Blanca Li, la coreógrafa audaz que se mueve entre la farándula y el mundo del baile
En la cumbre de su carrera, la directora de los Teatros del Canal de Madrid trata de recuperar el pulso del centro
Los últimos días de junio han sido especialmente intensos para Blanca Li, directora de los Teatros del Canal de Madrid desde noviembre de 2019. La artista daba los últimos toques a la nueva programación, con la que espera ratificar, después de más de un año a medio gas por culpa de la covid, que además de audaz coreógrafa es capaz de empuñar con firmeza el timón del buque insignia de la cultura madrileña, una institución con 3,8 millones de euros de presupuesto, sede de la orquesta de la comunidad, y faro artístico en teatro y danza.
Currículo para llevar a cabo la empresa no le falta. Miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia, país donde se ha forjado, con una larga lista de distinciones y premios, Li parece estar, a sus 57 años cumplidos en enero, en la cumbre de su carrera. Una carrera atípica, desde luego, tan próxima a la farándula como al mundo del baile. “Es difícil definir su arte”, opina su amigo el productor musical Javier Limón, “porque es sumamente versátil”. Y tanto. Polifacética y audaz, lo mismo dirige, que filma, baila, interpreta o crea coreografías para ballets. Algunas tan rompedoras como Le Bal de Paris, donde se valía de la realidad virtual para hacer bailar al público; o Robots, donde los intérpretes evolucionaban en el escenario junto a autómatas. Sin olvidar la preocupación por el medio ambiente que evidencia su impactante Solstice. Y además de ello, ahí están sus colaboraciones con músicos como Daft Punk, Beyoncé, la banda Coldplay o su coreografía para la película Los amantes pasajeros, de Pedro Almodóvar. La artista ha declarado alguna vez que la creatividad es como un músculo que se activa al usarlo, y ella no ha parado de hacerlo en toda su vida. Publicidad o desfiles de moda de su amigo Jean Paul Gaultier, todo suma en su currículo y en su cuenta bancaria. Al mismo tiempo, recibía encargos del Metropolitan de Nueva York, o de la Ópera de París. Un éxito que le ha permitido ser profeta en su tierra.
En 2006 llegó a Sevilla, contratada por la Junta de Andalucía, gobernada por los socialistas, para dirigir el Centro Andaluz de la Danza. Allí creó Poeta en Nueva York. “Consiguió un acuerdo muy favorable, venía dos semanas al mes a Sevilla y tenía los desplazamientos a París pagados”, cuenta un testigo interno de aquella etapa.
La recesión de 2008 provocó recortes que concluyeron con la destitución de Li en 2010, no sin haber recibido, el año anterior, la medalla de oro al Mérito en las Bellas Artes. En 2019 es el Gobierno de centroderecha de la Comunidad de Madrid el que la contrata para dirigir los Teatros del Canal. Prueba de que Li seduce a políticos de todos los credos. Audacia —o “valentía”, como dice su amigo Javier Limón— no le falta. La artista declinó hablar con este periódico después de haber concertado una entrevista.
Blanca Gutiérrez Ortiz (Granada, 1964) creció en Madrid junto a sus seis hermanos, en un ambiente de comodidad burguesa, hija de un funcionario de la Casa de la Moneda y de un ama de casa que montó una empresa de limpieza industrial. A los 12 años pasó fugazmente por el equipo nacional de gimnasia rítmica, pero el baile la tentaba. A los 17 años —algo tarde para iniciarse en tan exigente disciplina— se marchó a Nueva York a estudiar en la escuela de Martha Graham. Allí la esperaba su hermana, la cineasta Chus Gutiérrez. Junto a dos amigas, las Gutiérrez crearon la banda de flamenco rap Xoxonees, en la que colaboraban su hermano Tao y Etienne Li, un grafitero y estudiante de Matemáticas franco-coreano que se convertiría en marido de Blanca y padre de sus dos hijos. Las Xoxonees conocieron cierto éxito en los círculos de la Movida madrileña, y hasta grabaron un disco. En aquel Madrid ochentero Li y su marido llegaron a abrir un bar, El Calentito, donde ella bailaba en la barra.
El traslado de la pareja a París, y la creación, en 1993, de su compañía de baile, coincidiendo con la aparición de un festival en Suresnes dedicado al hip hop, marcaron un punto de inflexión en sus vidas. Una década después el éxito les sonreía, aunque se trataba de un éxito no exento de voces discordantes. Críticos de grandes medios ven en sus ballets más efectos especiales que hallazgos coreográficos. El diario Le Monde ha calificado a Li de “reina de la danza fashion, la más hip hop de la escena contemporánea”. Roger Salas, crítico de este periódico, considera que su arte “es totalmente extemporáneo a cualquier ortodoxia de la profesión dancística”.
Salas ve el éxito artístico de Li muy ligado a su éxito social. A su capacidad de amenizar fiestas y platós y codearse con lo más granado del famoseo. Javier Limón, en cambio, la considera “una líder incuestionable”, precisamente por ese buen humor del que hace gala permanentemente. “Porque siempre tiene una sonrisa en los labios. Siempre busca la distensión, el buen rollo, por eso maneja muy bien los equipos”. Una apreciación con la que ella parece estar de acuerdo. Al presentar el pasado jueves la programación de la próxima temporada, defendió la cultura “como herramienta para continuar sonriendo”.
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