El pacto nuclear: una carrera de obstáculos
El plan de Biden para retomar el acuerdo con Irán se enfrenta a la desconfianza del país persa y a sus luchas internas ante las elecciones de junio
El asesinato del padre del programa atómico de Irán la semana pasada pretendía sin duda torpedear que Joe Biden pueda reincorporar a Estados Unidos al acuerdo nuclear del que lo sacó Donald Trump. A pesar de su amenaza de represalias, la contención de Teherán indica que sus dirigentes desean mantener abierta esa puerta, aunque sólo sea porque necesitan el levantamiento de las sanciones. La desconfianza entre ambos países, la lucha política intrairaní y la animosidad regional complican ese objetivo. En el mejor de los casos, resulta muy dudoso que pueda alcanzarse antes de las elecciones presidenciales de Irán, el próximo junio.
“Sería contraproducente que los iraníes respondieran [al asesinato] de forma similar porque dejarían a Biden en una posición imposible. Intuyo que van a mantener la retórica de las represalias y en todo caso responder de modo limitado a través de un proxy”, interpreta Luciano Zaccara, especialista en Irán y profesor de Estudios del Golfo en la Universidad de Qatar.
El presidente electo de Estados Unidos ha reiterado que su administración levantará las sanciones a Irán si vuelve al “estricto cumplimiento del acuerdo nuclear”, tal como defendió durante la campaña. “Va a ser difícil, pero sí”, asegura en una entrevista con The New York Times esta semana.
Nada desean más los iraníes. Trump abandonó de forma unilateral en 2018 el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC) firmado tres años antes entre Irán y las grandes potencias (además de EE. UU., China, Rusia, Reino Unido, Alemania, Francia y la UE). Desde entonces, sus sanciones a la venta de petróleo y las transacciones financieras han arruinado la economía de la República Islámica. Esta, por su parte, ha respondido con un goteo de violaciones a los límites a su programa nuclear que aceptó en el pacto, sin llegar a abrogarlo. Su reserva de uranio enriquecido (que según el nivel sirve para producir electricidad o fabricar armas atómicas) es ya 12 veces mayor a lo acordado, según el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA).
“Biden puede levantar todas las sanciones con tres decretos presidenciales”, declaraba optimista el ministro de Exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, a mediados de noviembre. No tan deprisa. Más allá de decidir quién da el primer paso (Irán espera que se levanten las sanciones para volver a respetar los compromisos del PIAC, mientras que Biden lo ha planteado al revés), las expectativas de unos y otros son muy diferentes.
El presidente electo de EE. UU. ve el regreso al pacto “como un punto de partida para continuar con las negociaciones”, tal como explicó en un artículo durante la campaña en el que también dejó claro que su oferta de “un camino creíble de regreso a la diplomacia” estaba vinculado a impedir el acceso de Irán a las armas nucleares. Es decir, que al mismo tiempo se volvería a la mesa con el objetivo de alargar los plazos que limitan las actividades que pueden permitirle hacerse con una bomba atómica, además de abordar el apoyo que presta a las milicias en Irak, Líbano, Siria o Yemen, tal como exigen sus vecinos árabes.
La República Islámica no quiere saber nada de esto. Para sus dirigentes, la vuelta de Estados Unidos al PIAC corrige una anomalía y no cambia los parámetros previos a su salida. “El acuerdo puede resucitarse, pero no renegociarse”, insiste Zarif. Es más, el Gobierno de Hasan Rohaní ha dado a entender que, dado que fue Washington quien incumplió lo pactado, debería compensarles por las pérdidas incurridas (que estiman en unos 200.000 millones de euros). Más allá de posiciones maximalistas, a buen seguro dirigidas a su propia opinión pública, que se levanten las sanciones es suficiente incentivo para sentarse a negociar.
Rohaní, que representa al sector moderado del régimen, ha dejado claro su interés en reactivar el acuerdo al que fío su capital político. Pero el mayor obstáculo lo tiene en casa. Sus rivales principalistas (como prefieren ser conocidos los conservadores) rechazan negociar con Biden. Para ellos, no hay diferencia entre demócratas y republicanos estadounidenses: ambos buscan acabar con la República Islámica; incluso consideran más peligrosos a los primeros porque su enfoque multilateral hace más difícil abrir una brecha entre EE. UU. y los europeos.
Ya han empezado a trabajar contra esa posibilidad. A iniciativa de un grupo de diputados ultra, el Parlamento iraní aprobó el martes una ley que exige al Gobierno que acelere el enriquecimiento uranio y cancele las visitas de los inspectores del OIEA a sus instalaciones atómicas, si no se levantan las sanciones antes de dos meses. Aunque la política nuclear está en manos del Consejo Supremo de Seguridad Nacional y, en última instancia, del guía supremo, el ayatolá Ali Jamenei, resulta significativa la inusual rapidez con que el Consejo de Guardianes (un órgano no electo que supervisa la legislación) ratificó la norma 24 horas después, y desoyendo a Rohaní que la tachó de “dañina para la diplomacia”.
“Esta ley hace prever que los esfuerzos del Gobierno para reavivar la vía diplomática y el acuerdo nuclear afrontarán problemas y tendrán menos oportunidades”, señala Abas Aslani, investigador del Centro de Estudios Estratégicos de Oriente Próximo, desde Teherán. “El proyecto existía de antemano, pero el asesinato de Mohsen Fakhrizadeh ha acelerado su tramitación”, precisa.
El atentado contra el destacado científico nuclear ha dado alas a los ultras en un momento en que el que la proximidad de las elecciones presidenciales vuelve a exacerbar la lucha política entre facciones que caracteriza al sistema iraní. Para cuando Biden asuma la presidencia en enero, Rohaní estará ya en el tramo final de su segundo y último mandato.
“Me parece muy optimista pensar que se pueda volver al acuerdo en seis meses. A siete meses de terminar su mandato, Rohaní tiene poco peso ya. ¿Cómo podría imponer una negociación para la que necesita el apoyo del guía supremo y del Parlamento?”, cuestiona Zaccara.
Los conservadores, que se han reforzado con la política de máxima presión de Trump, esperan hacerse con el control del Ejecutivo en junio y volver a monopolizar los tres poderes. Incluso si necesitan el levantamiento de las sanciones, no están dispuestos a conceder ese triunfo a su rival.
Aslani, sin embargo, considera que la pelota está en el tejado de Biden. “Cuando asuma el cargo va a tener unos pocos días para decidir qué hacer y si decide regresar a los términos del PIAC, lo que significa levantar las sanciones, las posibilidades de salvar el acuerdo serán mayores. Entonces, Irán volverá a su compromisos”, asegura. En caso contrario, teme que surjan objeciones tanto en Estados Unidos como en Irán y entonces el proceso se alargue. “Biden puede contrarrestar el impacto del asesinato de Fakhrizadeh si actúa con rapidez”, concluye. Tal vez después de todo la ley aprobada por el Parlamento sólo sea una forma de salvar la cara.
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