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Trabajar cansa
Columna
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¿Cuándo termina la hora de los tarados?

No pedimos genios, ya solo alguien que al menos disimule haber pensado las cosas, o leído un libro. No me digan que el mundo se levantaría de otra manera si pierde Trump, como si anunciaran ya una vacuna

Una partidaria de Trump, tras atacar con pintura roja un mural del movimiento Black Lives Matter colocado en la Trump Tower, en Nueva York, el pasado mes de agosto.
Una partidaria de Trump, tras atacar con pintura roja un mural del movimiento Black Lives Matter colocado en la Trump Tower, en Nueva York, el pasado mes de agosto.Stephanie Keith/Getty Images (Getty)
Íñigo Domínguez

El New York Times ha contado una historia increíble sobre las noticias falsas, y disculpen la paradoja. En Estados Unidos ya están en otra fase: ya hay medios que se dedican a publicarlas, pero cobrando, qué es eso de hacerlo gratis. No, no, si usted quiere lanzar un bulo sobre algo o alguien ahora tiene que pagarlo, que también lleva su trabajo. De hecho pagan a periodistas freelance entre 3 y 36 dólares por artículo, diciéndoles a quién tienen que sacudir y qué se tienen que inventar. Pero es más asombroso aún cuántos son estos diarios: eran 300 y el año pasado se dispararon a 1.300, medios digitales locales en todo el país que han ido sustituyendo a los periódicos de provincias de toda la vida que iban cerrando. Y ahora llegamos a lo más espectacular: la mayoría son gestionados por el mismo tipo, un tal Brian Timpone. Es un exreportero de televisión de 48 años, que luego trabajó para el partido republicano hasta que se hizo empresario de internet. Empezó vendiendo a grandes agencias artículos escritos por ordenadores: les dabas unos datos y te hacían una noticia. Otras las redactaban humanos, pero con sueldos de miseria o subcontratados en Filipinas firmando con nombre falso. Su actual red de medios divulga propaganda dirigida por grupos conservadores contra rivales políticos, empresas y firmas de relaciones públicas. ¿Qué les parece? Normal que la gente se vuelva loca. Me consuela pensar al menos que en España esta fórmula fracasaría porque aún tenemos ideales: muchos ya lo hacen gratis, creen sinceramente en su causa y sus conspiraciones.

No les voy a hablar de las elecciones de Estados Unidos porque no tengo ni idea, solo he estado allí una vez. Sé más o menos lo que todo el mundo, el dato que más me impresiona es que haya un 10% de indecisos (¿cómo se puede estar aún indeciso?) y sé que nos hallamos ante el mayor paradigma de la empanada vital en que nos hemos metido. Por eso, ante una ineluctable sensación de decadencia de Occidente, me pregunto desesperado, y perdonen la impaciencia: ¿cuándo termina la hora los tarados? Esto ya dura demasiado, francamente. Antes si eras un campesino oprimido tenías a Robin Hood, y si eras del Cádiz, a Mágico González, personajes heroicos o geniales. Ahora se erigen en voz del pueblo oportunistas y chapuceros, casi siempre ricos o millonarios, cuyo mayor mérito es hacer pasar la estupidez por falta de escrúpulos, apreciada por alguna razón como síntoma de autenticidad. No pedimos genios, ya solo alguien que al menos disimule haber pensado las cosas, o leído un libro. No me digan que el mundo se levantaría de otra manera si pierde Trump, como si anunciaran ya una vacuna, y pareciera que por fin vamos por buen camino. Porque tal como va esto, con todos los pícaros, mentecatos y engreídos del mundo copiando algoritmos de éxito, el resto comenzaría a pensar que el truco ya no funciona y hay que cambiar de táctica. Por algo se empieza.

No sé si saben lo que está escrito en la Estatua de la Libertad. Es un poema de Emma Lazarus, una poetisa estadounidense, de origen portugués y sefardí. Termina así: “¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres/ Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad/ El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas/ Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí/ ¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!”. Eso es la tierra de la libertad, y no estas bravuconadas que nos quieren vender que se reducen a la ley del más fuerte y que se mueran los pobres. Por favor, recen lo que sepan a esta buena mujer de la antorcha.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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