Voz y cuerpo de Blanca Li
Para definir hoy a Blanca Li bastarían dos adjetivos, dos sustantivos, un verbo y el título de su mejor obra. Los primeros, los adjetivos, los pronuncia ella misma al otro lado de la línea telefónica. "Estoy fina y segura", dice. Suenan aplausos de fondo y, en primer plano, la voz (su voz, un sustantivo) grave, profunda, inconfundible de Blanca, mujer granadina y enérgica nacida en 1964; coreógrafa camaleónica que cada vez anda un poco menos por ahí (Francia -donde reside y tiene compañía homónima desde 1993- o el mundo, donde ya hace mucho que saben de ella en todos los formatos posibles: danza, vídeo, cine, publicidad...) y un poco más por aquí, por Madrid, donde ahora estrena su Corazón loco en el Festival de Otoño, y por su tierra, Andalucía. Sobre todo desde que el pasado año comenzó a dirigir el Centro Andaluz de Danza (CAD) en Granada, y aún más desde que presentó, este mismo verano, en el Generalife su Poeta en Nueva York. Un espectáculo que han visto ya con entusiasmo 50.000 personas, desde su presentación en Francia.
"Fin de rodaje", se oye al teléfono. Hurras y suspiros. "Aquí estoy, en Barcelona, grabando un anuncio para una famosa marca de compresas...". Ah, ¿entonces, como hizo la directora Isabel Coixet? "Soy su sucesora", bromea. Y de ahí brotan esos dos adjetivos catapultados por la publicidad que van que ni pintados para describirla. Blanca Li es fina en lo físico, por su aspecto, sus afilados ojos verdes, su rostro anguloso, su cuerpo (el otro sustantivo) de látigo, fibroso, duro como un disco que ni la maternidad reciente, en dos ocasiones y seguidas, ha logrado desconfigurar. Lo es en su mirada: por el modo en que pone y mueve lo que sabe y le interesa sobre un escenario. Y es muy segura en su estilo, tan personal, tan trufado (mezclar es el verbo) entre lo mamado en sus orígenes andaluces (de flamenca y gimnasta) y lo recorrido luego por propia voluntad: su ansia de mundo la llevó a Nueva York a estudiar danza contemporánea con Martha Graham o Alvin Ailey; al Madrid de la movida en los ochenta y, más tarde, al París noctámbulo: al de las fiestas de cabaré que ella organizaba y en las que actuaba junto a transexuales, enanos, drogadictos y otros seres de mucho interés y difícil futuro, en un club de striptease del barrio de Pigalle. Esas noches de Blanca Li se hicieron memorables; allí acudía el famoseo parisiense y mundial: hasta Madonna se presentó un día y se llevó un tomatazo (algo que formaba parte de lo habitual).
Igual que en aquellas veladas, hoy cada uno de sus espectáculos sigue incluyendo sorpresa: lo mismo aparecen minotauros griegos que ciudadanos contemporáneos; cintas en movimiento que trapecios en lo alto o camisas de fuerza; gimnastas y bañistas que cantaores; bailarines completamente desnudos que muy vestidos; ropa ajustada de látex que enormes tiendas de campaña de loneta que sirven de abrigo... Lo mismo priman los colores vivos que el blanco y negro, los sonidos marroquíes que los del tecno, el hip hop, el jazz o el flamenco...
Blanca Li (apellido del padre de sus dos retoños, el matemático Etienne, el secreto de su logística, y con el que comparte ya un cuarto de siglo de vida) busca incansable lo que quiere sin importarle en absoluto que sea o no lo que otros -público y directores de teatros incluidos- desean. Ella, puro nervio, rotunda de carácter, iconoclasta y de natural incontenible, aborda cada detalle con igual detenimiento: esta canción, aquella imagen, ese gesto o el artilugio perfecto que ayude y complete la coreografía. En sus creaciones, desde las diez piezas contemporáneas firmadas con su compañía (de Nana y Lila a Macadam, Macadam, una pieza de hip hop que fue premiada en 2006 como mejor espectáculo de danza en Francia) a las realizadas aquí y allá para teatros, como las de la Komische Oper de Berlín (El sueño del minotauro o Borderline) se funde lo clásico con lo moderno, lo teatral con la danza, la imagen en vídeo con la música y el movimiento...
