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Elsa Dorlin: “Hemos reducido el feminismo a la igualdad”

La filósofa francesa, especializada en violencia, género y raza, considera la autodefensa de las mujeres una acción eminentemente política

Silvia Ayuso
Elsa Dorlin, fotografiada el 2 de febrero en su casa de Marsella.
Elsa Dorlin, fotografiada el 2 de febrero en su casa de Marsella.Gregoire Bernardi/Hans Lucas

Hay un hilo conductor desde la capoeira al krav maga, pasando por el jiu-jitsu. Todas son técnicas de defensa personal —o, como prefiere decir la feminista francesa Elsa Dorlin, “de autodefensa”— que han sido utilizadas a lo largo de la historia por aquellos miembros de la sociedad a los que se les denegaba el derecho a la defensa garantizada por el Estado y que, en realidad, protegía solo a un concepto muy minoritario de ciudadano (generalmente hombres, blancos y de origen europeo). Fuera de la protección estatal, de esa “violencia legítima” ejercida por el poder político, judicial y policial —como la llama esta profesora de filosofía de la Universidad París 8 que responde por videoconferencia desde Marsella— quedaban desde los esclavos hasta los colonizados, los judíos en múltiples países a través de los siglos y otras minorías como los homosexuales o transexuales. Y las mujeres. Dorlin (París, 46 años) ha hecho de la violencia y el factor de la raza su campo de estudio. Dos de sus obras clave, Autodefensa. Una filosofía de la violencia y La matriz de la raza, han sido publicadas en español por la editorial Txalaparta.

PREGUNTA. ¿Por qué se interesa por la violencia y el uso de la fuerza en el contexto de la lucha feminista?

RESPUESTA. Porque tradicionalmente, en la mayoría de historias del feminismo, este es un aspecto que había desaparecido del todo de la memoria. Se presta demasiada atención a describir el feminismo como un movimiento que demandaba derechos o más protección. Me interesa la manera en que toda una parte del feminismo es también muy reivindicativa y se autoorganizó para hacer valer sus derechos y obtener la libertad.

P. ¿La violencia es entonces una herramienta más del feminismo?

R. Cuando hablamos de violencia, hablamos de violencia defensiva, de una violencia que se convierte en la única fuente vital. Si tomamos la cuestión de la violencia contra las mujeres, de violaciones y feminicidios, vemos que la relación de poder es estructural y permanente en todas las esferas de la sociedad: en la calle, en la esfera íntima, en la familiar, en el transporte público, en el trabajo…, ser mujer es ser potencialmente violentable. Decir que la política empieza en lo colectivo es un punto de vista muy masculino de la filosofía política. Si adoptamos un punto de vista de filosofía feminista, lo político comienza en el individuo y hasta en el nivel de lo más íntimo, porque cuando llego a casa y cierro la puerta, lo que puede pasar con una pareja, un padre… es todavía político. Lo que trato de demostrar es que la cuestión de la autodefensa, del jiu-jitsu (o incluso tácticas que practican las mujeres sin saber siquiera que son autodefensa para proteger su vida), es algo eminentemente político y que tiene que ver con el movimiento feminista. Parte de la constatación de que mi cuerpo, mi vida, es mi propio recurso. Estos últimos años hemos visto que una gran parte del movimiento feminista —y pienso en Argentina, Chile o México— ha reanudado esa otra historia del feminismo que fue una historia de lucha, completamente irreverente, de decir: “No vamos a pedir justicia, vamos a tomar la justicia, a hacer justicia por nosotras mismas”. Y eso es fundamental.

P. Usted explica que la “violencia legítima” del Estado a lo largo de la historia no ha protegido ni a mujeres, ni a minorías raciales o religiosas. ¿No necesitamos que el Estado garantice la protección de todos?

R. Lo que necesitamos es justicia social. En la cuestión de reclamar más protección hay una especie de trampa. Históricamente, el hecho de mantener a las mujeres en un estatus de víctimas sin defensa supone que consideramos siempre que es una autoridad terciaria la que debe defenderlas: el padre, el hermano, el Estado, el juez… En nombre de la defensa de las mujeres se han hecho muchas políticas nacionalistas, colonialistas. En el contexto colonial, proteger a las mujeres significaba proteger a la mujer blanca contra las minorías raciales, consideradas en el fondo como el único agresor. O en contextos muy nacionalistas, defender la virtud de la mujer es defender la idea de que hay que mantener a la mujer en el estatus de esposa y madre, y hacer de ellas seres virtuosos, morales, que hay que defender el honor. Pero cada vez se estigmatiza a otras mujeres que serían inmorales y casi legítimas de violentar. Intento demostrar que esa cuestión de la protección de las mujeres es algo muy problemático.

P. ¿Es el feminismo hoy demasiado pasivo?

R. Esa es la idea en la que a algunos les gustaría mantener el feminismo, que las mujeres pidan amablemente la igualdad, la justicia… Creo que es una representación que permite impedir también que las luchas feministas tengan más eco. Hacia los años noventa, una parte de las reivindicaciones feministas se integraron en un feminismo de Estado, y puede que eso en parte haya despolitizado o eufeminizado la manera en que podíamos movilizarnos, porque redujo la cuestión del feminismo a la obtención de derechos o a una igualdad de derechos. Nos han reducido tanto el feminismo a la igualdad que en los años noventa y hasta 2010 estábamos aún en un bucle de Estados articulados en el capitalismo o neoliberalismo que nos dicen que la igualdad es la paridad en las instancias de las empresas, llegar a las altas esferas, que es tener éxito en un modelo muy capitalista. Es la fórmula L’Oréal, decirle a las mujeres: “Podéis hacerlo todo porque lo valéis, pero debéis seguir siendo seductoras, tenéis que seguir gastando mucho dinero para seguir siendo objetos sexuales, aunque debéis estudiar”. Es una concepción problemática de la lucha política. La finalidad de la lucha feminista no es obtener los mismos privilegios que una burguesía capitalista. Hay otra historia del feminismo, un feminismo largamente revolucionario que considera que la cuestión del patriarcado está articulada estructuralmente en el capitalismo y que lo que hace falta es producir otra forma de organización de la sociedad. Y creo que eso es un aspecto de la lucha feminista muy olvidado.

P. ¿El feminismo imperante mantiene una línea demasiado blanca, demasiado occidental?

R. Hay una especie de discurso imperante que considera que en Francia hay igualdad entre mujeres y hombres, que somos un modelo que funciona. En realidad, ¿de qué mujeres estamos hablando? Es lo que estudio en La matriz de la raza: los fundamentos de la modernidad, con la expansión colonial y la imposición de sistemas esclavistas, fueron considerar que la categoría “mujer” eran mujeres blancas de clase burguesa. Así, cuando hablamos de derechos de las mujeres o de libertad o emancipación de las mujeres, hablamos de esas mujeres. Es muy sesgado. Y es lo que ha permitido a una parte del movimiento feminista, el más legalista y complaciente con un modelo de igualdad de tipo neoliberal, dar lecciones en África, o en la India, sobre cuestiones como la del velo. Es un gran problema. Vemos que una parte también ha sido una forma de instrumento racista: decir que hay que liberar a las mujeres musulmanas, o “mirad esas pobres mujeres africanas llenas de hijos y sumisas”. Ese discurso es extremadamente problemático.


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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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