. Slim se pregunta si financiar y armar a las milicias iraquíes no supone “una violación flagrante e inaceptable de la soberanía de Irak”.
En una carta enviada al Consejo de Seguridad de la ONU, EE UU justificó el bombardeo de las milicias como una medida defensiva. El objetivo, explicaba, era disuadir a los militantes y a Teherán de realizar o apoyar más acciones contra el personal o las instalaciones norteamericanas.
Los ataques directos de las milicias han aumentado desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca el pasado enero, según el proyecto Militia Spotlight, que dirige Mike Knights, del centro de estudios The Washington Institute. De acuerdo con su recuento, durante el mes de junio hubo ocho incidentes, muy por encima de los uno o dos mensuales que se producían desde agosto —ese mes, cuando las amenazas de represalias estadounidenses se intensificaron, hubo 12—. Lo que preocupa a este analista es el salto cualitativo que se ha producido, ya que los drones han superado a los cohetes por primera vez como método. Además, los objetivos elegidos (lugares en los que hay personal de la coalición, frente a convoyes de transporte) indican que los responsables están “dispuestos a correr mayor riesgo de matar a ciudadanos estadounidenses”, señala.
La Administración de Biden parece haber tomado nota de esa evolución. A diferencia de su primera respuesta militar al acoso de las milicias, el pasado febrero, en esta ocasión no se había producido la muerte de un estadounidense. ¿Han cambiado las líneas rojas? Qais al Jazali, uno de los líderes de las FMP, ha declarado que el enfrentamiento entraba en “una nueva fase”. El primer ministro Al Kadhimi va a necesitar todo su olfato de espía jefe para no quedar atrapado en ese tira y afloja.
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