En el espectáculo que trae a Madrid, Corazón loco, la combinación es un todo instrumental, ella misma sustantivizada: la voz con el cuerpo. De la unión entre un grupo que canta y Blanca Li y sus muchachos que danzan ha nacido una obra ("no tan enérgica como otras mías, más poética") musical y coreográfica para ocho voces, seis bailarines y una percusionista que ya lleva un año de gira. "En realidad, como todo, como en el amor, que de eso trata, la obra surgió de un encuentro casual y es en sí misma otro o muchos a la vez". El juego caprichoso de encuentros y desencuentros que se produce en toda relación amorosa plasmado a través de diferentes cuadros afectivos. "Conocí la Ensemble Vocal Sequenza 9.3, que dirige Catherine Simonpietri, y surgió la idea de hacer una pieza de principio a fin, en la que se trabajara a la vez con nuestros dos instrumentos naturales, voz y cuerpo. Conjugarlos era el reto. Pasamos meses aprendiendo a hacerlo, bailarines y cantantes, improvisando: ellos moviéndose, nosotros entonando". Unos y otros mezclados hasta el punto de que el espectador no sabe quién es quién. "Yo no había trabajado nunca con intérpretes de música contemporánea en una puesta en escena; una experiencia muy rica, hemos explorado ambos universos, sin fronteras". La música para su "ópera", como ella la llama, ha sido compuesta por Edith Canat de Chizy.
Tres son las obras que tiene rodando ahora por el mundo (Corazón loco, Poeta en Nueva York y Macadam, Macadam) y muchas las tareas: "Voy y vengo desde París a Granada, así lo acordé cuando acepté dirigir el CAD". El maestro José Granero puso las bases a esta escuela de danza y ella aporta su enfoque. "He incluido hip hop, que me parece muy rico, y he traído a los Pericet, un proyecto de Granero que me encantó: una familia cuyos antepasados eran bailarines de la Escuela Bolera". Cuenta entusiasmada sobre ese baile romántico del XIX, fusión de folclore regional y pasos de estudio, que se ejecuta en media punta y con castañuelas y que la citada familia vivía en Argentina guardando con ellos un repertorio de siglos... Otro proyecto en ciernes para principios de año es una exposición en el Musac de León sobre el acto de danzar, con material de sus coreografías y creaciones pedidas expresamente a artistas contemporáneos.
Tanta actividad y tanto proceso creativo lo califica de "normal": "Paso de una cosa a otra, se me ocurren ideas sobre la marcha y a veces las que descarto en una pieza, las recupero en otra". Y que lo sigue haciendo (crear o danzar) con igual energía y agilidad de movimientos que siempre: "No me ha cambiado nada el cuerpo con la maternidad, nada. Las bailarinas tenemos una capacidad de recuperación increíble, a los dos meses ya estaba activa; quizá, porque nunca dejé de moverme, porque hago mucho ejercicio o porque como muy bien, nunca porquerías". Un ritmo frenético el suyo que se niega siquiera a plantear que deba disminuir por algún motivo y menos por la edad: "Estoy imparable, más que nunca; esa idea de que las mujeres de más de cuarenta estamos ya para empaquetar, no es así; todo lo contrario, tenemos mucha trayectoria". ¿Y cuál era el título de la obra que mejor define a Blanca Li? "Mis hijos", dice. Oscar y Héctor, de tres y un año de edad. "Nunca he creado nada igual". -
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Corazón loco. Compañía de Blanca Li. Festival de Otoño. Teatro Albéniz. Del 7 al 11 de noviembre. www.madrid.org/fo20
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