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La punta de la lengua
Columna
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He conocido a alguien

El lenguaje del amor y del desamor se expresa con esa manera de hacer que exista lo que no se nombra

Una pareja en una playa de Barcelona, el pasado domingo 20 de junio.
Una pareja en una playa de Barcelona, el pasado domingo 20 de junio.Emilio Morenatti (AP)
Álex Grijelmo

Hay que afrontar a veces el brete de explicarle a la pareja que la relación se va a terminar porque el amor ha cambiado de destino. En esos casos, y de un tiempo a esta parte, se usa una oración que no dice nada pero que lo expresa todo: “He conocido a alguien”.

Ese truco de decir la mitad de lo que en realidad se manifiesta viene de lejos, y tiene que ver con las implicaturas, las presuposiciones, las insinuaciones, los sobrentendidos…

El lenguaje del amor y del desamor está lleno de trucos consistentes en expresar mensajes completos de una manera incompleta. Lo mismo pasa con el sexo, asunto que no desmenuzaremos aquí porque en vez de una columna haría falta un Partenón.

En el lado del amor, alguien puede decir: “¿Quieres subir a mi casa a tomar una copa?”. Generalmente, esa pregunta entraña una implicatura (o sea, una información que se transmite sin explicitarla).Otro tanto ocurre con expresiones como “Edelmira y Pancracio están juntos”, lo cual se entiende por lo común como una forma de decir que no es que se hallen juntos en algún sitio cuando se pronuncian las palabras, sino que están juntos todo el día o al menos toda la noche. En una fase anterior de su relación quizás se habrá comentado de ellos que “salen juntos”, de lo cual se deduciría que no sólo salen sino que también entran. O sea, que mantienen una “relación sentimental”, locución asimismo imprecisa porque, en teoría, se puede aplicar incluso a la que une a nietos y abuelos, por ejemplo.

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La palabra “juntos” (salen juntos, están juntos) agranda en estos casos su sentido porque se hace evocadora y engañosa. Abarca una simple yuxtaposición paralela: dos personas que caminan una al lado de la otra pero sin tocarse, como las vías del tren. Y a la vez la mayor unión posible, la de co-ire (de donde sale “coito”, por cierto; o sea, los que van –y llegan– juntos).

En el lado del desamor, los eufemismos y los sobrentendidos funcionan de la misma manera. Por ejemplo, cuando alguien pronuncia “tenemos que hablar”. El otro podría responder: “Si ya hablamos todos los días…”. Pero “tenemos que hablar” dice una parte (han de hablar) y omite otra: el tema; que se deduce.

Quizás en esa conversación alguien diga “démonos un tiempo”. Y ahí entrará también la gran capacidad del lenguaje para decir sin decir. ¿Un tiempo de cuánto tiempo? Porque ¿cuántos días deben pasar para que expresiones como “no fumo” o “dejé de beber alcohol” se conviertan en verdad? (Pinker, 2007: 277). “No fumo” y “no bebo” pueden ser afirmaciones verdaderas incluso si hace dos minutos que consumimos el último cigarro y la última copa. En cambio, “démonos un tiempo” puede abarcar un tiempo de años y años. Ay, cómo explotamos a veces la imprecisión de algunas palabras.

Y aún alcanza un grado mayor en esta escalada de formas eufemísticas la expresión “necesito mi espacio”. Claro, el espacio lo estamos compartiendo y lo tengo dividido, así que “mi” espacio lo estás ocupando “tú”. Y yo necesito el mío, donde se incluye ese trozo en el que te hallas.

El lenguaje del amor y el desamor se expresa así en muchas parejas, con esa manera de hacer que exista lo que no se nombra. No se acaba de decir todo del todo, ni al empezar ni al terminar una relación; pero aun no diciendo todo, lo que no se pronuncia sí existe. Existe y se comunica, a pesar de no decirse.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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